Cuando, cumplidos sus días -varios miles menos de los que todos hubiésemos deseado que viviese- , Manuel, que amaba, si amaba de querer, apreciar, prendarse, cortejar,… nuestra Alhama, decidió -lógicamente en primer lugar por convicciones espirituales- la fórmula más rápida e irreversible de que se fundiese su ser material con esta tierra, pero consiguiendo, sin buscarlo, que esa unión que se extenderá hasta el final de los siglos no fuese como la que le sucedió a Virata que, al paso de algún tiempo, quedó en el olvido de los hombres para siempre.
No, ni mucho menos, mi entrañable primer profesor y, después, durante todos los años que vivió mi gran amigo Manuel Vinuesa Jiménez del Barco, como hemos repetido y lo sentimos- en lo mejor de nuestras afecciones tantas personas y, por supuesto y en primer lugar, su excelente familia, su amada Carmen e hijos, vive y se le recuerda constantemente vayan pasando los años que pasen, ya casi veintiuno de su partida para la Eternidad aquel día de septiembre de 2001.
Virata es el protagonista de la novela “Los ojos del hermano eterno”, de Stefan Zweig, donde un hombre bueno que busca la perfección de lo justo, alcanza los máximos poderes y honores del reino, pero su consciencia y bondad le llevan por voluntad propia a quedar en la miseria y, en definitiva, ser olvidado para siempre. Así Manolo, Manuel Vinuesa, una persona de singulares sentimientos y un espíritu conmovedor-, el día del Carmen de 1984, festividad de su mujer y de la mía a la que cariñosamente la felicitaba, me escribía algo que para mía era una magistral lección más, tanto al discípulo suyo como al entrañable amigo: “Gusta releer algo que cuando jóvenes nos impresionó; es el caso de “Los ojos del hermano eterno” y ocurre algo así como una especie de auto examen. ¿Será que con el paso de los años nuestra alma o manera de sentir cambia? El recuerdo que tenía de Virata, me ha impresionado menos de lo que esperaba. Incluso juzgo su actitud negativa. Ahora opino que la búsqueda de la perfección, inalcanzable, claro está, no está, no se encuentra en “el ausentarse” (Desde luego, el autor trata esto magistralmente) pero veo que el camino tiene otro nombre: Ilusión y, sobre todo, Esperanza”.
Agustín Molina, mi primer maestro. Manuel Vinuesa, mi primer profesor |
Nuestros primeros maestro y profesor
En un principio, para los de mi edad y algo mayores y menores en años, al ser nuestros singulares maestro y profesor, así como personas, los tenemos siempre en un atento recuerdo que nos es, por amor y vivencias, indisoluble con quienes fueron nuestro primer maestro, Agustín Molina Jiménez, y nuestro primer profesor, Manuel Vinuesa Jiménez del Barco. Es imposible, si hacemos referencia a como comenzábamos a conocerlos a ellos y llegamos a convertirnos en grandes amigos, con los respetos y el cariño procedentes, muchos de los que fuimos sus alumnos, no era posible, ni lo es, hablar de uno sin hacerlo del otro en iguales términos de afecto y admiración y siempre con una gratitud que dura ya más de 68 años en mi caso con Agustín y un poco menos, pero más intensa la amistad, al permanecer él en Alhama, con Manolo, y que se extenderá hasta el último día de mi vida, si tengo la suerte de conservar la mente con alguna lucidez.
