En mayo de 1988, el día en el que la Iglesia Católica celebra la festividad de la Virgen de los Desamparados, del que procede el sustantivo hipocorístico de Amparo, en la histórica Plaza de San Pedro.
En ese corazón espiritual de la eterna Roma y de todo el Orbe Cristiano que es el Vaticano, la voz del inolvidable pontífice Juan Pablo II, ya en el vigésimo año de su pontificado, hizo resonar para el mundo católico siete nombre, “los de las siete españolas heroínas de la fe”, los de las Hermanas del Primer Monasterio de la Virgen de la Visitación en Madrid, conocidas, cariñosa y popularmente, por “Las salesas”.
Entre estas se encontraba María Gabriela de Hinojosa, en primer lugar, y tras el mismo sus Hermanas Josefa María Barrera, María Ángela Oloizola, María Inés Zudaire, María Engracia Lecuona, María Cecilia Cedoya y Teresa María Cavestany.
Con ellas también se exponía la injusta muerte que se les dio perdonando ellas a sus asesinos y, en la Plaza de San Pedro, sonaron los lugares de sus nacimientos por las tierras de España: Alhama de Granada, El Ferrol de la Coruña, Azpeita de Guipúzcoa, Echevarría de Navarra, Oyarzun también de Guipúzcoa, Asperita, otra vez, y Puerto Real de Cádiz.
Un gran número de paisanos alhameños, así como de personas del resto de los lugares de las hermanas a beatificar, asistieron al solemne acto en la misma Plaza de San Pedro. El elevado grupo de alhameños estuvo encabezado por el alcalde de la ciudad, José Fernando Molina López, quien en todo momento dirigió tanto la representación para el Vaticano, así como los actos con los que la ciudad celebró esta elevación a los altares de Amparo de Hinojosa, nombre de nuestra paisana antes de efectuar sus votos de religiosa.
El acto de Roma, seguido por televisión y otros medios por muchos cientos de alhameños, como suelen ser estos acontecimientos fue brillante y de una gran repercusión en todo nuestro arzobispado de Granada.
Ya días antes y pensándose en el sábado siguiente, 18 de mayo, el Ayuntamiento representado por su alcalde, José Fernando Molina, y la teniente-alcalde de Cultura, María José López Muñoz, comenzó a preparar los actos y actividades que se iban a llevar a cabo en la misma ciudad con este loable motivo, teniendo el honor de que se requiriese mi colaboración en los mismos, como todo alcalde, concejal o alhameño que la ha requerido en el transcurso de estos últimos casi 55 años, la ha tenido.
Entre las actividades propias de la parroquia se concelebró una solemne misa. Por el Ayuntamiento, alcalde y concejala, se vio muy bien la propuesta de una placa conmemorativa dedicada a María Gabriela de Hinojosa que se descubrió antes, en la denominada Puerta Málaga, que da entra a la calle Llana, donde nació en 1872. Concretamente quedó colocada en la casa propiedad de María del Carmen y Amparo Espejo Moya, que accedieron a ello con todo gusto y satisfacción nada más solicitárselo. Además, para realizar en diez días, se preparó un libro sobre la vida de la religiosa, que le regaló tras la misa y tras que efectuase una síntesis de la vida, desde su nacimiento a su muerte, de nuestra ilustre paisana.
La placa fue descubierta por el alcalde, José Fernando Molina López; teniente-alcalde delegada de Cultura, María José López Muñoz; y familiares de la misma Amparo de Hinojosa venidas expresamente para estos actos alhameños. Todo ello en medio de los calurosos aplausos de los cientos de alhameños y de otras poblaciones, andaluzas y no, que se desplazaron expresamente.
DESTACADAS FAMILIAS ALHAMEÑAS
Tanto Juan Hinojosa Almenara como Manuela Naveros Alcántara, padres de Amparo de Hinojosa, pertenecían a destacadas familias de la ciudad. El matrimonio Hinojosa Naveros, tuvo seis hijos. El primero de ellos una niña, Eloísa, que nacería en diciembre de 1846; el segundo , el más conocido e ilustre de todos, familia en la que varios tuvieron proyección y reconocimiento internacional, Eduardo -que vino después del fallecimiento de un hermano que nació antes falleciendo casi de inmediato y también se le puso Eduardo-, nació en noviembre de 1852; el tercero Juan, del que no tenemos la fecha de su nacimiento con exactitud; el cuarto Ricardo, que nace en junio de 1861; la quinta Soledad, que nace en 1863, la sexta Amparo, nuestra Beata, que nace el 24 de julio de 1872, llevándole el hermano mayor , Eduardo de Hinojosa, 20 años y la que le antecede, Soledad, unos nueve.
Ella tenía ocho años cuando muere su padre, esto sucedió hacia 1880 y poco después muere su madre. La muerte de sus padres, con tan corta edad hubo de afectarle duramente. En una poesía escrita por ella muchos años después, se refleja el dolor que hubo de sufrir al quedar huérfana de padre y madre prácticamente a la vez
“Huérfana en mi tiene edad
me adoptarte bondadosa;
a ti acudí en toda cosa,
y a tu Madre cariñosa
suavizaste mi orfandad.”
