Esta mañana me atreví a aventurarme por nuevos derroteros. Y, tras dejar el coche en el taller, salí a la carretera buscando caminos y veredas.
Desde hace tiempo suelo caminar casi a diario. Pero mi resistencia es muy limitada, por lo que mis paseos se desarrollan habitualmente por lo que yo llamo mi circuito urbano: alrededores de la piscina municipal y puente del barranco. Como excepción, si me encuentro ‘en forma’, tomo el camino del río o el de Los Morrones.
Esta mañana, no obstante, me atreví a aventurarme por nuevos derroteros. Y, tras dejar el coche en el taller, salí a la carretera buscando caminos y veredas que en otros tiempos frecuenté y que me condujesen hasta la orilla del río.
Fue mi primera intención bajar por la empinada cuesta que conduce hasta el viejo molino de arriba para, pasado el caz, tomar aquella vereda que conducía hasta las cercanas alamedas y, siempre por la margen derecha del río, nos llevaría hasta el ‘romance’ de Los Álamos, hasta el veraniego bar ‘El Tomate’ o hasta el mismo Balneario. Pero mi proyecto se vio truncado antes de empezar: aquel camino por el que tantas veces subí y bajé con bestias o sin ellas, a por agua, o acompañando a mi madre de pequeño a cocer unos dulces o a lavar la ropa, aquel camino ya no existía.
Esta mañana, no obstante, me atreví a aventurarme por nuevos derroteros. Y, tras dejar el coche en el taller, salí a la carretera buscando caminos y veredas que en otros tiempos frecuenté y que me condujesen hasta la orilla del río.
Fue mi primera intención bajar por la empinada cuesta que conduce hasta el viejo molino de arriba para, pasado el caz, tomar aquella vereda que conducía hasta las cercanas alamedas y, siempre por la margen derecha del río, nos llevaría hasta el ‘romance’ de Los Álamos, hasta el veraniego bar ‘El Tomate’ o hasta el mismo Balneario. Pero mi proyecto se vio truncado antes de empezar: aquel camino por el que tantas veces subí y bajé con bestias o sin ellas, a por agua, o acompañando a mi madre de pequeño a cocer unos dulces o a lavar la ropa, aquel camino ya no existía.
...un camino más ancho discurría por la margen opuesta del barranco pero, eso sí, cortado mediante una cadena
Tampoco encontré aquella otra vereda que, caz arriba, iba a desembocar en la que bajaba desde el puente de las Gitanas hasta las cercanas vegas. La una y la otra habían desaparecido. En su lugar, un camino más ancho discurría por la margen opuesta del barranco pero, eso sí, cortado mediante una cadena.
Desilusionado y casi por curiosidad busqué aquel otro camino, estrecho, de herradura, por el que tantas veces llegué a Alhama a lomos de mi caballo Marinero. O aquel otro, algo más ancho este, que desde la peligrosa curva de Los Álamos conducía a este cortijo. Solo encontré un desconocido acceso que, tras pasar bajo el nuevo puente, me llevó hasta la misma puerta de Octavio. Las demás viviendas (que yo recordaba muy bonitas) las hallé casi convertidas en ruinas.
Y no son estos caminos y veredas que yo buscaba esta mañana los únicos desaparecidos. No hay mucho tiempo volví, después de muchos años, a aquella haza que mi padre tenía en Los Llanos, cerca del cortijo El Chisme. ¡Cuántos recuerdos, cuántas vivencias acudieron a mi mente en aquella tarde otoñal al pisar de nuevo aquellas tierras sobre las que tantos sudores él derramó y en las que yo también experimenté la dureza del trabajo del campo! Y también busqué con la mirada aquellas veredas tantas veces recorridas en nuestro ir y venir a las múltiples tareas que la tierra de labor necesita. Todas habían sido borradas por el tiempo y el arado. En su lugar, algún nuevo carril desconocido para mí por el que ahora transitaban coches y tractores.
Desilusionado y casi por curiosidad busqué aquel otro camino, estrecho, de herradura, por el que tantas veces llegué a Alhama a lomos de mi caballo Marinero. O aquel otro, algo más ancho este, que desde la peligrosa curva de Los Álamos conducía a este cortijo. Solo encontré un desconocido acceso que, tras pasar bajo el nuevo puente, me llevó hasta la misma puerta de Octavio. Las demás viviendas (que yo recordaba muy bonitas) las hallé casi convertidas en ruinas.
Y no son estos caminos y veredas que yo buscaba esta mañana los únicos desaparecidos. No hay mucho tiempo volví, después de muchos años, a aquella haza que mi padre tenía en Los Llanos, cerca del cortijo El Chisme. ¡Cuántos recuerdos, cuántas vivencias acudieron a mi mente en aquella tarde otoñal al pisar de nuevo aquellas tierras sobre las que tantos sudores él derramó y en las que yo también experimenté la dureza del trabajo del campo! Y también busqué con la mirada aquellas veredas tantas veces recorridas en nuestro ir y venir a las múltiples tareas que la tierra de labor necesita. Todas habían sido borradas por el tiempo y el arado. En su lugar, algún nuevo carril desconocido para mí por el que ahora transitaban coches y tractores.
