Buscando el mar

… Y así descubrieron el mar de la zona de La Caleta, o la Torre del Mar de hoy.

Aquella mañana del largo día, en la que el calor empezaba a ser agobiante en la solana de la enorme peña en la que se abría la cueva familiar, (Cueva del Boquete) Krum ascendió junto a su hermano Kalo, hasta el gran agujero que atravesaba la peña casi en su cima, hacia el territorio llano y boscoso de la otra parte (Cueva Oreá o Cueva Horadada). Allí siempre soplaba aire fresco a través del enorme túnel. Ese día, el sol había llegado una vez más hasta el centro mismo de la cueva. (solsticio de verano, 21 de junio) Había ocurrido ya eso tantas veces como los dedos de las manos (diez años) desde que una enorme pantera de los bosques, arrancara de un terrible zarpazo, el brazo izquierdo de su padre, que aun así, logró matar a la fiera de un certero lanzazo en el costado, antes de que ésta terminara de destrozar a su hijo Krum y cargándolo después sobre su hombro sano, ascender la montaña con él, hasta la salida de este túnel, (cueva oreá) y aún le quedó energía, al avistar la cueva familiar, para lanzar un grito animal y estentóreo de aviso, cayendo después exhausto, desangrado y muerto. Extrañamente, desde entonces ni Krum ni sus hermanos, habían vuelto a aquel territorio de caza por antonomasia que era el boscoso Llano. Ni una sola vez habían vuelto a cruzar el amplio túnel que horadaba la sierra. Y no era por miedo a las peligrosas fieras y alimañas de la otra parte, porque ellos nunca conocieron el miedo. ¿Era acaso el recuerdo de su padre? Tampoco tenía mucho sentido, pues parece que, entre ellos, mientras viven, se defienden a muerte unos a otros, en un sentimiento sin límite de altruismo recíproco, pero al morir, se desinhiben, desaparece ese instinto y se despreocupan de los muertos. De hecho, a su padre, después de desangrado y muerto, lo abandonaron a la entrada del túnel y allí mismo fue pasto de buitres y otras carroñeras, mientras a él, en un esfuerzo supremo, lo llevaron hasta la cueva de la peña, para curarlo, entre su madre Yía y sus hermanos pequeños, Kalo y Rea. Sin embargo, el ensimismado Krum, parecía estar en profunda meditación sentado sobre una roca en medio de la horada cueva, cuando de sus ojos, se vio brotar algo parecido a unas lágrimas y sus ojos estaban vidriosos cuando emprendían la vuelta a la cueva familiar. ¿Estaban evolucionando aquellos hombres hacia los sentimientos y prerrogativas del pensamiento abstracto?

 En todo este tiempo, Krum y sus hermanos, con su madre Yía, deambulaban por el inmenso valle de lomas y barrancas que baja hasta el mar (la Axarquía), abatiendo caza menor, conejos, aves y alguna cabra, huevos, caracoles, serpientes y lagartos, que cubrían de sobra su dieta que completaban con suculentos palmitos, espárragos y algarrobas de la zona del Saliente. Habían aprendido a pasarlos por el fuego, construyendo un hogar dentro de la cueva familiar. Su vida transcurría plácida, pero los jóvenes Krum y Kalo, echaban de menos la relación afectiva y amistosa con jóvenes de otros grupos. Sobre todo, Krum, que a veces arrastraba una insoportable carga de testosterona que lo impelía a retar hasta a su propia madre. Y es que Krum, con sus 18 esplendorosos años, hacía tres ya que había llegado a la plena madurez de su raza y Kalo, acababa de llegar a ella. En cada salida se alejaban más de su cueva, acercándose poco a poco a una misteriosa línea azulada del horizonte. Un día por fin, decidieron llegar hasta ella. De repente, poco después de medio día, se plantaron frente a frente, ante una inmensa cantidad de agua, que se extendía hasta el infinito en todas las direcciones (Y así descubrieron el mar de la zona de La Caleta o la Torre del Mar de hoy). 

 Gozosos, disfrutaban de su nueva experiencia andando por la arena de la orilla, hasta un lejano promontorio de rocas que, abruptamente, penetraban en el mar, cuyas olas batían con fuerza contra las primeras piedras

 De pronto, detectan entre las rocas un grupo de humanos como ellos, que los observan tensos e intrigados. ¿Como ellos? Son un poco diferentes, quizás más altos y el pelo más castaño o rubio. Pero, sobre todo, los ojos menos hundidos y el arco de las cejas menos hinchado, casi liso. Los reciben con gruñidos guturales incomprensibles. Se muestran nerviosamente agresivos, pero esto no arredra a los hermanos, que les hacen unas formas de reverencia y de acatamiento, al tiempo que les ofrecen con gesto amistoso sus presentes: varios palmitos y un puñado de algarrobas que recolectaron por el camino. Aquello cambia los gestos y actitud de aquella gente, que se torna amable y amistosa. Roces, saludos, toqueteos, sonidos amables y rostros sonrientes. Y enmedio de todos, la que llamaban Galea, hija de Lagum, jefe del clan y de la bellísima Vilma.