Ambos estaban contratados por Juan López Villén, titular de la Escuela Unitaria nº 1 , una de las del Paseo de Abajo, concretamente la que daba al mismo, entonces denominado del Sagrado Corazón de Jesús, tras recibir los nombres de Montes Jovellar muy poco antes de la Proclamación de la República, de Pablo Iglesias durante esta etapa, y del Sagrado Corazón de Jesús en los primeros días de febrero de 1937 con la llegada de los nacionales, aunque la mayoría lo denominaba Paseo de Abajo o La Carrera como era su denominación -claro está, en árabe- desde varios siglos antes de ser conquistada la ciudad en 1482, ya hablaremos de ello. Como ya algo comenté ampliamente del funcionamiento de las clases en el “Volver al ayer” de esta Alhama Comunicación de fecha 23 de septiembre pasado, Agustín estaba más dedicado a lo que eran los alumnos propios de la escuela pública que, prácticamente así figurábamos todos, con clases de 10 de la mañana a 1 de la tarde y de 3 a 5 de la tarde, o a las 6 si se abonaba la permanencia. Y Manolo se encargaba más de los alumnos que estábamos estudiando los primeros cursos del Bachillerato Elemental esencialmente ingreso, primero y segundo, con un horario estos dos últimos cursos, de 9 a 2 por la mañana y de 3 a 7 por la tarde, salvo los jueves que los alumnos de la pública no tenían clase y nosotros entrabamos una hora después, a las 4. Quede claro que los sábados se mantenía el horario de cualquier día de la semana y deberes para la casa también había bastantes, sobre todo Matemáticas pues don Juan, que se encargada de esa asignatura, le dedicaba el doble de tiempo que, a cualquier otra, por la dificultad de la misma y también porque era la suya, de no ser así, allí donde esté con toda sinceridad le pido perdón, pero creo que era evidente la suposición que siempre tuve.
Los homenajeados, Carmen esposa de Manuel Vinuesa, y el alcalde Francisco Escobedo Valenzuela, con las copias reducidas de las placas |
Un gran pedagogo
Manolo, concretamente a los cursos en los que lo tuve como profesor, nos daba la clase de 1 a 2 de la tarde. Y es curioso que los veintitantos que estábamos, allí desde las 9 de la mañana y quedándonos la tarde con tan sólo una hora para almorzar, le esperábamos con ganas, puede que unos más que otros, pero a los que nos gustaba la Historia y las Humanidades en general, el mismo francés que lo hablaba y escribía correctamente, y cuya cultura era realmente sorprendente, era una persona vocacional por la Historia partiendo desde su saber de la misma Prehistoria, atrayéndole sobremanera la cultura griega de la que era un verdadero experto, sus hijos siempre han recordado como desde la niñez de los mismos les contaba hechos y pasajes de la Mitología Griega, la que tan profundamente conocía y tan excelentemente narraba. Además, de todo ello, poseyendo un sentido pedagógico nada común, adelantado a su tiempo en tantas cosas, contando de un buen gusto para atraer y hacer casi ver con la imaginación lo que nos explicaba o narraba con tan adecuada expresividad.
Cada clase era una motivación concreta sobre la cuestión a tratar. Todos recordamos como cuando correspondía un concreto tema histórico organizaba dos grupos para en equipos responder a preguntas y cuestiones. Por ejemplo, romanos y cartagineses, cristianos y musulmanes, españoles y franceses, y así, no es extraño que cuando comenzó aquél célebre programa de “Cesta y puntos” pocos años después en la televisión y para toda España la tarde de los sábados, comentábamos “sí esto ya lo hemos experimentado de alguna forma parecida años antes con Manuel Vinuesa”.
