El diario provincial IDEAL dedicó un reportaje a Paco Moyano


En el mismo hace un repaso a su vida, a su trabajo en el bar familiar, a sus inicios en el cante, a su actividad política y a cuantas cuestiones dice no querer olvidar.

Cárcel y torturas para un «obrero del flamenco»

Cuando responde al teléfono Paco Moyano saluda con un «olé, olé», y ahí empieza un torrente de sentimientos e ideas que alimenta quien ha vivido y ha luchado mucho. Es de conversación larga y sabia. Es un artista de los grandes, aunque él se considera un «obrero del flamenco», con seis discos grabados en los que se proyecta su compromiso con las libertades y el progreso social que lo llevaron varias veces a la cárcel y a ser torturado

DESDE LA PROVINCIA | PACO MOYANO
JUAN JESÚS HERNÁNDEZ
Lunes, 22 noviembre 2021

Paco Moyano, que en realidad es Francisco de Asís Fernández Moyano, transmite buen rollo y deja la sensación de estar ante una de esas personas con las que podrías irte a por tabaco a una peña o taberna y regresar con los primeros claros del día, después de mucho cante y arte. Y eso es él, flamenco y memoria, compromiso y desgarro desde aquellos primeros años, todavía un niño, cuando empezó a beber flamenco en una enorme radio 'vestida' con tapetes de encajes de bolillo que hacía su madre, y en las tabernas que regentaba su padre en Alhama de Granada, donde nació y se crió y donde guarda la nostalgia.

Nace el Día de todos los Santos en 1951 en un bar, 'La Casita de Papel', y una fecha tan señalada seguramente tuvo mucho que ver con que sus padres lo llamarán con un nombre de santo de relumbrón, Francisco de Asís, eso y que su abuelo el republicano se llamaba así. «Quizás me quede algo de santidad en el subconsciente porque buena gente sí que soy». A sus 70 años le sorprende mantener un espíritu joven y comportarse como si fuera un niño, «aunque ya no pueda subirme a los árboles».

Con 11 años cantaba en las escaleras de la pensión de la vecina 'mama Tere' las cosas que oía por la radio, y a veces incluso cantaba en la emisora parroquial del pueblo. «Cuando sintonizaba una emisora con cantes flamencos cerraba los ojos y parecía que estaba sentado frente a un pequeño teatro».

Busca sus recuerdos desde los primeros cantes, cuando oía al niño de Vélez o Antonio el de Canilla. Eran tiempos cuando los cantaores iban a la feria de los pueblos, y en Alhama pasaban por la taberna de su padre y pedían al acabar la voluntad con un platillo del café. «Con los años se acumulan recuerdos y experiencias que vienen a ser como el patrimonio de la vida. La música popular es la búsqueda en la memoria de tus recuerdos. Esa es la diferencia entre un cantaor vivo y un 'muerto vertical'. Aquí la figura es el paisaje lo que el paisaje a la figura. No se puede despegar la memoria del paisaje en el que están hombres y mujeres a lo largo de tu vida».

Cuando echa la vista atrás los recuerdos son esas fotografías desgastadas por el tiempo y se ve jugando en un patio lleno de botellas, garrafas de licores, de jaulas de sifones, un cubo para el agua y el bullicio de la gente, el ruido de fondo, «que a veces era el de la blasfemia, que era el grito de los excesos para darle salida a la rabia en los años cincuenta, tiempos de dolor y coraje. Era el ruido de la vida y en medio recuerdo a mi padre como el sacerdote de la ceremonia que manejaba y oficiaba con sabiduría ese mundo de secuencias que se recrean en una bodega». A su padre, Antonio, le conocían con el apodo de 'Manolo el gafas', y solía decir que la solución de los problemas de la vida estaban ligados al trabajo. No entendía que alguien estuviera con los brazos cruzados si quería que la sociedad cambiase. Había semanas que ni dormía en casa, se echaba ratos a descansar en una mesa de camilla porque la taberna estaba casi todo el día abierta. «Esa autoridad moral la llevan a gala hasta sus nietos y eso que era canijo y hombre de poca fortaleza física, pero sus principios y proceder lo hacían muy grande».

La taberna de 'Manolo el gafas'

 Su padre dejó 'La Casita' y se quedó con otra taberna en una de las esquinas de la plaza de Alhama. Pronto hizo que esa –a la que la gente conocía como la 'taberna de Manolo el gafas'–, fuese lugar de encuentro para el cante y la guitarra, «y allí es donde el arte fluye y mana, y donde yo bebo del flamenco y empiezo a tener una presencia constante». Por allí pasan y conoce a Juanito Valderrama, Pepe Marchena... Empezó a frecuentar en Granada la Peña La Platería o la de Juan Breva, en Málaga, de forma que el flamenco se iba apoderando de él. Cuentan quien lo conoce que cuando trabajaba en la bodega de su padre tenía la costumbre de bajar, al anochecer, hasta el remanso del Riachuelo, donde acostumbraba a bañarse y lanzarse a capela con cantes que se escuchaban como ecos recorriendo las paredes del Tajo.

