El cuento era distinto


Muy distinto de la realidad que te rodea, que nos rodea.

 En la idílica narración que solías escuchar, el futuro, tu futuro, era prometedor, brillante; una larga promesa de bienes, éxitos y toda suerte de placeres y bendiciones: Una hermosa casa en la cual una hermosa y sumisa mujer, tu legítima, cuidaría de ti, de tu prole y te esperaría al llegar a casa cansado, poco cansado, con las zapatillas preparadas, un trago con el que estimular el apetito para la cena, una cena de lujo aderezada por tu mujer con la receta de tu madre (por supuesto). Tus hijos serían obedientes normosexuales, sacarían las mejores notas posibles y seguirían tus consejos para ser hombres (muy hombres) de pelo en pecho, de los que se visten por los pies y lo saben todo sobre todo. Como tú, más o menos. Tus niñas continuarían los pasos de tu señora y harían felices a sus maridos, ¿qué más se puede esperar de ellas?

 Tendrías, como tu padre, dos o tres trabajos bien pagados con los que poder ahorrar para ese chalecito adosado en la sierra, para un apartamento en primera línea de playa o para cualquier otro de esos sueños que suelen vender los profesionales de la publicidad a la gente con posibles para soñar. Incluso para soñar, como sabes ahora, se necesita un mullido colchón económico en el que recostarse si las cosas vienen mal dadas.

 Lo que no podías imaginar, ni en tus peores pesadillas es que con tu sueldo, si es que tienes trabajo, con el de tu mujer, si es que la tienes, no te alcanzaría para vivir decorosamente, pagar el alquiler y ahorrar para adquirir esa vivienda en propiedad soñada.

...el resentimiento de los que creen que todo se les debía y todo se le ha negado...

 Tampoco entraba en tus cábalas una sociedad en la cual las mujeres empiezan a perder el miedo, en la que los sexualmente divergentes comienzan a disfrutar con cierta libertad de sus parejas. Y con orgullo. Una sociedad, en definitiva, abierta, tolerante, en la cual se puede vivir si se es capaz de sobreponerse al miedo. Al miedo a los diferentes, al miedo a los inmigrantes, al miedo a la enfermedad, al miedo a perder tu trabajo, al miedo a tener que trabajar en condiciones inaceptables por un sueldo miserable (tú que siempre te has opuesto a los sindicatos, por cierto), al miedo a que al ir sacar cita médica no haya médicos, al miedo a no poder llegar a fin de mes, al miedo a que okupen tu casa, si es que la tienes.

 Miedo, mucho miedo y muchos miedos diferentes. Y su consecuencia, el resentimiento de los que creen que todo se les debía y todo se le ha negado, la ira de los que creen que por el hecho de llegar en patera a los extranjeros se les da, a manos llenas lo que tú no consigues con tu trabajo (alguna vez deberías probar a mirar en internet, en páginas oficiales los requisitos para cualquier ayuda económica o del tipo que sea).

 Frustración, miedo, resentimiento, ira. Tienes todos los ingredientes para que los que se quieren aprovechar de ti lo hagan a conciencia y tú te la tragues entera manipulado por las redes sociales, los bulos, noticias falsas y los comentarios de los que, como tú, pensaron que el futuro iba a ser un florido jardín de las delicias, en el que todo estaría al alcance de la mano. Ya eres un votante de la cada vez más creciente extrema derecha, que promete que el futuro será un jardín de las delicias una vez expulsados, otra vez, los moros de España, sometidas las mujeres a los deseos de los hombres y enclaustrados los sexualmente divergentes de nuevo, y esta vez para siempre. Y no nos olvidemos de meter la motosierra al estado, eso es fundamental

 Y tú, te crees los cuentos una vez más.

 Adelaido, retírate a tu cuarto y reflexiona sobre el mal que has hecho mientras te deleitas con esta bonita copla, muy antigua, por cierto:

 

 

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