Muy pocos datos son los que se poseen sobre la infancia, niñez y primeros años de juventud de Amparo. Sobre todos estos, la documentación que poseía su sobrina Esperanza de Hinojosa y Ferrer, hija de Eduardo de Hinojosa, a cuya casa familiar se fue a vivir en Madrid, no olvidemos que, además de ser el hermano mayor, era también el padrino de su hermana menor y siempre la trataron en aquel hogar como una verdadera hija más.
Vivía entonces ahí, en el piso de al lado, don Juan Manuel Ortí y Lara y su esposa y eran grandes amigos. Eduardo de Hinojosa y su mujer les expusieron la preocupación que tenían pensando en si no conseguían todo lo que deseaban para Amparo, ya por tener que atender a tantos familiares, comenzando por los tres pequeños, y entonces le aconsejó esa vecina amiga que la llevara al convento de La Visitación, en el que tenía ella una hija religiosa y que estarían muy contentos de la educación que recibiría allí, dadas también las cualidades de la misma Amparo. Tardaron en decidirse, pero la llevaron, con la idea de que la niña estaría todas las vacaciones, tres meses en verano, con ellos. Y allí ingresó Amparo.
A ella le fue estupendamente, era lo suyo, salió el primer verano y se fue de vacaciones a Lourdes con sus tíos y primos. Al año siguiente cuando Eduardo de Hinojosa fue a pedir permiso para volver a sacarla otros tres meses se encontró que ella ya había manifestado que quería ser religiosa.
Muy sorprendido Eduardo de Hinojosa le contestó que si tenía verdadera vocación no había de poner obstáculo ninguno a que realizara ese deseo. Siendo ella tan joven y teniendo tan poco conocimiento del mundo, como tutor suyo tenía la obligación de proceder con mucha prudencia y en vista de esto en vez de volver al convento al terminar el verano se quedaría ya en casa al lado de la familia “a nuestro lado” mientras que llegaba a cumplir veinte años y si al llegar ese tiempo seguía pensando lo mismo con gran alegría le daría autorización para entrar como religiosa, sin esperar a que fuese mayor de edad.
CONSENTIMIENTO PARA SER RELIGIOSA
En 1891, Eduardo de Hinojosa, ante la vocación mantenida y elevadas aún más por su hermana, da su consentimiento para que ésta entre en religión. Tras un tiempo que hubo de retrasar su ingreso al caer gravemente enfermo su cuñada y tener y deber dedicarse ella a atenderla y a cuidar la casa, entra en el 1º Monasterio de la Visitación, en junio de 1892, cuando tan sólo le faltaba un mes para cumplir los veinte años.
A partir de aquí todo fue una vocación ejemplar, tomó los hábitos el 10 de febrero de 1893 con el nombre de María Gabriela. Tan sólo un año después hacía la denominada “Santa Profeció”, cuando aún contaba veintiún años.
-“Yo, Sor María Gabriela de Hinojosa, por la gracia de Dios hoy 25 de marzo del año 1884 he celebrado mis votos para vivir y morir en la Congregación de Nuestra Señora de la Visitación, quiera mi Salvador bendecir este día y hacérmele provechoso para la eternidad. Sor María Gabriela de Hinojosa”
Toda su vida religiosa fue un ejemplo a lo largo de cuantos años vivió en unos y otros conventos, pasando por los diversos empleos y cargos de la comunidad. En 1929 es cuando llega a ser elegida Superiora. Sufre los días en Madrid de los trágicos días de la revolución y “las quemas”-, y con todo ello la huida de conventos para salvar la vida teniendo que romper el voto de clausura.
Tras la sublevación de los militares del 18 de julio, algunos sectores radicalizaron aún más su violencia, lo que rechazaba una considerable mayoría de ciudadanos. Aunque ya antes, estas monjas, como tantas personas más, sufrieron persecución. El mes de noviembre de 1936, temiéndose la toma de Madrid por los franquistas, los asesinatos se multiplicaron de una forma realmente bárbara. El día 18, precisamente dieciocho, anarquistas de la F.A.I., acaban con ellas, tras varios registros durante los días del indicado mes.
Siempre con respeto, pero dando a cada uno lo suyo, Juan Pablo II, refiriéndose a Gabriela de Hinojosa y sus compañeras dijo en la homilía de la misa que presidió en honor de las mismas, en la Plaza de San Pedro y retumbo en todos los sentimientos contrarios a la injusticia, venga de donde venga y llegue a quien llegue, se trata de personas que piensen y practiquen lo que practiquen, sin ofender o atacar a los demás:
“¡Qué bien se pueden aplicar las palabras del Evangelio de hoy –era el domingo 10 de mayo-, cuando Jesús dice os doy un mandamiento nuevo, “que os améis los unos a los otros como yo os he amado”, a la Hermana Gabriela de Hinojosa y a sus seis compañeras, mártires Salesianas en Madrid, en 1936! Por obediencia permanecieron en Madrid, a pesar de la persecución, para seguir la suerte del Monasterio, sostenida por el silencio, la oración y el sacrificio, se fueron preparando para el holocausto, generosamente ofrecido a Dios”.
“Pido a Dios que el maravilloso ejemplo de estas mujeres que derramaron su sangre por Cristo perdonando de corazón a sus ejecutores, sostenga el firme propósito de la sociedad española de vivir en paz y libertad, y logre ablandar el corazón de aquellos que hoy siguen utilizando el terror y la violencia para imponer sus ideas”.
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