El Chico de Fornes: un niño de la guerra civil española (I)


Los niños españoles constituyeron unos de los grupos que formaron parte de las principales víctimas de la Guerra Civil Española, una guerra que causó desplazamientos masivos de la población civil, afectando gravemente su bienestar. 

 FORNES-JAYENA, AYER Y HOY DE SU HISTORIA 

 Durante este conflicto (1936-1939), nuevas tácticas de guerra, incluidos los bombardeos aéreos, impactaron a la población civil como nunca antes. Como resultado, los niños fueron arrancados de sus vidas cotidianas, viéndose obligados a enfrentar realidades crueles.

 Uno de esos niños de la guerra fue Antonio Casado Moles, más conocido en su pueblo natal de Fornes como El Chico.

 Antonio Casado Moles nació el 28 de agosto de 1934 en Fornes, un pequeño pueblo de la comarca de Alhama de Granada. Hijo de Manuel y Concepción, fue el segundo de cuatro hermanos, en el seno de una familia humilde que se vería obligada, como tantas otras familias a luchar por salir adelante en un contexto político y social adverso.

Los avatares de la familia casado

 Manuel, el padre de Antonio, era un campesino sencillo con ideales republicanos de izquierdas. Cuando las tropas franquistas entraron en Fornes el 25 de enero de 1937, los republicanos con ideas izquierdistas se vieron forzados a huir hacia la zona gubernamental, que aún no estaba en manos de los sublevados. La familia Casado, fue una de esas familias que se vieron obligados a huir. Manuel buscó refugio en Teruel, una zona todavía bajo control republicano, mientras su esposa, Concha, quedó al cuidado de sus hijos. Cocha contaba en aquellas circunstancias penosas y difíciles con la ayuda de su madre, Josefa La Morcillera, para sobrevivir. Durante la huida de Manuel a Teruel, su esposa Concha se vio obligada a trasladarse a Granada para trabajar y poder alimentar a sus hijos y a su familia, ya que habían quedado sin el sustento que Manuel proveía con su trabajo en el campo. En Fornes, quedó la abuela materna, Josefa, apodada "La Morcillera", quien asumió el cuidado de siete nietos: tres de ellos hijos de Concha, entre los cuales estaba Antonio "El Chico", y cuatro hijos de su otra hija, María. Concha, trabajaría en Granada para una familia terrateniente, realizando labores domésticas, en unas circunstancias muy complicadas para ella, y además con el estigma de ser la esposa de un huido rojo.

 Al finalizar la guerra, en 1939, Manuel regresó a Fornes, convencido de que no tenía nada que temer, ya que él tenía claro que no había hecho nada malo, pues solo había creído y defendido el Estado democrático de la República.  No podía estar más equivocado. A su llegada a Fornes, fue arrestado junto a su hermano José y ambos fueron encarcelados en la prisión de Granada. Concha, que seguía trabajando en Granada como empleada doméstica, quedó devastada.

 Cuando Manuel y su hermano José fueron detenidos al regresar a Fornes, Concha decidió no regresar a Fornes, ya que, estando en Granada, podía estar más cerca de su esposo, visitarlo, e intentar ayudarlo en lo que fuera posible. Los desplazamientos entre Fornes y Granada eran extremadamente difíciles, ya que solo se podían realizar el viaje, sino se tenían medios, y Concha no los tenía, a pie o utilizando mulas o burros. Concha se convirtió en un gran apoyo para Manuel y su cuñado José, llevándoles algo de comida, ropa y tabaco a la prisión.

 En una de sus visitas a la prisión, nos cuenta Antonio que vio a su padre abatido y llorando desconsolado. Ese día, Manuel había recibido la noticia de la ejecución de su hermano José en las tapias del cementerio de San José de Granada. Ese día, la abuela Josefa había llevado a Antonio a Granada, y junto a su madre Concha fueron a visitar a Manuel en la cárcel. Allí se encontraron con otros paisanos de Fornes que también estaban detenidos. Al llegar al lugar donde estaba Manuel, Antonio recuerda haberlo visto tumbado en el suelo, sumido en una profunda tristeza, envuelto en una manta, llorando desconsoladamente. Manuel acababa de enterarse de que su hermano José había sido fusilado en las tapias del cementerio municipal de San José, en Granada. José Casado Navas fue ejecutado el 28 de marzo de 1940.