En definitiva, un gran maestro que lo teníamos como profesor de concretas materias en las que era, es cierto, inigualable. Pero, hay que contarlo, también lo esperábamos y deseábamos estar con él porque, estando ello en boga en aquellos años y hasta bastante después, el jamás, al menos que yo recuerde, pegó a alumno alguno. Su castigo al que se lo buscaba era ponerle la mano en la cabeza manifestándole a éste que había que mejorar o superarse y pasarlo durante esa clase a las últimas bancas, mientras que don Juan - que presumía de no pegar con vara o regleta, aunque al menos mis compañeros que viven recordaran aquél día que no lo esperábamos y a las seis y pico de la tarde se presentó en la escuela y nos cogió a todos sin haber hecho los deberes de matemáticas porque creíamos que ese día no íbamos a tener clase con él y nos puso en circulo y con una “cisca” como denominábamos a lo que no llegaba al grosor de la vara y menos de la regla, sin ser fusta, comenzó a girar una y otra vez con la misma pasándola fuerte sobre nuestras piernas con pantalón corto- daba unos dolorosos cocorrones - para nosotros “cocas, puño cerrado con el dedo corazón sobresaliendo sin perder la inclinación- ,cosas que son realmente inolvidables y Agustín tenía unas “varillas” que les facilitaban haciéndole la coba compañeros que tenían campo -más de uno fue de los primeros en probar su propio regalos al bueno de nuestro maestro- que se aplicaban en las palmas de las manos aunque no llegaba a dar con la fuerza suficiente para que el dolor durase sólo unos momentos, por unas faltas ortográficas en el dictado, no hacer los deberes, o por hablar más de la cuenta en clase, etc. Claro está, en aquel tiempo, de no ser así eso de que “La letra con sangre entra”: ¿Cómo se podían mantener a cincuenta o sesenta alumnos en una clase cada uno de su padre y su madre y con edades comprendidas entre los 6 y los 14 años?
Manuel y Agustín tras el descubrimiento de la placa en su homenaje simbolizando a todos los buenos maestros y profesores que ha tenido Alhama |
Humanidad, entrega y responsabilidad
Que se sepa, jamás hubo por parte de ni un solo alumno animadversión hacia Agustín o Manolo, de los que estábamos en lo que se denominaba Academia, como alumnos de cursos de Bachillerato, y entre todos los cursos que impartieron clases llegaron a sumarse cientos de personas.
La prueba de ello está en que, cuando el también querido amigo Cristóbal Velasco Delgado -que llegó también a dar clases con Agustín y Manolo y luego fue profesor con don Juan unos años-, fallecido tristemente en mayo de 2015, y yo convocamos a todos los que habían sido alumnos, especialmente los que habíamos compartido academia, a un homenaje a Agustín y a Manolo, todo el que pudo asistir fue. Los que no pudieron en su mayoría se excusaron por muy diversos y serios motivos de desplazamiento o de tener ya otros compromisos, o estar fuera de Alhama de vacaciones en otras provincias y regiones. Otros que vivían en Cataluña, el País Vasco y otras comunidades españolas hasta se desplazaron expresamente para este reconocimiento que llevamos a cabo a ambos en agosto de 1999. Resultando de una gran emotividad y brillantez, abarrotándose el salón de actos del Ayuntamiento y su entrada, y eso que el homenaje venía a rendírseles, ni más ni menos, casi treinta y cinco años después de haber dejado de ser alumno de ellos. Creo que la placa que preparamos, descubrieron ambos y allí permanece, es suficientemente expresiva de lo que queríamos reconocer y reconocimos sin lugar a dudas y con toda claridad y afecto. La placa se colocó y encuentra en una de las galerías del Ayuntamiento, muy cercana al mismo lugar de lo que fue nuestra escuela y sobre parte de lo que fue nuestro patio de recreo.
A Manolo, como ya he expuesto sobre Agustín en su calidad de buen maestro, siempre lo sentí como un profesor cercano, pensando en el alumno y en que la enseñanza era sagrada, sabiendo muy bien las materias de enseñanza que tenía encomendadas aplicarnos. No discriminó jamás a ninguno de nosotros ni de forma alguna lo dejó atrás, insistía en lo que más necesitaban, daba apoyo y comprensión y nos imponía -eso sí, sin rodeos- como nos teníamos que respetar todos. Sufría con los que se quedaban atrás muy a su pesar y sobre todo le dolía profundamente que a los jóvenes les faltase ánimo y ganas de avanzar y luchar por un mundo mejor.
