Roscos fritos


Ayer merendé un vaso de leche con un rosco frito. ¡Cuánto tiempo hacía que no degustaba yo esta dulce combinación culinaria! 

 Encontré una bandeja en la cocina (tal vez alguno de mis hijos la había traído en su última visita) y decidí hacer una excepción en mis habituales meriendas, que suelen ser algo más pobres en calorías.

 Estaba bueno el rosco, es verdad. Su consumo en casa era frecuente no hace tanto tiempo. Y puedo dar fe de su calidad (o, al menos, de su exquisito sabor), tanto de los elaborados en Alhama (fueron muchos años viviendo allí) como de los que nos proporcionaba la panadería familiar de Santa Cruz. Pero…

 No puedo dejar de recordar, por más años que pasen, aquellos que hacía mi madre. Era costumbre proveerse de mantecados para Navidad y de magdalenas o galletas para Semana Santa. También alguna que otra vez, sobre todo en verano, nos sorprendía con un cesto de pan de aceite. Pero, de todos estos productos de repostería, creo que el rosco frito es, era, el más popular. Y es que, al no tener que pasar por el horno, aquellas hacendosas y polifacéticas amas de casa preparaban en cualquier momento una buena y apetitosa olla repleta de esponjosos roscos sin necesidad de acudir a la panadería.  

 Nunca olvidaré una de estas veces en que mi madre se encontraba en plena faena de repostería, con algunos roscos ya fritos y preparados para recibir su baño de azúcar, otros en la sartén y el resto de masa en el lebrillo. Preparada estaba, tenedor en mano, para sacar los que en ese momento se freían, cuando entra por la puerta mi tío Antonio, de Agrón. En seguida supo ella que algo grave pasaba, pues no eran horas para aquella visita. Y, efectivamente, mi tío venía a comunicar la muerte de un familiar muy joven y por quien ella sentía un cariño muy especial. Allí quedaron los roscos, la sartén y la masa. A la mañana siguiente encontramos el tenedor entre las cenizas.

 ¿Serían aquellos roscos de mi madre los mejores que yo he comido? Yo aseguraría que sí, pero mi opinión tal vez no sea del todo imparcial. Pero, ¿y las galletas, los mantecados, las magdalenas…? Aún me parece respirar aquel aroma que desprendían cuando mi madre llegaba del horno con su canasta tapada con un mantel para guardarlos en el sitio de costumbre, en el cajón superior del aparador, el repostero, que había al fondo del comedor. Por supuesto, nos advertía de que estaba prohibido abrir aquel cajón sin su permiso. Y, si alguna vez se me ocurría hacerlo, tenía la sensación de sentir la mirada acusadora de la Virgen con el Niño que, desde aquel cuadro que colgaba en la pared sobre el repostero, dejaba de prestar atención a los ángeles que tocaban violines para advertirme de la maldad de mi acción.

 Ilusiones perdidas. Vivencias ajenas a nuestros niños de hoy. Como la de encontrar un amocafre en la ventana la mañana de Reyes. Como la de un tebeo nuevo o un puñado de canicas, como tantas otras… Tantas que nos ilusionaban y nos llenaban de gozo porque raramente lográbamos alcanzar. Las mismas que a estos niños de hoy les sobran y ante las cuales, para nuestra perplejidad, solo pueden mostrar indiferencia.

 Y, si lo pensamos, esa indiferencia nos afecta también a los mayores. Todos los panaderos llevan hoy en sus furgonetas magdalenas, roscos y los más variados productos de repostería. Los compramos (ya no los elaboran las amas de casa), los consumimos diariamente (ya no tenemos fechas especiales) y no los valoramos, no nos ilusionan. Y en el fondo pensamos que ya no son como los de antes.

 ¿No son estos roscos y estas magdalenas como los de antes? ¿No tienen la calidad de antaño? ¿O, más bien, lo que ha disminuido ha sido nuestra ilusión? Queridos panaderos, estoy seguro de que vuestros proveedores os surten de productos de la mejor calidad. No dudo lo más mínimo de vuestra alta capacitación como reposteros. No obstante, permitidme que os diga (aquí entre nosotros) que, como los dulces de mi madre, ningunos. Pero yo no se lo diré a nadie, os lo prometo.

Santa Cruz, enero 2025
Luis Hinojosa D.


Roscos fritos del canal alhameño
La cocina de la Monsa

 


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