 Antonio relata hoy con la nostalgia que da el tiempo, pero con tristeza y pena, que su madre y su abuela salieron de la prisión llorando, y él no entendía por qué lloraban, en ese momento.  Tiempo después comprendió que, en ese momento, su madre y su abuela lloraban por algo que él no sabía, su tío José había sido asesinado por los partidarios franquistas. Antonio también recuerda que, al salir de la cárcel después de visitar a su padre, llevaba más piojos que nunca, en todo su cuerpo, algo que quedó grabado en su memoria.

El episodio del niño que entró en la cárcel por no pagar 6 pesetas

 Un día, recién acabada la guerra, mientras los niños jugaban en las calles del pueblo de Fornes, entre ellos Antonio, "El Chico", pasó un camión por el pueblo. Para esos niños, la llegada de un camión era motivo de júbilo y alegría. Todos corrieron hacia él, intentando engancharse en la parte trasera. Antonio, como los demás niños, no se resistió a la oportunidad y lo hizo también.

 Horas después, el alguacil del pueblo llegó a casa de su abuela Josefa, “La Morcillera", con una notificación de multa, por valor de 6 pesetas para su nieto por haberse colgado del camión. Curiosamente, esta sanción solo fue dirigida a Antonio. Desde aquel día creció en él la sospecha en su interior, a raíz de a aquel hecho, que el alcalde, jefe de la Falange local, tenía un interés especial en perjudicar a la familia Casado, aunque no entendía muy bien. Si le hubiera preguntado a su abuela esta probablemente, no le habría respondido, pero para sus adentros sabía de manera muy cierta que el motivo no era otro que el de ser una familia de pensamiento de izquierdas.

 Josefa le explicó al alguacil que no tenía dinero para pagar la multa. La respuesta fue tajante: “Si no puedes pagarla, el niño tendrá que ir a la cárcel”. Y así fue: por orden del alcalde, el alguacil se llevó al niño de seis años a la prisión, donde estuvo encerrado durante siete días.

 Antonio, asustado y desconsolado, no entendía por qué estaba encerrado. Sus amigos, que jugaban fuera de la cárcel, intentaban ayudarlo pasándole espigas de cereal verdes por debajo de la puerta para que comiera. Después de una semana, el alcalde ordenó su liberación.

 Tiempo después, aquella misma cárcel sería protagonista de otro insólito episodio. Ocupada por otros inquilinos, guerrilleros maquis, estos protagonizaron una cómica fuga, que da testimonio de la miseria y la pobreza en la que se encontraba la zona pues se libraron de su prisión, gracias a lo rudimentario de la construcción: socavaron el suelo de tierra bajo el escalón de madera de la puerta por la que se entraba y salía, y así lograron fugarse.


El pescadero de La Zubia y Antonio

 Otro episodio peculiar, que, sin dejar de ser anecdótico, es un ejemplo claro de la dificultad de la vida de aquellos días, y que aún hoy cuesta creer, pero que es totalmente verídico, y que da cuenta de la profunda miseria en la que se movía Antonio, es la historia de Antonio y el pescadero de la Zubia.

Un día, a la taberna de Josefa llegó un pescadero que recorría los pueblos de Fornes, Jayena y alrededores. Observando a los muchos nietos de Josefa, en tono gracioso el pescadero comentó: “¡Qué pila de niños tienes, y yo sin ninguno!”. Josefa, en tono jocoso, respondió: “Pues llévate a mi ‘Chico’”.

 De manera inexplicable, y para sorpresa de Josefa el pescadero aceptó aquella invitación, y tras las pertinentes conversaciones, y los acuerdos de rigor, entre Josefa y el pescadero, finalmente éste subió al niño sobre unos capazos que llevaba en su mulo y se lo llevó a La Zubia, su pueblo natal. Antonio vivió con él durante un año. Hoy este hecho sería incomprensible, y reprochable pero probablemente en las condiciones de pobreza que Josefa se encontraba, accedió con la esperanza de ofrecer una vida mejor para su nieto. Al cabo de un año, cuando su madre fue a visitarlo, Antonio entre lloros y suplicas consiguió finalmente, que su madre lo devolviera al pueblo con Josefa.