Placa dedicada a los dos inolvidables y queridos Agustín y Manolo, recordando a los buenos maestros que siempre los hubo |
“La esperanza viste el ropaje de la ilusión”
En la carta que he mencionado de él de 1984, me decía a continuación, entre otras cosas: “Si viste el programa de televisión hace unos días “Lápiz y papel” que estuvo dedicado a los niños ¡Qué pena de la redacción de dos de ellos en desarrollar el tema: “un mundo en paz, un mundo feliz”! Te pongo esto porque precisamente estando viendo la tele después de cenar, comentábamos mis hijos y yo y a raíz de la lectura del libro -se refiere, claro está, a la obra citada de Stefan Zweig- cómo unos muchachos tan jóvenes podían estar impregnados de tanto pesimismo. ¿Es que se ha perdido la ilusión en los niños? ¿Hasta qué punto seremos responsables? Bueno, no quiero caer en lo que estoy acusando, pero la verdad es que cuando ya se ha pasado en mucho el cenit de la vida como me ocurre a mí, hay una virtud cuyo brillo resplandece sobre los demás: La esperanza que como todos sabemos viste el ropaje de la ilusión.”
Y este hombre de luz e ilusión, teniendo a la esperanza por instrumento esencial, precisamente, no vio su primera luz en la misma Alhama, como creíamos por su sentimiento de siempre hacia su Alhama. Jamás dijo no haber nacido en Alhama y vivido unos años de la infancia fuera de ella. Pues sí, nació en Competa, ese bellísimo pueblo de la Sierra de Almijara, mirando al mar, donde su padre trabajó, como siempre, en lo que era un verdadero maestro, haciendo un buen pan. Estuvieron poco tiempo allí, y el nació el sábado 14 de enero de 1928 -por curiosidad, a mi me trajeron a este mundo veinte años y una semana exactamente después- , y Agustín nació el 6 de julio de 1924.
Su padre, Benito Vinuesa Crespo, nacido en Alhama, el 31 de marzo de 1892, panadero de excelencia y toda la vida haciendo un excelente pan y otros productos, muriendo también en Alhama el 9 de julio de 1964.
Su madre, María Teresa Jiménez del Barco Calvo, nacida en la Venta del Vicario, el 14 de febrero de 1894, falleciendo en Retuerto, población vizcaína, el 2 de junio de 1974.
El matrimonio tuvo siete hijos: Matilde, Emilio, Remedios, Salvador, Manuel, José y María del Carmen, ésta nuestra siempre querida e inolvidable, santa, inteligentísima y alhameñísima, como persona y clarisa, Sor Clara, nacida el 21 de septiembre de 1932 y que subió a la Eternidad el 13 de octubre de 2019.
La familia vivió en Alhama, Competa, Venta del Vicario, Fornes, Granada y Alhama. En la Venta del Vicario tenía una casa la madre de Manolo en la que había nacido, pero la panadería en la que trabajaba el padre se encontraba en Fornes. De Fornes se fue la familia a Granada porque no había colegio para los niños. Fue en la capital donde toda la familia sufrió la inesperada y sorprendente muerte del pequeño José, el hermano que seguía en el orden de los nacimientos a Manolo, por lo que habían de tener una confianza y complicidad elevadas.
José era un verdadero superdotado mental. Con seis años, repentinamente murió. Había estado jugando con sus amigos en el Campo del Príncipe y al volver a la casa se desplomó de buenas a primeras y falleció inesperadamente. Le hicieron la autopsia y nada encontraron los forenses que justificase esa sorprendente pérdida de la vida.
Aquel niño que, sin ir todavía al colegio, no olvidemos que se entraba con los recién cumplidos seis años, aprendió solo a leer, leyéndole novelas a las mujeres y a sus hermanos mayores. Iba preguntando letras a su madre, planteándole las dudas que lógicamente le surgían y, ante la sorpresa de todos, se puso a leer bastante bien.
Manuel Vinuesa Jiménez del Barco. Retrato al pastel realizado por la artista canadiense Judith Silver |
Guerra, injusticia y buenos profesores
Manolo fue a las escuelas del Ave María de “El realejo”, que estaba bastante cercana a la casa donde vivían, mostrando ya su disposición e inteligencia para aprender y seguir la enseñanza correspondiente. Hubo de sentirse muy triste cuando, a partir prácticamente de sus ocho años vive tan directa y familiarmente la Guerra civil.
