Ni Pío ni Baroja


Lo teníamos todo para triunfar, teníamos 20 años, fumábamos tabaco de liar con smoking naranja y llevábamos el cuello subido de un abrigo de paño oscuro. 

 Así es como creíamos que tenía que ser un escritor antes de darnos cuenta que la estética es simplemente un verbo disfrazado de bohemia. Y también hay quien cree que para ser bueno de verdad tienes que tener las solapas llenas de ceniza y las manos manchadas de tinta de los diarios que ya nadie lee. 
 
 “A mí antes no me gustaba leer”, me dijo una noche donde apurábamos el culo de las yonkis y de los litros de Mahou. Una noche de esas en la que hablábamos de Onetti como si hubiéramos comprendido algo de ‘La vida breve’. No, ya no queríamos ser futbolistas ni astronautas, queríamos ser escritores y cumplíamos el primer mandamiento de Pío Baroja: “si quieres ser escritor vete a Madrid y ponte a la cola”. Pero en Madrid ya no quedaba nada de eso, y mira que buscamos la cola, pero la única que encontrábamos estaba tras un garito que olía a una mezcla de vómito y amoníaco. 
 
 Para ser escritor no hace falta leer nada, es mejor vivir todo, aunque para ello hay que tener algo de maldito y mucho de mentiroso, creerse lo que uno no vive hasta creer del todo que lo vives. No sé en qué momento uno prefiere quedarse en casa escribiendo cosas que casi nadie va a leer en lugar de marcar el gol de la remontada en el Bernabéu, tal vez cuando la vida te obliga a no jugar nunca en el Real Madrid. 
 
 También el segundo: “vete donde vayan tus zapatos”. Cuento esto porque a veces los sueños se cumplen, y no lo digo por mí, que escribo porque en todas las casas hay alguien que tiene que encargarse de sacar la basura. Lo digo por mi amigo Óscar Liam y por un libro que se ha publicado hace muy poco, ‘Te pondrán flores en el estómago’, donde un grupo de jóvenes autores y autoras sacan a relucir las nuevas maravillas de la literatura canaria. A veces tendemos a leer a gente porque es famosa, bajo la mentirosa presunción de que si quieres ser escritor no puedes fijarte en la gente que hace la cola, sino en los que están dentro del garito. 

 

 

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