La piedra en el zapato era una frontera donde en la aduana había que dejar siete votos para poder cruzar.
Y España, que también es el PSOE, y Sánchez que no es dictador porque los reyes comen con las manos, cruzó a la derrota sin miedo a perder. Había prisa por firmar la defunción, para no resucitar al muerto del pasado, porque en las calles se estaban escuchando cánticos de fogueo y, aunque no matan, son los efectos colaterales de una gran imprudencia, la de llamar a los perros que guardan la finca Caín y Abel, como hizo Jardiel Poncela, pero con dos actos y un epílogo por escribir.
Mientras tanto, en el resto del mundo van saliendo chimeneas de humo por todos lados, con dos guerras que España ve por la ventana de un dúplex, donde abajo vivimos casi todos y arriba Puigdemont, que fue el único capaz de ganar las elecciones generales y renunciar a la presidencia. “Luego pasan las cosas”, escribía Cela. La literatura pervive en el Congreso y Feijóo descubrió a Ismael Serrano sin tener Spotify, porque los mapas de los descubrimientos se le quedaron en América. Y quizás lo que más pudo aprender España fue que “Don Antonio”, el de los poemas, no el de ‘Cuéntame’, escribió ‘hoy es siempre todavía’ y que Ismael Serrano es un tipo que lee libros y escribe canciones.
Pero en España nadie renuncia a nada, basta con preguntar: “¿a qué no hay huevos?”, y hay caballeros, los de la triste figura, que no necesitan responder, porque para ser caballero hace falta más que un par de huevos y un tanto de locura. Hace falta ver gigantes donde otros ven molinos. Hace falta querer cambiar el mundo con un sueño, aunque el de Sánchez de momento es pesadilla, porque abandonó a Rocinante, se olvidó de Dulcinea y se compró un tractor. Y eso que la verdad es que no hay verdad, podría decir el borracho cuando llegó a casa borracho, pero José Alfredo no sufría de dislexia de emociones, era alegría ahogada en llanto. O en tequila, ahí dudo.
Y aunque haya amores a los que uno acuda con más o menos pasión, es evidente que los poderes del Estado siempre tienen que latir en corazones separados, y cada cual a su ritmo. Pero que nadie se asuste, la Amnistía es el final de una lanza clavada desde hace tiempo en los españoles, en todos, que presume de gran demencia, y cuando mira a los extremos alcanza la denominación de senil. Y encima con el tiempo se agrava. Yo, sin odio ni miseria, imagino a Puigdemont volviendo a Cataluña, su patio de recreo, con una sonrisa siempre escoltada, porque fue capaz de construir y destruir una República en un solo día e hizo de enemigo a todos, malos y buenos. Ahora vuelve con la pelota de la libertad a organizar un Mundial que se juega cada cuatro años y donde España casi siempre sale perdiendo.
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