“Mira, Pablo, este es un amigo de mamá” y tú, desde los tres o cuatro palmos que levantabas del suelo me miraste, bastante serio, creo recordar. Hoy no tengo apenas recuerdos de ti sin tu sonrisa y tu risa de buena persona. De excelente persona, a la cual la vida, pese a todo, no ha conseguido doblegar.
Quienes siguen esta sección saben que cuando el ambiente me parece irrespirable me escapo de la realidad circundante por el sencillo procedimiento de escribir de las cosas que embellecen la vida, ignorando a las que la ensucian. Y tengo por cosa cierta y comprobada, que la amistad es una de las cosas que más embellecen la vida de cualquier ser humano, Por eso, Pablo, porque tengo el privilegio de poder llamarte amigo te escribo estas cuatro letras, que se decía en el antiguo género epistolar, cuando faltos de otro medio de comunicación los pobres escribíamos cartas.
He escrito que puedo llamarte amigo, y compañero de medio de comunicación, no son pocas las veces que has puesto las imágenes de aquello que yo contaba de lo que había pasado en nuestro pueblo. Porque eres fotógrafo. Entre otras cosas, que yo sepa. He escrito que puedo llamarte amigo a pesar de la diferencia de edad, porque es así y tú y yo lo sabemos.
No sólo con la cámara te comunicas, también con la, creo que se llama tuba, nos ofreces, junto a la Banda de Música de la Escuela de Música de Alhama de Granada (de la cual, además, eres secretario de la Junta Directiva) la música en vivo y en directo que tanto amo. Cultivas también el arte de la pirotecnia, que sé que a alguna gente le molesta, pero que forma parte de nuestras costumbres, puede que un tanto salvajes, no voy ahora a entrar en eso, pero nuestras, a fin de cuentas.
Pero la faceta de tus muchas caras profesionales que más he disfrutado es la de cocinero, especialista en arroces. Auténtico especialista en un país como el nuestro en el que cualquiera se cree maestro en paellas, cuando no pasa de simple diletante, que tampoco es que sea malo hacer un arroz mediocre. Pero, si me dan a elegir, como en la copla de los Chunguitos, me quedo con tus arroces. Y con los de mi madre, por supuesto. Hay todo un arte, un oficio y una sabiduría en hacer que de los pocos ingredientes que componen una paella salga una obra maestra y no algo que se puede comer. Casi cualquier cosa se puede comer, pero alimentarse también es un placer, un enorme placer. Eso, quienes hemos tenido la suerte de sentarnos a una mesa a comernos uno de tus arroces, lo sabemos. Pero tú sabes, Pablo, que todo eso, con ser importante, no es lo principal. En esta España de nuestros placeres, hay algunos cocineros de los cuales no me comería ni un huevo frito, no por malos cocineros si no por malas personas. Y ahí, querido Pablo, tú puedes dar lecciones de humildad, bonhomía y amistad al más acreditado que se ponga por delante. Eres, sobre todo y ante todo, una excelente persona, y con tu ejemplo, simplemente con estar en el mundo, acallas las voces, que siempre las hay, de esos que lamentan que sus tiempos fueron los mejores y se irritan con los jóvenes de hoy en día. Como en todas las épocas, ayer hubo gente de pocos años y mucha vida, a su pesar, gente a la que no dejaron apenas ser niños, y señoritos que pasarán de la señoritez a la decrepitud sin haber dejado la hijoputez. Como hoy, también hay gente de cualquier edad que ensucia el mundo con su presencia, y gente, como tú, Pablo, que hacen que vivir sea un poco más fácil, más amable y más divertido. Pero es que, además has hecho de ese embellecer la vida de los demás tu oficio, tu forma de ganarte el derecho a vivir, porque, como dijo el maestro Serrat, la vida te la dan, pero no te la regalan.
Y a esa vida que hay que ganarse día a día le doy las gracias por el tiempo que compartí en el trabajo con tu madre y por haberte conocido a ti.
Y no te preocupes que no te estoy haciendo la pelota para pedirte un arroz. Y tú lo sabes.
Solo me queda decirte ¡Qué grande eres a pesar de tu juventud! Y no me refiero a la altura.
Un abrazo.
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