Y más aún sufriría, y no poco por su sensibilidad, como sucedería con toda la familia, por los tres meses que el padre, llevado a cabo el golpe de Estado del 36 e iniciada la guerra, es avisado por buenos amigos que le informaron que estaba en una lista para ser fusilado, y uno de esos excelentes amigos que tenía Benito Vinuesa Crespo, lo tuvo escondido en su casa del Albaicín durante el tiempo indicado, salvándole la vida que podía haber perdido tan injustamente.
Concluida la Guerra, volvió la familia a Alhama y su padre alquiló un horno al final de la calle Llana, junto al Caño Wamba. Allí vivieron un tiempo y después subieron a San Diego, como nos dice su hijo Benito, a quien agradezco que me haya facilitado toda la información que desconocía: “En el horno luego vivió Salvador Fernández Pavón, conocido popularmente por Marín, el zapatero, que fue alcalde. Es la casa siguiente a la de Magdalena y Pepe Serrano que ahora es de su hija, mi prima Sole, esposa de mi primo Benito Vinuesa Pinos”.
Manolo fue a una de las escuelas del Paseo de Abajo. Pasando después a efectuar el Bachillerato Eclesiástico en Granada, en el Seminario Diocesano, donde aprendió -como decía Agustín sabiendo que las lecciones bien aprendidas son las que no se olvidan, por lo que había que aprender para no olvidar- Latín, Francés, Matemáticas”, etc. y tantas materias más de una forma profunda hasta el punto de ser siempre el primero de su clase, sacando muy buenísimas notas y ganado, curso tras curso que estaba establecido o se convocaba, las medallas y distinciones que se otorgaban a los mejores.
Tuvo siempre una gratitud a flor de piel para sus mejores maestros y profesores, en especial hacia alguno que durante toda su vida le tuvo por amigo y ejemplo. Sus hijos recuerdan cuando, caminando por las calles de Granada, se encontraba con alguno de estos, como por ejemplo el profesor Linares, y era todo un gozo para ambos y la satisfacción como saludaban a sus hijos. Seguramente poniéndoles como ejemplo a su padre en sus estudios y noble forma de ser.
Llegó la hora de hacer la mili y pronto ascendió a lo máximo que podía hacerlo quien ingresaba como soldado de 2ª, a cabo primero, en el Cuerpo de Intendencia. Pronto su capitán, observando su inteligencia y cualidades, le insistió para que hiciese la carrera militar ingresando en la Academia Militar, pero resultaba que él ganaba más de panadero que de teniente y no accedió.
Manuel y Carmen el día de su matrimonio |
Alto sentido de la solidaridad
En Granada trabajó en una tienda de sanitarios por la mañana y en otra de construcciones de obras públicas por la tarde. Los sueldos eran bajos y había que trabajar, al menos, en dos lugares para ir medio saliendo. Pasando después a una gestoría, sus conocimientos de matemáticas y gestión eran excelentes, y él cuando les arreglaba o atendía asuntos de pobres y viudas, con toda claridad y no afectando a la gestoría, no les cobraba. Como se suele decir, los papeles de las familias de sus amigos que fallecieron antes que él, a lo largo de toda su vida, desde que sabía hacerlo y de que gran manera para beneficiar al gestionado, los arregló todos sin cobrar ni aceptar lo más mínimo, ofreciéndose voluntariamente.
En 1954, el 25 de octubre y en la alhameña iglesia de Santa María de la Encarnación contraía matrimonio con el amor que sería el de toda su vida, Carmen Guerrero Camacho, la que aún conserva a su edad su amabilidad y cariño hacia las personas que conoce y trata, muy querida por los alhameños. Por supuesto, tal para cual en el trato a las personas y en el sentido de los valores verdaderos de las personas. Con ella trajo al mundo, constituyendo una ejemplar familia, seis hijos: Miguel Ángel, Benito, Juan Manuel, María del Carmen, José y María Dolores.
