Territorio le Carré


 Sucede, más a menudo de lo que quisiera, que la realidad me fatiga.

 En esos momentos quisiera poder dejarlo todo e irme a cualquier sitio. Pero ni tengo nada que dejar, ni sitio alguno al que ir del que no quisiera irme nada más llegar. Soy demasiado alhameño para encajar en cualquier otro sitio. Fuera de Alhama creo que llamo la atención, como la llamaría un fusil de asalto AK-47 en medio de una colección de mosquetes y trabucos.

 Pero algo hay que hacer cuando el jefe del PP habla de convencer a la Unión Europea de que no se cambie la legislación laboral española o cuando la presidenta del Congreso hace lo que le sale del flequillo, o hace unos días, cuando el presidente del gobierno abrazaba al Señor Oscuro. Y, ¿qué he decir sobre ese trasiego del emérito que si España, que si Estoril? Qué he de decir que pueda publicar, se entiende.

 Añádase a esto la zozobra de ignorar si he de disponer en el futuro del suave papel que llamamos higiénico, o si podré seguir comprando libros editados en buen papel, con buenas cubiertas y con historias interesantes que llevarme a los ojos. Y no es menos agobiante la falta de chips, imprescindibles para casi todo lo que considero necesario e incluso indispensable.

Ganas me dan de decir que ya había avisado antes en mis miradas de que no era posible seguir así, consumiendo y agotando recursos naturales de forma irresponsable. Pero no lo voy a hacer. ¿para qué?
 Cuando todo eso acontece y casi ni me aguanto a mí mismo, suelo escapar, no a un destino paradisíaco, que no me puedo permitir, ni a esos “Mares del Sur” de los que escribió Montalbán y que no eran otra cosa que la Barcelona proletaria que tan bien me fue dado conocer y en los cuales ahora me sentiría absolutamente desolado. Más bien me refugio en ese territorio le Carré, que estoy por decir que tampoco existió, como tampoco existieron nunca ni la Inglaterra de Poirot ni la de Guillermo Brown. Fueron territorios míticos en los cuales había pueblos tranquilos, trenes puntuales, correo de la tarde, tes de los cinco llenos de cosas deliciosas y agradables tardes de otoño.

 Del mismo modo creo que la Inglaterra de George Smiley tampoco existió nunca, no del todo, porque parte de ella fue creada por el novelista inglés, que, hastiado del Brexit y del actual primer ministro británico, decidió hacerse irlandés antes de morir. Tal vez no exista en la vida real, ya definitivamente no, como tampoco existen los lugares de nuestra infancia ni la vida que antes llamábamos “la normalidad”. Pero sí persisten en las páginas, de papel o electrónicas, de las novelas.

...escasea casi de todo, por la pandemia, sí, pero también por el brexit y por la ineficacia de sus políticos.
 Y, perfectamente puedo inventar una tarde agradable de otoño en un tranquilo club londinense en la cual disfrutar del silencio, la compañía de mis recuerdos, y las siempre estimulantes, intelectualmente, historias de ese espía que surgió del frío y que tanto hizo por defender el recuerdo de la vieja y querida Inglaterra. Lucha fracasada, al final lo poco que podía quedar de esa tierra ha sido conducida por sus gobernantes al lugar en el que, como en la Rusia de “La casa Rusia”, escasea casi de todo, por la pandemia, sí, pero también por el brexit y por la ineficacia de sus políticos.

 Y, por cierto, esta mirada. ¿De qué trata? No estoy muy seguro de saberlo, pero creo que de que aún es posible la esperanza, mientras esté Yolanda Díaz al frente de la negociación sobre la derogación de la reforma laboral del PP. ¿Estás seguro? No, últimamente no estoy seguro de nada.




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