Naturalmente los madrileños tienen todo el derecho del mundo a votar a quien le toque la cartera lo menos posible.
Y yo me autoconcedo el derecho a reñirles, amablemente, eso sí. Únicamente el director de este medio puede revocar ese derecho que me autoconcedo, mediante el sutil subterfugio de no publicar el artículo. Y naturalmente los lectores de este medio, que pueden no leerlo e incluso comentarlo desfavorablemente, pero sin insultar, que eso no lo permite el libro de estilo de este medio, creo recordar.
Y no voy a reñir a los madrileños por apostar decididamente por su cartera, o, ya puestos sus cuentas bancarias o fondos de inversiones, ni por aspirar a vivir “a la madrileña”, forma de vida que comparto en el gusto por el terraceo, y el cerveceo, aunque yo soy más de tercios que de cañas y a fuer de granadino prefiero las excelentes cervezas de mi provincia. Es que soy muy provinciano.
Tampoco es exactamente reñirles sino más bien recordarles que cuando el FMI y el presidente de los Estados Unidos apuestan por la solidaridad de subir los impuestos a los que más ganan, invertir más en sanidad, educación y fomento del empleo público; cuando incluso la Unión Europea está planteando levantar conjuntamente con Los Estados Unidos la patente de las vacunas; cuando todos los aires que soplan por el mundo parecen ir en contra del anarquismo de derechas representado por Ayuso y sus socios, me parece que se equivocan. También podría darse el caso de que Biden y el FMI estén equivocados y los madrileños no, por supuesto.
Naturalmente ni al presidente de Estados Unidos ni al del FMI se les ha aparecido el “Espíritu de la Socialdemocracia y la Justicia Social” y los ha convencido. El americano pretende sanear su país para enfrentarse mejor a China, en lo económico y el FMI recomienda esas medidas como modo de que salgamos de la pandemia fortalecidos y después ya se verá. Pero, aun así, soplan vientos de cambio que los madrileños no han sabido reconocer y han vuelto a votar más de lo mismo. Y no les va tan estupendamente como ellos creen. De hecho, les va peor, en economía, que, a los catalanes, que tampoco es que estén para tirar cohetes.
Pero yo que siempre he sido un firme partidario de todo lo público, excepto las mujeres públicas, no puedo estar más de acuerdo con las nuevas tendencias que parecen venir de quienes siempre han apostado por todo lo contrario. De hecho, Biden parece dispuesto a terminar con el legado de Reagan y Thatcher en materia económica. Si lo consigue, o si lo intenta “de adeveras” y no lo consigue, tendrá todo mi respeto y una mirada en la que me retracte de alguna otra anterior dedicada a él. Y yo me tomaré a la madrileña manera una Alhambra Roja (hasta en las cervezas me tira el rojerio) y una de gambas a la plancha. Cuando el estado de la pandemia lo permita, aclaro.
Por lo demás no queda si no felicitar a todos los integrantes de la jauría que ha ido a por Pablo Iglesias. Ya pueden estar satisfechos con su cabeza colgada de la pared de sus despachos, al ser un trofeo metafórico hay uno para cada uno. Ahora sólo resta, tras reponerse de la resaca de la celebración del triunfo, empezar el acoso y derribo de Pedro Sánchez y poner al señorito Casado en Moncloa para que vuestro trabajo como cazadores haya concluido y comience el de perrillos falderos de los nuevos encargados del cortijo.
Y a los madrileños que votaron anarquismo de derechas, también. Por supuesto, faltaba más. Aunque vayan con el paso cambiado, si yo no me equivoco.
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