Se terminó la feria. El verano, oficialmente, ya ha pasado. Lejos queda la Virgen de agosto, la tramposa, y en las trojes, y en las cámaras, poco queda del grano recogido. Quién diría que hace poco apenas se podía uno rebullir por aquí y que mi cama era una manta sobre el trigo en la cámara grande.
Pero vino el Chico, con su brillante romana, acompañado como siempre de Félix, y se llevó la cebada. Poco después sería el trigo. Eso sí, no sin antes haber liquidado la cuenta del pan del año con los panaderos. Por último fueron los garbanzos: este año se los ha llevado Bartolo el de Las Ventas, los pagaba algo más caros.
Envasar y pesar una gran cantidad de sacos tiene su tarea. Pero a veces se abrevia. Tenía mi padre una gran destreza con la cuartilla (siempre la cogía él en estas ocasiones) a la hora de llenar los sacos. Más de una vez fui testigo, a la hora de vender una partida de grano, de pesar un saco, dos, tres…. y ser tan semejantes los pesos que Félix decía: pesamos este y este (elegidos al azar) y lo dejamos.
Y es que la habilidad de la gente del campo en la medida de granos con la cuartilla o la media era algo muy común. Porque, realmente, era la forma habitual de sus transacciones. Más aún si nos remontamos algo más en el tiempo y pensamos en las ventas, trueques o préstamos de cualquier producto entre los campesinos de nuestros pueblos y cortijos.
En alguna ocasión me contó mi suegro cómo su padre adquirió la parte de la vivienda del cortijo que había correspondido en herencia a uno de sus hermanos por no sé cuántas cargas de cebada. Una carga eran dos costales con fanega y media cada uno. Y así, de este modo, se medía (que no se pesaba) la semilla que un labrador prestaba a otro para la sementera. O el trigo con que se pagaban las fanegas de vales que se debían al panadero. Había quien con trigo o cebada (así medidos) pagaba al vendedor ambulante. Incluso la ‘iguala’ del médico.
Pero, para que estas medidas pudiesen presumir de exactitud, había un complemento indispensable: el ‘raeor’, ese cilindro de madera que, hábilmente manejado, enrasaba a la perfección el contenido de nuestro instrumento de medida.
Tener una buena cosecha de trigo era garantía de estabilidad. Una buena cámara abarrotada de este cereal era la alegría del verano, el remedio a las deudas acumuladas durante todo un año y esperanza de futuro. Lugar secundario ocupó siempre la cebada. De ella se reservaba una buena parte para alimento de los animales. Por supuesto, la mejor, para la próxima sementera. Y, si el año se había dado bien, el excedente se podía vender para pagar alguna trampa.
Pero no, no era la cebada la alegría del labrador. Por una parte, su precio siempre fue inferior al del trigo. Pero, además, una fanega de cebada pesa bastante menos que una de trigo (unos diez kilos menos aproximadamente). Por eso mi padre, siempre tan sabio en sus sentencias, al vernos a alguno con cara mustia, seria, y algo así como enfadados con el mundo, solía decir: “tienes una cara como si te lo debieran en trigo y te lo hubieran pagao en cebá”.
Santa Cruz, septiembre 2021
Luis Hinojosa D.
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