Como no podía ser de otra forma, el vocacional juego de Manolo era el ajedrez, del que era un verdadero maestro. Todos sus hijos fueron y son jugadores magníficos. Miguel Ángel dejó clara huella de ello, Benito fue Campeón Provincial Juvenil, José -el que juega mejor en palabras de su hermano Benito- fue Campeón Provincial Absoluto con 15 años, todos tienen calidad para, de haberse dedicado a ello, conseguir grandes trofeos y campeonatos a los más diversos niveles. ¡Qué buen maestro y ejemplo tuvieron también en esto, tratando el triunfo sin creérselo como algo superior y expresando siempre la mayor sencillez! Como ha sucedió en sus espléndidas vidas y sorprendentes currículos y trayectorias personales.
Manuel y Carmen con sus seis hijos. Miguel Ángel el mayor y María Dolores la más pequeña |
La dura marcha de un ángel
Pero, ¡Ay Dios mío!, siempre en medio de toda esta dicha por tener una familia tan excepcional se tiene que dar un pero. Y en este caso el más dramático y duro que pueden recibir unos padres y hermanos que se quieren: la muerte de uno de ellos. Fue el viernes 21 de septiembre de 1972, el mayor de los hijos, Miguel Ángel, cuando acababa de cumplir los 17 años, que se le quería por propios y extraños, como eso que era, un joven ejemplar en todos los sentidos, amante de su familia, amigo excepcional para todos, aplicado para obtener las mejores notas, cariñoso y hasta guapo, un verdadero “ángel”.
Manolo y Carmen, sobre todo y es lógico, pero también viéndose apoyados por sus otros hijos Y, dentro de lo que cabe y con un sufrimiento que en poco alivia el paso de los años, resistieron el embate. Sabían que tenían otros cinco hijos a los que entregarse y así lo hicieron, recibiendo de éstos -probablemente esto sea esa mano que suele tender el Supremo Hacedor para no ahogar del todo- el inmenso amor que siempre le han podido dar a sus padres, a él ahora en el recuerdo desde el corazón y a ella constantemente mimándola y queriéndola con la máxima ternura, como bien le ha correspondido siempre por su dulzura y bondad. Y, por qué no decirlo, por lo dura que ha sido la vida con ella.
Poema dedicado a Miguel Ángel por su querido hermano Benito |
Sus cinco hijos efectuaron muy brillantemente sus carreras en estudios universitarios y superiores. Todos, a excepción de la menor de la familia, María Dolores que se hizo médico, siguieron vocacionalmente a su padre en ser buenos profesores. Dedicándose a la enseñanza también, como es el caso, por ejemplo, de Benito, que, coronel del Ejército, con varios doctorados universitarios y superiores, por las tardes daba clases de Estadística en la Facultad de Económicas de la Universidad de Granada. Con él, quiso Manolo, que seguía con el gusanillo de la enseñanza, abrir una academia cuando éste culminó la licenciatura en Física, pero no cuajó, pasando el tiempo y no se llevó a cabo.
El escritor y poeta alhameño
Manuel Vinuesa fue siempre un magnífico escritor y poeta, ya mencionábamos como en sus estudios de Bachillerato Eclesiástico se hacía con todos los premios que se concedían. Entre estos, lógicamente, habría más de uno de redacción, relatos, poesía, etc. También fue un magnífico pregonero literato como buen escritor.
Dentro de la programación de la Feria de Septiembre de 1961, Emilio Fernández Castro, entonces concejal de Educación, con inesperado acierto, consiguió un programa excelente de actividades culturales: creación del Certamen Literario de Alhama, exposición de Pintores Alhameños, Campeonatos de Ajedrez, etc. El Certamen Literario despertó gran interés y aquellos alhameños que algo escribían con los que si lo hacían bastante bien acudieron a la pugna.