 Dijo una vez Rafael Cansino que todo lo flamenco aboca a la social, y Paco Moyano empieza a ver pronto que sus inquietudes tienen respuesta en el cante. «Es un proceso, sí, porque al principio te sientes atraído por la musicalidad de algo que tiene que ver con el paisaje, pero llega un momento en el que descubres que el flamenco es una herramienta para ser voceros sociales. El arte es una de las formas más claras del estudio de la historia del hombre, y en la música popular se da la oportunidad de entender la vida, las emociones humanas y las aspiraciones sociales, como estos cantos por seguiriyas:

 «A la mar miraba, /a la mar miré y yo miraba para todas partes /y solo me encontré»

 «La noche que en capilla, /metieron a Riego, /los suspiritos que daban sus tropas, /llegaban al cielo».

 Moyano sostiene que el cantaor tiene que tener una filosofía popular para que todo lo que cante sea la reivindicación del dolor, de la pena y de la alegría del pueblo. «Si él no traiciona a ese pueblo esas son las primeras cosas que tiene que cantar y que ofrecer. Es una toma de conciencia que con la edad se asume dentro de una búsqueda constante en los caminos que recorremos».

 Esa búsqueda y esa toma de conciencia inevitable coincide con lo años de la Transición política, en los que se producen cambios radicales en la sociedad española y andaluza. «¡Cómo vas a mirar para otro lado, aunque ese posicionamiento te lleve a la cárcel y incluso te puede costar la vida! Pelear por un mundo mejor es un acto de amor al prójimo. Supone un esfuerzo intelectual y de valentía, pero había que hacerlo y hay que hacerlo. Mi conciencia tiene sus raíces en las lecturas de Federico o Miguel Hernández y en el ejemplo de mi padre, republicano –que sufrió que fusilaran a mi abuelo el Jueves Santo de 1937 por ser carabinero en el Puerto de Málaga–».

En esa inquietud social sitúa Moyano lo ocurrido con el balneario de Alhama, que considera una usurpación de un bien comunal por el artículo 155 de la Ley Hipotecaria, que era franquista.

Ha compartido cartel con los mejores artistas del momento como Camarón, Paco de Lucía...
 Después de años de lucha y cárcel, la sociedad no ha avanzado lo que se deseaba en materia de libertades. «Mientras haya pobreza e injusticia nuestro sistema democrático es imperfecto y está enfermo, y ya que digo enfermo me llama la atención que se promocione la sanidad privada. La salud no puede ser una cuestión de negocio porque todo el mundo no tiene derecho a los mismos servicios y eso no es democrático y no es justo, y tampoco lo es que a una familia la desahucien de su casa como a perros porque no pueda pagarla».

 No hay un palo flamenco que exprese mejor la injusticia porque hasta las alegrías o lo tanguillos pueden ser ventanas para la injusticia y los derechos, todo depende de la conciencia del cantaor y de las letras:

 «Tristes guerras, si no es amor la empresa,/ tristes almas, si no son las palabras,/tristes hombres si no mueren de amores».

 El compromiso social de Paco Moyano lo llevaba a los escenarios, en los que cantaba y recitaba a poetas prohibidos. Entre los años 1974 y 1993 es uno de los cantaores reconocidos del país y comparte escenario con los mejores artistas del momento como Camarón, Paco de Lucía, Tomatito, Enrique de Melchor, Manuel Mairena, Manuela Vargas, Habichuela... «Hubo algunos con los que no compartí escenarios, pero sí taberna en Cádiz».

 En su mejor momento creativo pone en marcha en Madrid el 'teatro flamenco', con Jesús Domínguez, Salvador Távora –actor y director teatral renovador del teatro independiente andaluz en el mundo del flamenco– y Mario Maya. Su paso por Madrid lo relaciona con los tablaos y las aulas universitarias y el teatro. Crea también una compañía en la que crecen como artistas Sara Baras o Eva la Yerbabuena. «Eva llega a la compañía con 16 años. Entonces ensayaba frente a un espejo en la cochera de su padre, y por ahí pasa Sara Baras y un grupo de artistas que hoy están en los elencos de primera fila como Andrés Marín o Israel Galván».

 Su primer disco aparece un año antes de la muerte de Franco: 'El cante de Paco Moyano' y sucesivamente saldrán al mercado 'Yo os canto', 'A corazón caliente –que graba en un estudio de Polonia–, o 'De sur a sur', carrera discográfica que alterna con giras como la que le llevó a México durante seis semanas. En 1985 estrena la obra 'Ausencias' en París, sobre el romancero de Miguel Hernández, con la guitarra de Pepe habichuela, que después llevará por otros países europeos y América latina con 480 representaciones.
Intimista y vindicativo

 Su visión es intimista y vindicativa, por eso no circula por los festivales de verano. Quería tener la libertad de decidir cuándo cantar y dónde, y por eso recorre con su cante asociaciones de vecinos y universidades... Y al final decide dejar el flamenco porque «prefiere ser un tabernero libre que esclavo de las administraciones». «Los teatros y los espacios públicos están en manos de las administraciones y no quería formar parte del coro de voces para apoyar a los políticos ni formar parte de una farsa contra la propia democracia». En ese momento es cuando se convierte en restaurador y tabernero, como le gusta llamarse, con el hotel restaurante 'La seguiriya', en Alhama.

