Nunca dejará de maravillarme que, a nivel de masas se de tan a menudo credibilidad a los bulos y mentiras más groseras y absurdas y sin embargo haya tanta resistencia a la verdades positivas, razonadas y objetivas.
Parece como si existiera una oculta ley, por la que la credibilidad de un bulo o noticia falsa, fuese directamente proporcional a lo absurdo, esperpéntico o falaz que éste sea. Y lo realmente preocupante es que ante la falta de criterio y de discernimiento de la verdad, la ausencia total de escrúpulos, de compromiso ético o político con la verdad, se da alas al mensajero del bulo que, obviando la verdad, sólo tendrá que preocuparse de cargar las tintas en populismo barato y razones de sentimiento, que pulverizan cualquier intento de análisis objetivo y ponderado.
Siendo un problema grave, el que hoy exista una tan agudizada crisis de credibilidad de la verdad, o al menos de un intento razonado y objetivo de verdad, debería obligarnos a hacer un esfuerzo individual y colectivo para averiguar las razones de su procedencia. Partiendo quizás de la constatación de que no es éste un fenómeno local por la inmadurez de nuestra democracia, como argumentábamos hace años, sino un comportamiento global de las masas, pues no hay más que observar la manipulación informativa y los continuos “fake news” en las elecciones USA y la credibilidad masiva que han tenido.
Es posible que la razón de este comportamiento, esté en la misma esencia defectuosa de las democracias liberales, donde la mayoría de las veces, la dinámica de funcionamiento no es que la gente vote entusiasmada por su opción, sino por la menos mala o que gana la opción contraria no por convicción, sino por desgaste y cansancio de la gobernante. Luego la ramplonería mediocre y anodina del debate político, donde casi todo consiste en defender desde posiciones excluyentes, lo contrario que defienda el otro, o que esa sea la sensación, y ya sólo se necesita que alguien diga: “¡todos los políticos son iguales!”, para que se convierta en el adalid y defensor de la objetividad, la independencia y la neutralidad. Y desde ahí, hasta tener una aceptable cuota de credibilidad irracional e inmerecida, que ya sólo consiste en saber utilizar y manipular con ausencia total de escrúpulos, populismo mezquino y argumentos de sentimiento, para que dé réditos políticos al ciento por uno. ¿Hay otra explicación al auge electoral de los neofascismos en toda Europa y últimamente en USA? ¿No es escandalosamente irracional y antidemocrático que un tal Avise con su recién fundado chiringuito “¡Se acabó la juerga” y su campaña por las redes sociales, única y exclusivamente basada en continuos y permanentes bulos e injurias, calumnias y “fake news” contra los adversarios, tenga la respuesta de 800.000 votos en las elecciones? Es una aberración y una contradicción democrática, usar la democracia, para intentar acabar con la democracia.
De la misma forma que es una contradicción que la democracia no forme a sus ciudadanos en los verdaderos principios democráticos por el temor a que se ideologicen. Parece que hubiera habido un consenso democrático tácito, en evitar esa ideologización, por la negativa experiencia que pudieron suponer en el pasado unas masas demasiado ideologizadas. En España, sólo hay que ver el revuelo y movilización del arco político conservador y de la iglesia, contra la iniciativa en el mundo de la docencia, de “Educación para la ciudadanía”, hasta lograr su desmantelamiento y sustituirlo de nuevo por la asignatura activa de Religión. Tal vez tengamos que volver a las viejas estrategias de nuestros veteranos republicanos: en caso de duda, mantenernos en nuestra opción de clase. Tiempo habrá de matizar, a partir de ahí. Y volver a la vieja e infalible práctica de si el adversario te dice y asegura que el sol sale por Antequera, nosotros…, “¡pA’lmería!”.
Juanmiguel, Zafarraya.
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