Los españoles y el infinito enfado


 Desde el principio ya desbarro al pretender saber cuál es el estado de los españoles.

 De todos los españoles, sin dejar ni uno fuera de esa generalización, que como todas las generalizaciones son erróneas.

Pero sí que conozco, hasta donde es posible el autoconocimiento, a este español que soy yo. Y gracias a Dios, creo ser como el Dios de los musulmanes, según su propia definición:” Soy corto en la ira y largo en la misericordia”, según el Corán, por supuesto; porque de lo contrario en los pasados días no me digan que no hemos tenido motivos para soltar algún sapo y culebra por la boca ante, por ejemplo, la osadía del, por otra parte, excelente novelista, Mario Vargas Llosa, de regañarme porque me equivoco al votar cuando no voto lo que él quiere que vote. Y que diré del ministro, afortunadamente no recuerdo ni quiero recordar su nombre, que aconseja doblar la raspa hasta los setenta y cinco años, que no digo yo que, en empleos de despacho enmoquetado, aire acondicionado y bien surtido mueble bar (no he estado en ninguno así, claro está, pero es fácil de imaginar) quien trabaja en esas condiciones, no digo que no; pero en la recogida de la basura, las tareas agrícolas manuales o encima de un andamio, todos los años hieren y los últimos matan. Máxime si los últimos los alargamos más de lo que dicta la mínima humanidad. No ha faltado algún otro caso digno de enfado, pero también lo he olvidado.

...gritando con voz chillona eso de “te voy a afeitar el capullo”
 He estado a punto de convertirme en la parodia de esa parodia que era José Luis López Vázquez gritando con voz chillona eso de “te voy a afeitar el capullo” y degradando, un poco más, al ya degradado, por la vida y las injusticias vistas y cometidas en toda una larga carrera de inspector de policía de barrio, que era el inspector Méndez, que es el inspector Méndez, genial creación de Francisco González Ledesma. Pero no ha llegado la sangre al río. Ni me he dejado llevar por la ira porque sigo el aforismo del filósofo del martillo, que era como gustaba de llamarse a sí mismo Nietszche, procuro no forzar el aparato digestivo y tengo una excelente capacidad para olvidar necedades, asuntos que no puedo resolver y demás circunstancias que hacen que la vida sea un poco más amarga de lo que ya lo es.

 Lenitivos que aplicar para solventar esas leves crisis de “lopezvazquismo” no me faltan, dada la amplitud de mis intereses, gustos y aficiones con las cuales escapar de las realidades que no está en mis manos cambiar. Pero sí puedo hacerlo con mi estado de ánimo y cambiar un arrebato de ira en un estado mucho más placido y llevadero. No es que sea fácil siendo español, bajito y calvo; pero imposible tampoco es a poco que uno se lo proponga.

...para, llegado el caso, poder mandar al señorito escritor, muy buen escritor eso sí, a tomar por dónde se empiezan los cestos y relajarme
 Que a fin de cuentas ese es y no otro es el objetivo de la philosophía de lo cotidiano, tener recursos materiales y culturales para, llegado el caso, poder mandar al señorito escritor, muy buen escritor eso sí, a tomar por dónde se empiezan los cestos y relajarme, por ejemplo, con una novela suya.

 Es forma de actuar que no aconsejo a nadie, casi nunca doy consejos no pedidos, pero que sí me aconsejo a mí mismo. Eso y seguir al pie de la letra el decir de un compañero de armas de mi padre que aconsejaba a mi progenitor, “Benítez, tu diles a las monjas que sí a todo y luego haz lo que quieras”. Eran ambos sanitarios en el Hospital Militar de Málaga y las monjas eran repínforas, que los de Arganda saben que significa “tres veces más malas” donde malas es eufemismo por otra expresión más malsonante.

 Y, sobre todo, me sirve considerar que el perdón, la misericordia y la compasión es mucho mejor que el odio y la venganza. Con esto el del martillo estaría en total desacuerdo y yo a ratos, pero sólo a ratos, también.





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