Historias de aquel verano: San Luis Gonzaga


Muchos recordaréis, si tenéis cierta edad, aquellos tiempos en que a los cumpleaños apenas se les echaba cuentas, pasaban sin pena ni gloria.

 Sí se celebraba, en cambio (si celebración se le podía llamar), el día del santo. A mí, será la edad, me gusta esta costumbre. Y hoy, día de S. Luis Gonzaga, también lo he celebrado. Nada muy especial, pero sí, ha sido un día agradable.

 El simple hecho de compartir un chocolate con churros con algunos miembros de la familia (he echado de menos a otros) y el recibir la felicitación de muchos familiares y amigos, han hecho que el día de hoy se haya salido un poquito de la cotidiana rutina.

 He recordado (y comentado por enésima vez) una de aquellas lejanas ‘celebraciones’, que, por algún o algunos motivos que yo mismo no podría justificar, dejaron una profunda huella en mi memoria. Cincuenta y seis años hace ya. Había llegado de ‘vacaciones’ hacía pocos días con mi bachillerato recién terminado y deseando comenzar mis estudios de Filosofía. No había amanecido aún cuando recibí mi regalo: un reloj de pulsera, marca Technos, en el que mi familia se había gastado, con gran esfuerzo y en varios plazos, setecientas cincuenta pesetas. Aún lo conservo y funciona con envidiable precisión, aunque pocas veces lo pongo en marcha ya que necesita darle cuerda diariamente.

 Pues, como decía, aún no había amanecido. Y no es que estuviese desvelado, como niño pequeño en noche de Reyes; el motivo de mi madrugar era menos ilusionante. Así que, tras la ingesta de un vaso de leche y una magdalena, monté en mi caballo ‘Marinero’ y, con mi flamante regalo envuelto en la servilleta de la capacha, emprendí el camino hacia Los Llanos donde, desde hacía una semana, teníamos el tajo de la siega: tres fanegas de tierra de cebada cervecera que apenas levantaba un par de palmos del suelo.

 Siempre, siempre, siempre, recuerdo en este día dos felicitaciones que, durante muchos años, nunca fallaron. “Maestrooo, ……” era la inconfundible voz del chacho Pedro que, casi siempre el primero, se alegraba de poder felicitarme un año más. Al medio día era mi gran amigo, y compañero en todas mis iniciativas musicales, Manolo Martín ‘el Socio’: “Direee… felicidades. Tu día, el más largo del año, ¿eh?”. Creo que jamás pasará un día de mi santo en el que yo no recuerde a estas dos buenísimas personas.

 Pero, en fin, los tiempos cambian. Las celebraciones de cumpleaños han desplazado casi por completo a la del día del santo. Y yo lo comprendo. Aparte creencias religiosas que, por supuesto, cada vez están menos arraigadas, la celebración del santo tiene hoy en día serias dificultades. Lo digo por los nombres que las jóvenes parejas suelen elegir para sus vástagos (no quiero poner ejemplos para que nadie pueda sentirse aludido). Tal vez alguno de estos nombres tenga un remoto origen, no sé. Pero otros pienso que deben de ser algo así como de elaboración casera. Y de lo que sí estoy casi seguro es de que la mayoría de estos chiquillos aún no tendrá ningún tocayo en los altares. También puede ser que, pasado no mucho tiempo, algunos de estos pequeñajos o mozalbetes cuyo nombre me cuesta pronunciar y, más aún, recordar, haya alcanzado tan insigne galardón. ¿Volverán a resurgir entonces las celebraciones onomásticas? Yo no lo veré.

Santa Cruz, 21 de junio de 2020
Luis Hinojosa D.


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