 Se considera un proletario y por eso le gusta decir que es un «obrero del flamenco». Hoy han desaparecido muchos oficios que tenían que ver con la mano de obra, en el campo o en el arte. La máquina ha desplazado a los oficios y soy un cantaor de oficio».

«Si tengo que morir por las ideas estoy dispuesto para que el mundo de mañana sea mejor»
 «Cuando le preguntaban a mi padre cómo estaba, solía responder que estaba 'casi bien' porque bien, bien de todo sería pecado, y eso digo yo ahora, que estoy 'casi bien' en este momento de mi vida en el que me siento afortunado por lo pasado y por lo que está por llegar. Habrá quien esté mejor, pero muy poquitos, pero hay muchos que están peor». Cree que el mundo, en general, está mal repartido. «Tenemos unos administradores que no acaban de dar con la techa. Había un paisano que decía: 'Al administrador que administra y enjuagador que enjuaga, algo traga', y eso explica los desfases entre los que dirigen y los que obedecemos».

– La vida ¿templa, serena o cambia?

– «El tiempo da argumentos a las personas para vivir y para morir. Soy consciente de que morir es el precio que hay pagar por vivir. No siempre se puede elegir, pero el hecho de vivir es una alegría diaria, es como un milagro».

Queda la memoria

 Del Paco revolucionario, enérgico, comprometido y vital le queda a sus 70 años la memoria. «La energía no puede ser la misma, pero la esencia de lo vivido permanece siempre. En la medida que en uno pueda debe aprovechar la vida para mejorar las cosas, para hacer que nuestro día a día y el de los demás sea más agradable». Cuando era joven tenía el espíritu y el propósito de mejorar las cosas, y eso se mantiene intacto porque, en su opinión, el mundo no ha cambiado como sería justo y necesario, «y tenemos la obligación de creer que es posible cambiar el mundo, sobre todo para los que creemos más en lo humano que en lo divino. Hay que apostar por un tiempo mejor porque tenemos hijos, nietos y hay gente que lo pasa mal».

 Lo pasó mal y ahora lo pasa mal porque le preocupa la herencia que va a recibir de este momento su nieta Manuela, que es su locura. Una vez dijo que estaba dispuesto a morir por lo que sentía y lo que pensaba, y décadas después no ha cambiado de idea porque a estas alturas de su vida cree que el sacrificio por los ideales es parte de su instinto, de la defensa de la vida. «Me pregunto qué será de mi nieta con una educación que no da la talla, una sanidad que se deteriora por días y con la falta de libertades que tenemos, sobre todo gracias a la tecnología de un simple móvil que nos controla las veinticuatro horas. Y en una sociedad que consume más pan del trigo que produce... ¿Dónde vamos? ¿Qué sociedad estamos creando? ¿Qué forma de vida vamos a dejar a mi nieta Manuela?


«En prisión nos golpeaban en la planta de los pies hasta que no podíamos andar»

 Cuando decide ser cantaor pensaba más en triunfar que en una misión social, y viaja a Madrid, donde comparte piso con universitarios. Se encuentra una ciudad muy activa y comprometida que le impacta y le hace tomar conciencia de lo que estaba en juego. «Y sí, empecé a tomar partido por la opción de la defensa de la idea republicana y contra el fascismo, contra la represión... Empiezo a cantar para estar cerca de la gente que sufre, y eso me lleva a la cárcel hasta en cinco ocasiones y a pasar por prisiones de Madrid, Córdoba o Granada, y sufrir torturas. Nos golpeaban en la planta de los pies hasta que no podíamos caminar, pero eso me da fuerza y orgullo». El tiempo más largo en prisión fue en Madrid, más de dos meses. Una de las dos veces que estuve en la cárcel de Granada el juez ordenó mi libertad y me llevaron hasta la Guardia Civil en el cuartel de las Palmas para ver si el comandante estaba de acuerdo... Y Franco ya había muerto. Cantarle a los presos, por reclamar la vida y la justicia social era sinónimo de rojo y los rojos acababan en la cárcel. La idea es que nos sintiéramos totalmente humillados, pero nosotros respondíamos con la resistencia, cuando se podía. Más de una vez lloré de rabia y de impotencia».

 No quiere olvidar su paso por la cárcel, ni pasar página. La memoria sirve para saber qué no hay que hacer y olvidar sin tener en cuenta el dolor que se ha pasado. Hay una soleá que dice: «Dicen los sabios doctores/ que la ausencia causa olvido,/ yo soy uno que no puede olvidar/ lo que ha vivido».

 Y Paco recuerda cuando su madre iba a verlo a prisión y no la podía ni abrazar, y recuerda a las madres de otros presos que les llevaban alimentos. «Había mucho amor y solidaridad y había mucho sufrimiento».







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