“El Chico” y Los Maquis

 Otro hecho que quedó marcado en la memoria de Antonio Casado, fue su encuentro con los maquis. Una noche, tres hombres desconocidos llegaron a la taberna de Josefa. Uno de ellos destacaba por su educación y cortesía. Pidieron unos vasos de vino, unos tomates picados y preguntaron dónde podían comprar alpargatas.

 Josefa llamó a Antonio y le pidió que acompañara a los hombres a una tienda del pueblo. Sin poner reparo Antonio guió, a aquellos desconocidos, hasta la tienda en la que vendían además de otros artículos alpargatas. Al regresar, uno de los hombres lo detuvo, sacó dos pesetas del bolsillo y se las dio como agradecimiento al niño. De vuelta en la taberna, los hombres comieron el aperitivo de los tomates y bebieron el vino con tranquilidad. Pagaron todo y se despidieron con educación. Se acercaron a la tienda, donde insistieron en hablar con la dueña. Esto levantó desconfianza y sospechas en el hijo de la dueña, quien tomó una escopeta. Los nervios afloraron y se produjo un tiroteo en el que el tendero resultó herido, y los tres hombres huyeron hacia la Sierra de Almijara.

 Más tarde se supo que eran guerrilleros maquis. Entre ellos estaba Ramón Vía Fernández, dirigente del PCE en Orán y Argel, quien había desembarcado en Almuñécar liderando un grupo de cuadros guerrilleros, y Juan José Muñoz Lozano, quien sería conocido tiempo después con el apelativo de “Roberto”.

A los cortijos a trabajar con 6 años

 En otra ocasión, cuando Antonio contaba seis años, un hombre llegó a la taberna de su abuela buscando un niño para cuidar cerdos en el cortijo Napoleón. Antonio, a pesar de su corta edad, lo que agudiza el hambre, viendo una oportunidad de ganar algo de dinero, ayudar a la familia, y tener al menos un plato de comida, tras escuchar la conversación de aquel hombre con su abuela, decidido, dijo: “¡Yo voy!”. Ver a niños de corta edad guardando cerdos, como realizando otros trabajos, en aquellos tiempos era un hecho normal, así que Josefa, le preparó un hatillo y el niño partió con el hombre.

 En el cortijo, Antonio dormía en una pequeña habitación junto a las cuadras y las pocilgas, con un catre de madera y una manta vieja. Aunque trabajaba duro, su patrón lo golpeaba con frecuencia pues, por su físico, y por su corta edad, no podía controlar a los cerdos. Sin embargo, Antonio, sabía que tenía que soportar aquel infierno, y apechugar, porque en casa no había comida y, al menos en el cortijo, tenía algo caliente que comer todos los días, y ganaba tres duros al mes (50 céntimos al día).

 Después de dos años, sufriendo aquel martirio, su hermano Manuel se lo llevó con él al cortijo de Los Llanos, donde las condiciones eran aún peores. Apenas les daban de comer. Y las condiciones de trabajo eran prácticamente de esclavitud. Antonio recuerda cómo sobrevivieron gracias a un hombre llamado Alejandro, quien les daba comida a escondidas. En un episodio especialmente doloroso, él y su hermano encontraron una morcilla en estado de putrefacción, pero prefirieron tirarla y buscar hierbas para alimentarse.


La vuelta del padre, y el destierro

 Manuel Casado, el padre de Antonio, había sido trasladado de la cárcel de Granada a un campo de concentración en Sevilla, donde trabajó como esclavo en la construcción del Canal de los Presos. Este canal fue construido entre 1938 y 1950 por unos 8.000 prisioneros políticos que eran explotados en condiciones inhumanas.

Tras cumplir siete años entre la cárcel y el campo de concentración, la pena de Manuel fue conmutada por un destierro de 20 años de su pueblo natal, Fornes.

 A pesar de lo que pudiera parecer, Manuel, aunque con pena, vio en el destierro una oportunidad de rehacer su vida. Reunió a su familia y ahora ya todos juntos, se trasladaron a Cantillana, donde vivieron en condiciones precarias, pero con esperanza. Allí lograron construir una pequeña casa, que dejaron cuando terminó su destierro, y Manuel y su familia regresaron a Fornes con Antonio y el resto de la familia.

 Así termina la primera etapa de la vida de Antonio Casado, apodado "El Chico de Fornes", marcada por la lucha, la pobreza y las duras condiciones de la posguerra en España. 


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