 Su visión fue fulminante: rubia, esbelta, de frente despejada, ojos azul- verdosos y unos senos prietos y turgentes que presionaban contra la piel de cabra que la cubría, bajando hasta la mitad de sus perfectos muslos. A Krum, al verla, se le aflojaron las piernas y un terremoto de sensaciones, le arrasó todo el cuerpo y su corazón amenazaba con salirse por la boca, acosado por las mariposas de su estómago, mientras la libido se le enroscaba a la garganta y la cabeza, y se ahogaba en su pecho. Y en su cintura, se agitaban sus atributos. ¡Jamás volvería a la cueva de la peña si no era con ella, en sus brazos o a rastras! Y a ella, pareció también gustarle la ansiosa y lujuriante mirada, llena de deseo, del joven Kum (Fue el primer encuentro en la zona, entre los Neandertales y los Homo Sapiens). 

 Después, los hermanos fueron agasajados con comida abundante. Extrañamente, alimentos variados, pero con ausencia total de carne de caza: almejas, mariscos variados, pescado, caracoles, tortugas, etc., todo sazonado con un extraño desconocido polvo blanco (la sal) y sin pasar por el fuego que, aunque conocían, tampoco lo usaban para calentarse, por lo benigno del clima de costa, sino sólo, para alumbrarse de noche. Caída la noche sobre las rocas del promontorio en la playa, todos se retiraron a descansar. Prudentemente, después de un rato de espera contenida, Kr heum se acercó reptando hasta el cuerpo de Galea, que, en vigilia, parece que lo esperara desde hace rato. El macizo y musculado joven, la cargó sobre su hombro derecho, y junto a su hermano Kalo, salieron raudos los tres, confundiéndose con las sombras de la noche, emprendiendo en la oscuridad, el largo camino hacia la cueva de la peña (la Cueva del Boquete). No podía arriesgarse a que su madre se hubiera negado a entregársela, por lo que, viendo también el deseo en los ojos de la joven, decidió raptarla. 


 El contacto con el cálido cuerpo de la joven, el olor de sus efluvios corporales y el recuerdo de sus turgentes senos, dispararon su libido hasta el infinito, mientras la testosterona le bozaba hasta por los oídos. No pudo contenerse más y arrojándola contra la hierba, sin pudor alguno ante la presencia de su hermano, iniciaron una descomunal batalla erótica, que culminaron con tres momentos de placer supremo, antes de reemprender la marcha. Y aún con las sombras de la noche, repitieron la escena en cinco ocasiones más, en la larga ascensión hacia el puerto de la peña (Puerto del Boquete). Amanecía, cuando divisaron la entrada de la cueva en el gigantesco tajo, ya a no mucha distancia, cuesta arriba. 

 Fueron recibidos con júbilo por el resto de la familia, que festejaron la llegada de Galea al clan, agasajándola con un asado de cabrito, recién cazado aquella misma mañana y sazonado con aquel polvo blanco, a que el día antes, aquella extraña tribu, tan diferentes a ellos, le habían obsequiado como regalo y que ellos llamaban sal y que cambiaba total y agradabilísimamente el sabor de los asados.

 Nueve meses después, nacía un hermoso niño, fruto de la densa actividad de aquella larga noche y madrugada. Le pusieron de nombre, Ran, como su abuelo (Fue el primer híbrido en la zona, entre un Hombre de Neandertal y una Homo Sapiens, entre un ejemplar de “El Hombre de Zafarraya,” como se conoce en los libros al Neandertal de la Cueva del Boquete y una mujer de los recién llegados a la zona “Homo Sapiens Sapiens” de la Costa, y este gen de nuestros antiquísimos ancestros Neandertales, aún aflora después de casi 30.000 años, en el análisis genético de la mayor parte de la población europea). Pero de repente, se abrían muchas incógnitas en la apacible vida del grupo familiar de la Cueva del Boquete. ¿Buscaría su familia a Galea? ¿Encajaría está en su nuevo clan familiar, sin afectar a su unidad? ¿Su indudable hermosura, podría generar celos en su hermana Rea o deseo en el fogoso Kalo? Y la vida sigue. (continuará)

 Juanmiguel, Zafarraya.

 

 




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