Desde los cortijos de Las Montoras y Matajacas partía la famosa “vereda del pozo Medina” al que los habitantes de estos cortijos acudían a abastecerse de agua de buena calidad
Y, por poner un último ejemplo en otros parajes de nuestro entorno, recordaré aquellos caminos que hasta hace algunos años yo conocí por tierras de los cortijos de Barranco. Un camino (cañada real dicen que era) que, desde el puente de Las Canales discurría próximo al barranco, conducía hasta ellos. A la altura del segundo, Las Montoras, una estrecha vereda, ensanchada posteriormente para el tránsito de carros y automóviles, conducía hasta él. Y, cruzando el barranco, otro camino de herradura discurría por la misma linde de La Umbría y llegaba hasta el cortijo Moreno. Desde los cortijos de Las Montoras y Matajacas partía la famosa “vereda del pozo Medina” al que los habitantes de estos cortijos acudían a abastecerse de agua de buena calidad.
Un ancho carril bien acondicionado que une la carretera de Granada con la de Loja vino a sustituir hace unos años al que en otros tiempos discurría junto al barranco. Los demás ya no existen. Como recuerdo, solo queda el pequeño tramo que unía el camino principal con el cortijo de arriba y las fincas colindantes. Pero actualmente, como propiedad privada, se halla cerrado y protegido por una valla metálica.
Un ancho carril bien acondicionado que une la carretera de Granada con la de Loja vino a sustituir hace unos años al que en otros tiempos discurría junto al barranco. Los demás ya no existen. Como recuerdo, solo queda el pequeño tramo que unía el camino principal con el cortijo de arriba y las fincas colindantes. Pero actualmente, como propiedad privada, se halla cerrado y protegido por una valla metálica.
...caminos por los que arrieros y vendedores ambulantes abastecieron a estas gentes cortijeras con sus variopintas cargas de alimentos, ropa y menaje
Decía Machado que “se hace camino al andar”. Y, aunque él se refiriese a otros caminos, tal vez también sea verdad en los de tierra. Decenas de cortijos habitados por humildes campesinos se erigieron durante siglos a lo largo y ancho de nuestra geografía andaluza. Campesinos que se visitaban con frecuencia. Campesinos que acudían al atardecer al baile que con cualquier motivo o sin él se organizaba en algún cortijo cercano. Campesinos que a la mañana siguiente, con su hoz o su amocafre a la cintura, se dirigían al tajo de la siega o de la escarda por el mismo camino que horas antes los condujo a la fiesta. Caminos y veredas que el gañán con su yunta recorrió una y otra vez hasta llegar a la besana. Y caminos por los que arrieros y vendedores ambulantes abastecieron a estas gentes cortijeras con sus variopintas cargas de alimentos, ropa y menaje.
Pero los cortijos poco a poco se fueron despoblando. Las yuntas fueron sustituidas por tractores y las hoces por modernas cosechadoras. ¿Y qué fue de estos transitados caminos, elementales vías de comunicación de las gentes del campo? Quizá algunos se hayan adaptado a los nuevos usos. La mayoría habrán sucumbido a la modernidad o, tal vez, a la ambición de un labrador.
No sé si legalmente pudieron eliminarse o deberían haberse mantenido. No sé siquiera si su conservación es de utilidad o, más bien, un inconveniente para la moderna agricultura. Solo sé que quienes en otros tiempos anduvimos por ellos y, por edad o nostalgia (tal vez por ambas cosas), gustamos de vez en cuando de volver la vista atrás, echamos de menos aquellos caminos y veredas por los que antaño transitamos.
Pero los cortijos poco a poco se fueron despoblando. Las yuntas fueron sustituidas por tractores y las hoces por modernas cosechadoras. ¿Y qué fue de estos transitados caminos, elementales vías de comunicación de las gentes del campo? Quizá algunos se hayan adaptado a los nuevos usos. La mayoría habrán sucumbido a la modernidad o, tal vez, a la ambición de un labrador.
No sé si legalmente pudieron eliminarse o deberían haberse mantenido. No sé siquiera si su conservación es de utilidad o, más bien, un inconveniente para la moderna agricultura. Solo sé que quienes en otros tiempos anduvimos por ellos y, por edad o nostalgia (tal vez por ambas cosas), gustamos de vez en cuando de volver la vista atrás, echamos de menos aquellos caminos y veredas por los que antaño transitamos.
Santa Cruz, octubre 2021
Luis Hinojosa D.
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