Lo normal, estadísticamente hablando, es ser chinos.
De manera que al plantearme el estudio desde el punto de vista del philósopho de lo cotidiano, sobre qué es eso de la “nueva normalidad”; y como la palabra normal, me plantea dudas, mucho más en este lugar del sur de Europa en el cual lo normal es evitar cuidadosamente ceñirse a las reglas, emplearé el término cotidianidad, que se refiere a lo que se hace todos los días, que me parece más acertado, lo cual, evidentemente, no quiere decir que lo sea.
En España nos parece normal que el Jefe del Estado lo sea por designación seminal y no por designación de aquel en el que reside la soberanía, que es el pueblo; por supuesto no discuto su intachable constitucionalidad, si no su normalidad: lo normal en el mundo son las repúblicas, mucho más numerosas que las monarquías, también nos parece normal que el anterior jefe del estado se autonombrara comisionista cerca de sus entrañables amigos sauditas y se llevase, presuntamente, un capitalito modesto a Suiza, de unos cien millones de euros, para redondear. Que ya lo decía la revista El Papus, o uno de sus colaboradores “Suiza patria querida/ Suiza de mis amores/ tengo una cuenta en Suiza/ con muchísimos millones”. Es normal y a todos nos lo parece, a unos más y a otros menos; y a los que nos lo parece menos nos tocamos los recipientes del líquido seminal y a otra cosa. Pero, afortunadamente no pasa todos los días que el emérito se llegue al país alpino con un maletín lleno de billetes. Que esto no es política si no pedagogía, oiga.
En España nos parece normal que el Jefe del Estado lo sea por designación seminal y no por designación de aquel en el que reside la soberanía, que es el pueblo; por supuesto no discuto su intachable constitucionalidad, si no su normalidad: lo normal en el mundo son las repúblicas, mucho más numerosas que las monarquías, también nos parece normal que el anterior jefe del estado se autonombrara comisionista cerca de sus entrañables amigos sauditas y se llevase, presuntamente, un capitalito modesto a Suiza, de unos cien millones de euros, para redondear. Que ya lo decía la revista El Papus, o uno de sus colaboradores “Suiza patria querida/ Suiza de mis amores/ tengo una cuenta en Suiza/ con muchísimos millones”. Es normal y a todos nos lo parece, a unos más y a otros menos; y a los que nos lo parece menos nos tocamos los recipientes del líquido seminal y a otra cosa. Pero, afortunadamente no pasa todos los días que el emérito se llegue al país alpino con un maletín lleno de billetes. Que esto no es política si no pedagogía, oiga.
Establecido ya qué es lo normal y qué es lo cotidiano, basta reflexionar sobre qué puede ser ese embeleco (engaño o mentira para embelecar a alguien) que han dado en llamar “nueva normalidad”. Sabemos, o creemos saber, que no hay nada nuevo bajo el Sol, que es la philosophía de lo cotidiano seudociencia de pocas certezas y muchas dudas. Pero a lo que parece la nueva cotidianeidad (se puede escribir de las dos formas) va a consistir en hacer las mismas cosas que hacíamos antes de que el gobierno social comunista, es cierto que hay socialistas y comunistas en el gobierno, decretase los sucesivos estados de alarma, pero tomando precauciones, que el virus puede regresar, pero conviene salvar la economía. Nada que objetar. Pero yo, que soy contrista y amigo de meter el dedo en el ojo, metafóricamente, claro está, doy en considerar que, si hacemos lo mismo que hemos hecho hasta ahora, o lo que hacíamos antes de la llegada del “bicho”, posiblemente lleguemos a los mismos resultados. Deterioro del planeta en el que vivimos, sobre explotación de los recursos, reparto desequilibrado de la riqueza y todas esas cosas desagradables que el capitalismo neoliberal trae consigo.
Naturalmente, sí al rescate de la economía, faltaba más. Pero de una economía al servicio de las necesidades de las personas, una economía que no nos traiga problemas nuevos (plásticos, toallitas que se convierten en cosas enormes, malolientes y difíciles de manejar, por ejemplo) y nos resuelva los problemas viejos. Alimentar a todos los que ahora pasan hambre, educar a todos, hacer accesible la sanidad a todos. Los viejos problemas de siempre que, me temo que, con la nueva cotidianidad, se van a quedar aparcados, como siempre, como con la vieja normalidad.
Y para todo esto, creo ya he avanzado ideas, hace diez años que escribo de lo mismo. Necesitamos trabajar menos, no más, consumir menos, no más, repartir el trabajo y la riqueza, cómo no. Trabajar para cubrir las necesidades y, si es posible, garantizar un buen pasar. No necesitamos mucho más.
Pero también hemos de entender que es posible una vida mucho más sencilla, y ahora hemos tenido tiempo de comprobarlo y reflexionar, que lo que necesitamos, lo que necesitamos de verdad, es bien poco o bastante menos de lo que creemos necesitar. Necesitamos más tiempo para compartir con la gente y menos cosas.
Y, por supuesto, mucha más solidaridad y mucho menos egoísmo, mucha más empatía y mucha menos soberbia. Sí, estoy hablando de austeridad y recortes, pero de recortes de las cosas que no necesitamos, pero nos imponen a través de la publicidad para tenernos bien cogidos y encadenados a la mesa o el banco de trabajo.
Soy el primero en desear que se recupere nuestra economía, pero con talento, como decían los entrañables Benito y Manolo.
Pero también hemos de entender que es posible una vida mucho más sencilla, y ahora hemos tenido tiempo de comprobarlo y reflexionar, que lo que necesitamos, lo que necesitamos de verdad, es bien poco o bastante menos de lo que creemos necesitar. Necesitamos más tiempo para compartir con la gente y menos cosas.
Y, por supuesto, mucha más solidaridad y mucho menos egoísmo, mucha más empatía y mucha menos soberbia. Sí, estoy hablando de austeridad y recortes, pero de recortes de las cosas que no necesitamos, pero nos imponen a través de la publicidad para tenernos bien cogidos y encadenados a la mesa o el banco de trabajo.
Soy el primero en desear que se recupere nuestra economía, pero con talento, como decían los entrañables Benito y Manolo.
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