El primer premio fue para Manolo con su bello y gran poema “Alhama, la Novia del Río, el que comenzaba con “Alhama, la novia del rio/ de noble sangre ibérica/ fuiste Patricia y Sultana” y concluía “¡Alhama! ¡Alhama! conjura/ a tus pasadas generaciones, a los poetas que inspiraste,/ a los hijos que te amaron,/ que acudan las nostalgias/sentidas por tus ausentes./¡Increpad al progreso!/Que siga su marcha/ pero…por otro camino./ Porque tú, Alhama,/ eres la novia del río.” El segundo galardonado fue su querido amigo y compañero Agustín Molina, quien ganaría la segunda edición con su poema “¡Ay de ti, Alhama!, y la tercera edición, ya la del año 1963, lo volvería a ganar Manolo con “Queja”, cuya dedicatoria deja claro el contenido del excelente soneto:” Dedicatoria: A nuestra futura generación “Mantenemos lo que heredamos ¡Ojalá vosotros no aceptéis nuestro legado!”.
Manuel Vinuesa en un acto celebrado en el Ayuntamiento en el que es uno de los más jóvenes en primer plano |
Juan Miguel Ruiz Ortiz y su mujer Juani Raya Rojas, en aquellos años de los setenta |
Juan Miguel Ruiz Ortiz, que tanto quería y quiere a Manolo, me recuerda cuando le acompañaba a repartir el pan por los cortijos y, en los trayectos, él apuntaba “en una libretilla” notas sobre inspiraciones poéticas que le venían, expresándoselas a él a ver que les parecía. Algunas, que luego se convirtieron en un gran poema denominado “Los Molinos” y dedicada a su amigo Emilio Fernández Castro, de grato recuerdo, por la creación de los Certámenes Literarios cuando éstos cumplían diez ediciones en 1970, y la que Juan Miguel se aprendió de memoria sin el más mínimo apunte y tantas veces la ha ido recitando a lo largo de los años que hasta su amada Juani, Juana Raya Rojas, su esposa, también sabe algo del poema, todo ello evidenciando la calidad poética de Manolo que ha heredado, entre otros, su hijo Benito, considerado por personas expertas y de prestigio en la materia, como todo un gran poeta, que es lo que realmente es.
“LOS MOLINOS”
¿Dónde están de las ninfas los espejos?
¿Qué mano osada destruyó lo que era
sola por sí, tu alma y tu vida entera?
¿Quién tu música se llevó tan lejos?...
Ya no saltará el agua en mil reflejos
irisando en colores la ribera,
delicia de verano y primavera,
ni nacerá el musgo en tus muros viejos.
¿Y aquellos rodeznos? ¿Qué ha sido de ellos?
También siguieron tu andar peregrino,
Pobres molinos, un tiempo tan bellos.
Ya nadie se parará en el camino
ni verá de tu espuma los destellos
y la soledad será tu destino”.
¡Qué poema, bello y lleno de real sentimiento! Lo habéis llevado y lleváis, queridos Juan Miguel y Juani, ya durante tantas décadas, en su memoria y en la afección que le tenéis a Manuel Vinuesa, para nosotros Manolo por cuanto le quisimos, nos quiso y seguiremos queriéndole mientras nos quede un hálito de vida.
Sí, amigo lector, si eres de Alhama o llegaste a tratar o conocer a Manuel Vinuesa Jiménez del Barco te preguntaras por qué no he hablado, en esos años sesenta y setenta, de la Cooperativa Panadera, de la que fue alma con la entrega de otras personas, como Antonio Hinojosa, y la colaboración de todos los panaderos que se sumaron a la gran y generosa idea como ya expondremos, y de su paso por la Corporación Municipal como teniente-alcalde y concejal, dando claros ejemplos de lo que es ser un ciudadano fiel al servicio público mientras le dejaron que lo fuese. La próxima semana entraremos en ello y esperamos que así, en alguna medida, recuperamos para nuestra Alhama y su Historia algunos hechos y realidades más sobre la excepcional persona que caminó por este mundo con el nombre y apellidos de Manuel Vinuesa Jiménez del Barco y nos recomendó que la Esperanza la vistiésemos con los mejores ropajes de la Ilusión para andar más acertadamente el camino de la vida.
Poema que dedica Benito Vinuesa Guerrero, hijo de Manuel Vinuesa, al autor de este artículo: Andrés García Maldonado
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