En pie con el puño en alto

 


No se busquen referencias cinematográficas a esa frase.

 Podría tenerlas, pero en este caso es puramente descriptiva, pues así es como aparecen los protagonistas de la célebre imagen, tomada en los juegos olímpicos de México de 1968. Como es conocido, los protagonistas adoptaron esa actitud mientras sonaba el himno de los Estados Unidos como modo de protesta contra el racismo. El puño derecho, que no izquierdo, con el guante negro simbolizaba el movimiento Poder Negro; la cabeza gacha, la vergüenza.

"Si gano, soy americano, no afroamericano. Pero si hago algo malo, entonces se dice que soy un negro. Somos negros y estamos orgullosos de serlo. La América negra entenderá lo que hicimos esta noche”.
 Con estas palabras explicó su gesto Tommie Smith, medalla de oro en 200 metros lisos. Queda perfectamente claro que ese gesto, y esas palabras, que tienen cincuenta y dos años de historia, siguen teniendo plena vigencia en el día en el que esto escribo, jueves 3 de diciembre, para los curiosos. Es cierto que Barak Obama llegó a la Casa Blanca, pero eso no supuso ningún cambio sustancial en la mejora de vida de los negros de los Estados Unidos y, ya que estámos en eso, de los blancos pobres de ese mismo país, a los que no llaman “nigger”, obviamente, pero sí “white trash”, basura blanca. Ni los negros ni los blancos pobres de ningún rincón del mundo lo tienen demasiado fácil por mucho que el movimiento “yes, we can”, sí se puede, insista en proclamar que, si quieres, puedes y que basta con tu sola voluntad, esfuerzo y tesón para conseguir lo que te propongas.

 No parece que quien ha perdido su empleo, su hogar, y su autoestima pueda salir de ese hoyo negro con su sola voluntad. Naturalmente unos buenos servicios sociales, unas adecuadas políticas de protección social, el apoyo de familia y amigos y, todo el empeño que pueda poner el afectado, lograrán algunas mejoras con las que iniciar el camino hacia la recuperación de la autoestima.

 Pero todo ello está bastante comprometido en nuestros días gracias a las políticas impulsadas por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años ochenta, bendecidas por el polaco Karol Wojtyla, que supusieron la derrota casi definitiva de las políticas sociales, progresistas, no ya socialistas, ni siquiera socialdemócratas. De todo eso llegaron los despidos, reconversiones, recortes en todo lo recortable posible y, en definitiva, ese estado de mal estar generalizado que la extrema derecha achaca a los políticos, ellos no, claro.

Me gustaría vivir en un mundo en el cual no hiciera falta que nadie se levantase con el puño en alto, que ese gesto quedase como un anacronismo de otras épocas en la cuales había que luchar para conseguir que todos los nacidos con independencia de las circunstancias de su nacimiento tengan acceso a una vida digna
 Me gustaría vivir en un mundo en el cual no hiciera falta que nadie se levantase con el puño en alto, que ese gesto quedase como un anacronismo de otras épocas en la cuales había que luchar para conseguir que todos los nacidos con independencia de las circunstancias de su nacimiento tengan acceso a una vida digna, es decir que puedan disfrutar del acceso a al agua en sus casas, a la educación y la sanidad adecuadas, a un trabajo, llegado el momento, que satisfaga sus necesidades básicas y le satisfaga personalmente, a un ocio adecuado con bienes culturales fácilmente accesibles para quienes lo apetezcan. Es decir, una vida que se pueda llamar realmente digna y libre. Libre de las asechanzas de la extrema pobreza.

 Si pedir para todo el mundo lo que muchos ya disfrutamos, más o menos, es ser rojo, pues rojo soy, y como tal no puedo si no ver con simpatía el gesto de esos dos afroamericanos, seamos políticamente correctos, que hace cincuenta y dos años mostraron su rechazo al racismo en su país. Gesto por el que sufrieron represalias el propio Smith, el también estadounidense John Carlos, medalla de bronce y el australiano Peter Norman, medalla de plata, que no levantó su puño, pero sí se solidarizó con ellos llevando una pegatina de apoyo. Norman murió sin que las autoridades australianas le pidieran perdón y en su entierro Smith y Carlos llevaron a hombros su féretro.

 No tengo ningún inconveniente en que haya quien se aburra en Abu Dabi, pero reclamo el derecho a los demás a divertirse en su país, o en el del vecino, con todas las necesidades materiales y humanas satisfechas. Y, sí, se puede. Pero hay que proponérselo y dejar que quienes lo proponen gobiernen.




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