Es un ejercicio sano, de vez en cuando, por supuesto.
Pero cuando se instala uno en un sempiterno estado de continua lamentación sobre el presente y alabanza a ultranza del pasado, creo que se está cometiendo o un error o una injusticia. O se tienen alteradas las facultades de la memoria. No sólo cualquier tiempo pasado no fue mejor, sino que, seguramente, fue peor, sin que con esto quiera decir, ni mucho menos, que vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Ya Sócrates se despachaba a gusto sobre los jóvenes: “La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto” Y otra de esas viejas glorias a las que se suele recurrir como fundamento de un argumento, Cicerón, calificó en diversos discursos a los hermanos Graco de peligro para Roma, locos furiosos y violentos entre otras lindezas. Nada demasiado distinto de lo que es uso y costumbre entre nuestra clase política, también muy dada a las descalificaciones de grueso calibre.
Otro de los tópicos es la escasa preparación de nuestros estudiantes, ya por culpa de su desidia, pereza y falta de motivación, ya por el muy deficiente sistema educativo que hemos heredado y que no hemos sido capaces de mejorar, Y, sin embargo, podemos ver en puestos importantes para la salud a personal sanitario bastante joven y desempeñándose a la perfección o, en esta casa, y sin ir más lejos, tenemos a nuestro Pablo al cual tuve el honor y el placer de reconocer sus méritos en este mismo sitio y no hace mucho tiempo. Naturalmente que nuestro sistema de salud es mejorable, igual que lo es nuestro sistema educativo. Eso soy el primero en reconocerlo, Pero eso es algo relativamente fácil de resolver si se invierte más en esos aspectos fundamentales del estado del bienestar y menos en sufragar otros gastos tal vez no tan necesarios. Y no, no me refiero al recorte en políticos. Yo ya he vivido en un país en el cual el jefe del estado era un general, auto ascendido a Generalísimo y los recuerdos que tengo de esa España distan mucho de ser gratos.
Puede uno echar la vista atrás y echar de menos a los grandes artistas de todo género de antaño. Pero entonces las lágrimas no le dejarán ver a los de ahora que son tan buenos como los de antes, pero, si hablamos de blues, y ¿porque no podemos hablar de blues?, suenan mucho mejor. Y si hablamos de flamenco un fandango de Vallejo en la voz de cualquier cantaor o cantaora de ahora mismo suena técnicamente mejor que en la del original. Y hay alguna gente capaz de bordarlo.
Vienen estas reflexiones al hilo del comentario de un juez mediático y mediatizado y con una enorme parroquia que afirmó que “Tenemos los políticos más tontos y maleducados de la historia”, afirmación que ni comparto ni respeto por lo que implica: Que tenemos los votantes más tontos y maleducados de la historia. Y, que de nuevo tienden a idealizar el pasado, que distó mucho de ser ideal, quienes comulgan con el juez en cuestión. Entre Santiago Abascal al que muchos votan y Girón de Velasco, me quedo con el primero por muy poco que me guste.
A fin de cuentas, y si hemos de creer a Luis Carandell los ujieres del parlamento en épocas muy pretéritas tenían entre sus obligaciones la de separar a los diputados que acalorados por la vehemencia parlamentaria cambiaban las palabras por los empujones, puñetazos y otra suerte de medios de “convencimiento” más cercano a la dialéctica de los puños y las pistolas que a la de la filosofía.
Aquí y ahora te pueden llamar de todo menos bonito, pero ya nadie pega tiros en la nuca como modo de hacer política. Algo hemos progresado, digo yo.
A fin de cuentas, y si hemos de creer a Luis Carandell los ujieres del parlamento en épocas muy pretéritas tenían entre sus obligaciones la de separar a los diputados que acalorados por la vehemencia parlamentaria cambiaban las palabras por los empujones, puñetazos y otra suerte de medios de “convencimiento” más cercano a la dialéctica de los puños y las pistolas que a la de la filosofía.
Aquí y ahora te pueden llamar de todo menos bonito, pero ya nadie pega tiros en la nuca como modo de hacer política. Algo hemos progresado, digo yo.
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