María

 

Y el río, con su agua helada, / hiere su piel, despiadado, / indiferente al dolor, / indiferente a sus años.

María

Ya ha puesto María en la lumbre
el puchero de garbanzos
con un poco de tocino
que anoche le regalaron.

Y ya se encamina al río
con su canasta de trapos:
ropa de señoras ricas
con anillos en las manos.

Un frío viento del norte,
como cuchillo afilado,
le penetra hasta los huesos
entre sus pobres harapos.

Y el río, con su agua helada,
hiere su piel, despiadado,
indiferente al dolor,
indiferente a sus años.

Lavar y lavar la ropa,
cargar y cargar con cántaros;
en los gélidos inviernos,
en los tórridos veranos.

Siempre ha sido así su vida.
Y ella nunca se ha quejado.
Pero, ¡cuánto trabajó
lo que otros disfrutaron!

Santa Cruz, marzo 2021
Luis Hinojosa D.




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