Por si la vida me olvida, y yo olvido la vida.
Tiempo que me habitas (Envejecer)
Duelen los surcos que el tiempo dibuja,
firmes como ríos en mi piel.
He visto mi rostro desmoronarse,
solo soy un hombre que mastica las horas,
que bebe sombras, que llora en silencio
para regar una flor invisible.
Oh, tú, anciano que me habitas,
te saludo con reverencia:
tus manos tiemblan, pero aún crean,
tus pies avanzan, aunque más lentos,
y tu corazón resuena con un ritmo
que sabe de estrellas y raíces.
Cada paso es un pequeño adiós,
cada día, un puñado de tierra en la espalda.
Sí, envejecer duele,
pero no tanto como no haber vivido.
Así que sigo, con este cuerpo mío,
con este tiempo breve,
abrazando cada arruga
como quien abraza un poema.
¿Dónde quedó mi rostro de antaño,
mi risa fresca, mi andar ligero?
El tiempo, como viento en verano,
borró mi reflejo,
dejándome sombras,
dejándome sueños.
Pero no temo, aunque el cuerpo ceda,
porque en mis años he amado, he soñado, he llorado,
y de cada lágrima nace un verso nuevo.
La vida es breve, un suspiro apenas,
y envejecer, una dulce pena.
Lloro y río al mismo tiempo.
¿Quién soy ahora?
¿Quién fui entonces?
¿Quién seré cuando me haya ido?
Por si la vida me olvida, y yo olvido la vida
Que nadie me reclame el pan de los recuerdos,
porque soy la sombra que anuda un dolor,
la boca que no sabe decir "ayer".
Cuando los días se hagan ríos que no sé cruzar,
déjame un recuerdo, una gota de mar,
un faro que ilumine mi mente ciega.
Cuando, a mi mirada, los rostros se borren en la bruma,
y ya no sepa quién soy ni a quién amé,
píntame con tus ojos lo que olvidaré.
Sé el eco de la memoria que ya no es mía,
sé mi voz, sé mi abrigo,
déjame un recuerdo, una gota de mar,
un faro que ilumine mi mente ciega.
Cuando la vida me olvide,
y sea silencio en una tarde fría,
recuérdame tú, escríbeme en las grietas de este pecho
en el que sangra el tiempo.
Déjame un surco en la tierra dormida.
Que el agua del recuerdo, lenta, lo vaya llenando.
Dibújame un lucero en la frente,
báilame la memoria en la sombra de un río,
y ponle campanas de viento a mis manos vacías.
Si los gorriones olvidan mi canto,
que las olas lo griten en su eterno quebranto.
Guarda en un verso mi alma,
guarda en tus labios mi herida.
Si mi sombra se pierde entre las sombras del día,
y no queda de mi paso ni un rumor, ni una caricia,
que en tus ojos quede escrito
el recuerdo que yo fuera,
un suspiro, una luz que nunca muera.
Porque el olvido tiene espinas de vidrio.
Por si la vida me olvida… y yo olvido la vida,
escríbeme lento, con letras de agua,
para que el alma las sienta, aunque no las entienda.
Y si algún día pregunto: ¿quién soy?,
dime "eres mío", como quien canta,
como quien acuna lo que ama.
Cóseme un pañuelo bordado de estrellas,
una luna dulce en el pecho caída,
que guarde los nombres, las tardes, las huellas.
Por si la vida me olvida… y yo olvido la vida.
Dedicado a mi amigo-hermano Juan Cabezas y a Justa su madre.
Jesús Pérez Peregrina, Jayena.
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