“Zorras al menchón”


Fue el 25 de diciembre, primer día de Pascua. Fue en un año cualquiera, década de los sesenta del pasado siglo. Fue una de tantas noches en que los ‘tocaores’ salían a la calle con sus instrumentos para alegrarnos las fiestas navideñas.

 Recuerdo haber escuchado desde mi casa melodía de villancicos y salir a su encuentro para unirme a la comitiva que ya recorría las calles del pueblo. Mi primo Pepe con su violín, el primo Diego y Manolo ‘Javier’ con sus respectivas bandurrias. Faltaba la guitarra de Calles, excepcional guitarrista, que tantas veces los acompañó. Y es que este ya había emigrado a Cataluña siguiendo a sus hijos. En su lugar habían reclutado para el acompañamiento de guitarra a Antonio Guerrero (creo que este era su nombre), “Cacharela”, menos diestro, seguramente, que Calles en el arte del ‘toque’ y, sobre todo, según mis recuerdos, menos experimentado en formar grupo con los anteriores.

 Siguiendo a los músicos, parándonos cuando alguien sacaba una botella de anís y mantecados para invitar, charlando y aplaudiendo de vez en cuando, recorríamos nuestras empinadas calles cuyas casas, en aquellos tiempos, se hallaban bastante más ocupadas de lo que actualmente están. Y, al llegar a lo alto de Pitres, una parada y una invitación. Los ‘tocaores’ venían interpretando “A la puerta tenemos la Aurora”, pieza muy habitual en los pasacalles navideños. Y es en estos momentos cuando Manolo ‘Javier’, sin dejar de tocar, se dirige al guitarrista: “Cacharela, hombre, cambia ya de acorde, que vienes con el mismo desde que salimos”. 

...vociferando con voz algo turbia “viva el segundo día de Pascua”    

 La noche debió de ser larga y, seguramente, fría a no ser por los calores que el alcohol proporcionaba. Al día siguiente, cerca ya del mediodía, los vi en lo alto de un camión con un reducido número de incondicionales seguidores. Más de una invitación debía de haber aceptado uno de estos que, vociferando con voz algo turbia “viva el segundo día de Pascua”, vino a dar con sus huesos al asfalto desde lo alto del improvisado escenario ambulante.

 Recuerdo cómo disfrutaba yo al despertarme en la noche con las melodías de estos músicos callejeros. Recuerdo oírlos infinidad de veces cuando se juntaban para ensayar o “por echar un rato” en la casa de alguno de ellos (tan cercanas que estaban a la mía tanto la de Pepe, como la de Calles y la de Manolo). Y recuerdo haberme colado en múltiples ocasiones en la casa donde estuviesen reunidos (en las casas de los vecinos se entraba con la misma confianza que en la propia) solo por oírlos y poder contemplar de cerca sus instrumentos.

Los hay con muy buena voluntad, aunque su capacidad o experiencia no les permita superar el nivel de “zorras al menchón”    

 No tardé mucho en ser yo también un ‘tocaor’ de pueblo, un músico callejero que pasó más de una noche entre serenatas y ‘conviás’, aunque a la mañana siguiente tuviese que ir a la aceituna. He formado grupo con aquellos antiguos músicos a los que siempre admiré. Pero la emigración los alejó a todos del pueblo y, durante años, fuimos Salvador Arias y yo (bandurria y violín) quienes en nuestras vacaciones navideñas intentábamos mantener esta antigua tradición. No contábamos tampoco con un guitarrista fijo, pero casi nunca nos faltó algún voluntarioso espontáneo que, aunque solo tocase “zorras al menchón”, al menos no se ‘atravesase’ y fuese capaz de acompañar la melodía con el ritmo de su guitarra. El utilizar un solo acorde, como Cacharela, o varios, más o menos acertadamente, ya era otro cantar.
    
 A veces pienso que en esta sociedad de la que formamos parte somos como una gran orquesta en la que cada cual toca su instrumento más o menos acertadamente. Los hay grandes músicos, virtuosos, solistas; y, sin llegar a tanto, buenos ‘tocaores’ de pueblo. Los hay con muy buena voluntad, aunque su capacidad o experiencia no les permita superar el nivel de “zorras al menchón”. Pero también los hay que ‘se atraviesan’ y deslucen el buen hacer del grupo de músicos en el que caen, de los miembros de la sociedad en que les ha tocado vivir.

Santa Cruz, diciembre 2022
Luis Hinojosa D.

 

 

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