Sobre su derecho a hablar

El derecho de la conocida hija de la conocida tonadillera.

 Y el menos conocido boxeador. Me había jurado a mí mismo, evocando la famosísima escena de “Lo que el viento se llevó” en la cual Scarlett, zanahoria en mano jura que nunca volverá a pasar hambre, no escribir nunca sobre temas de la llamada prensa rosa o del corazón. Se lo juro, señor juez.

 Pero, se da el caso, de que la susodicha argumenta que cuenta lo que cuenta por consejo de sus psicólogos, dado el poder terapéutico de hablar de nuestros problemas; más o menos, eso es lo que creí entender. Me podría equivocar porque en ese momento estaba leyendo una novela de espías. Es el caso de que el philósopho de lo cotidiano que soy, o creo ser, me dijo que tomase nota de esa idea, que daba para una mirada.

 Efectivamente, poder hablar de lo que nos preocupa, nos duele o nos causa zozobra con alguien que nos escuche con atención es algo absolutamente terapéutico, como lo sabe cualquier persona que se haya “confesado” alguna vez con alguien de su confianza. Sobre todo si el que escucha sabe hacerlo y consigue el vaciado casi total de los problemas de quien habla para ser escuchado.

Sacerdotes, psicólogos y periodistas deben ser expertos en este arte de saber escuchar con atención, sin interrumpir con preguntas innecesarias y, sobre todo, sin dar consejos.
 Sacerdotes, psicólogos y periodistas deben ser expertos en este arte de saber escuchar con atención, sin interrumpir con preguntas innecesarias y, sobre todo, sin dar consejos. Generalmente quien cuenta sus pesares a un amigo lo último que quiere es un consejo. Basta con pequeños gestos de aliento, y una sonrisa en el momento adecuado.

 Por ese derecho y necesidad de contar es por lo que creo que la hija de “La más Grande” hace lo correcto. No entro a enjuiciar si dice la verdad o lo que cree que es verdad, porque me falta la calificación necesaria para decidir en tales asuntos; y porque no me importa lo más mínimo, más allá de la solidaridad debida por todas las personas de bien con víctimas de violencia. De cualquier tipo de violencia. Víctimas de sus maridos, víctimas de sus mujeres, víctimas de los bancos y grandes empresas que actúan con absoluta alevosía, cuando no con la total complicidad de los poderes públicos en casos de despidos de trabajadores excedentes o desahucios de gente con muy limitados recursos para hacer frente a la pérdida del hogar. Hay muchas víctimas, mucha gente maltratada física o psicológicamente por sus parejas, o sus hijos o por el poder, que no es exactamente el gobierno ni siquiera “los políticos”. Muchas víctimas que nunca van a tener la posibilidad de tener a todo un país parado el domingo por la noche pendiente de sus problemas, de sus heridas emocionales.

 Tú no tienes la suerte de ser la hija de nadie conocido, no perteneces al mundo del famoseo y, por tanto, no vas a poder aliviar tus problemas contándolos en la tele. Nunca.

Pero no estás sola, porque tienes a tu lado a toda una larga serie de profesionales, desde las fuerzas de orden público a los asistentes sociales
 Pero no estás sola, porque tienes a tu lado a toda una larga serie de profesionales, desde las fuerzas de orden público a los asistentes sociales para hacer todo lo posible para auxiliarte si eres víctima de malos tratos por parte de tu pareja.

 Si el maltratador ha sido tu banco, lamento decirte que las posibilidades de que salgas con bien del asunto son mínimas. Pero aun así, puedes intentarlo.

 Por el derecho a hablar de todos. Y a cantar. Aunque se cante muy mal.




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