Debe serlo para los demás.
Y, sin embargo, basta pararse a pensar un momento para darse cuenta del error de esa forma de pensar que sitúa al yo personal como medida de la bondad o no de un acto, una idea, ocurrencia o política. Lo que a mí me gusta, para otra gente puede resultar inadecuado, extravagante, odioso, asqueroso o simplemente nocivo o molesto; pasa un poco como con el queso que todos los cocineros del mundo que conozco, de esta parte del mundo que habito, tienden a considerar que el manjar de origen lácteo es agradable para todos los paladares lo que a mí, que el queso me provoca nauseas, me hace estar en constante guardia en lugares en los que se da de comer a la gente y mirar por extenso los ingredientes de lo ofrecido. Reconozco que yo tampoco sería miembro de un club en el que admitieran a gente como yo.
...sanidad de calidad pública y gratuita, educación de calidad para todos los que quieran acceder a ella
Esto, que es una simple anécdota, es lo que pasa también con lo que en otros escritos he llamado, creo recordar, el integrismo europeo que nos hace creer que solo nuestra forma de pensar es la adecuada y que cuantos se alejen de ella arderán el infierno de los no europeos.
Aclaro que cuando digo Europa o europeos, me refiero también a toda la gente del otro lado de los mares océanos del mundo que comulgan con esta gente que somos nosotros y que al decir que lo que es bueno para nosotros puede que no lo sea tanto para ellos, sean quienes quieran que sean ellos, no me refiero a comer a diario, dos o tres veces, tener un techo sobre la cabeza, agua limpia en los lugares necesarios a un giro de llave, luz eléctrica, camas confortables, sanidad de calidad pública y gratuita, educación de calidad para todos los que quieran acceder a ella, aunque no puedan pagar la privada y, en fin, todas esa contrapartidas con las que los que mandan callan nuestras bocas y adormecen nuestras conciencias, aunque no todas. De todo eso que disfrutamos por aquí, lo que solíamos llamar “el estado del bienestar” y que en otros lugares es más bien una idea ilusoria o algo a lo que aspirar. Y que, por aquí, por cierto, como nos descuidemos lo vamos a perder igualmente.
...sí, soy un tipo ordinario, lo siento
Lo que no me gusta de la vieja Europa, voy a decirlo ya de una buena vez, es la imposición de nuestros modelos culturales al resto del universo mundo sin otorgarles la posibilidad de disfrutar de la relativa libertad de que aquí gozamos. Estoy, por ejemplo, totalmente a favor de que todas las mujeres de todo el mundo islámico decidan con libertad qué se ponen o qué se quitan, que estudien lo que deseen y que ejerzan sus profesiones, pero ese todas incluye a otros países tan integristas como Irán, pero con los cuales nuestra familia real, nuestra porque a nosotros nos toca mantenerla, está a partir un piñón. Me refiero, claro a esos simpáticos países en los cuales el emérito y el ejerciente tienen entrañables amistades y casi lazos familiares.
Lo que se viene a decir cuando se dice la ordinariez, sí, soy un tipo ordinario, lo siento, “o todas putas o todas honradas”. O exportamos la libertad verdadera a todos los que la necesitan o nos dejamos de desgañitarnos pregonando las muchas bondades del modo de vida europeo. Y la libertad verdadera pasa por poder elegir libremente el propio destino, tomar las riendas de tu propia vida y para eso hace falta más, muchísimo más que quitarse un velo. Hace falta quitarse la ignorancia, el hambre y la zozobra por el propio futuro que, hoy por hoy, es lo único, casi lo único que conocen la mayor parte de los hombres y mujeres, de los niños y las niñas del mundo al que queremos dar lecciones de democracia y buenismo. Para elegir libremente se necesita haber comido hoy, se precisa también tener esperanzas de comer mañana y los siguientes días del año, de los años sucesivos. A ver qué hacemos, nosotros que podemos, si queremos.
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