Este no es mi Llano, que me lo han cambiado


Este verano, aprovechando las mejores noches de nuestro peculiar verano, y por razones que no vienen al caso, decidí dormir en una de esas tibias noches de julio, en mitad del Llano, a la intemperie y en la tierra, que ahora llamo "mi motor", y antes era "la haza de Los Pilancones".

 Compongo un chamizo sin más cobertura que un puñado de paja que esparzo en el suelo, y una colcha vieja que tenía en la "casilla de los aperos", como manta para taparme, y una “manta de estrellas” que me cubre y me sirve de techo.

 Acometido por una súbita nostalgia, recordé vívidamente cuando por “chamadas” de días o semanas, dormía los veranos en la era, ora con mi hermano Rafael, ora con mi amigo Cayetano, en aquellas interminables noches al raso o resguardados y hechos un "corcuño", contra las gavillas de la garbera, protegidos por las angarillas de la barcina, techadas con un par de cubiertas del aparejo de los mulos. Y las noches de risas y de juegos, contemplando las estrellas y buscando como nos enseñaban en la escuela, la Osa Mayor, y la Osa Menor, la Estrella Polar, Sirio, Casiopea, Virgo, Los Gemelos, Los Astilleros o el Caminito de Santiago... Con un fondo de grillos y de ranas continuo y permanente y como decía el poeta, "un horizonte de perros" y cencerras de ovejas que pastaban de noche en las rastrojeras del verano. Terminábamos la noche al despuntar el sol, sacudiendo los últimos tiritones, de aquellas frescas madrugadas, corriendo acompañados de mi fiel perro Luciano, a derribar a vara o a pedradas las suculentas, frescas y sabrosas cermeñas, del cermeñero de la era mi tío Miguel, que comíamos con deleitosa fruición.

Mientras me iba venciendo la modorra del sueño, especulaba con la infinitud del cosmos

 Y con esos pensamientos y recuerdos, iniciaba yo esa noche, mientras contemplaba absorto, la inmensidad de la Vía Láctea, a la que, mentalmente yo le adjudicaba desde siempre, la propiedad de ser "un Ecuador no imaginario sino real, formado por cientos de millones de estrellas, del universo cielo". Mientras me iba venciendo la modorra del sueño, especulaba con la infinitud del cosmos, divagando impreciso sobre sobre el postulado de Hubble, que propone la expansión acelerada de mismo universo.

 Al tiempo que perdía la consciencia, ganaba en somnolencia y se cerraban las persianas de mis párpados, poco a poco… Y de repente, de súbito, sentí un atronador ruido, que me arrasó los sentidos, la mente y el alma y me despertó de golpe y por completo: el "atronador sonido del silencio absoluto". Pero... ¿dónde estaban las ranas, ¿dónde estaban los grillos? ¿Dónde estaban los perros, las cencerras de las ovejas, los búhos, los mochuelos y los sonidos todos inconfundibles de las noches de estío? Más se parecía ese inmenso silencio, al mortuorio bisbiseo de un funeral por la naturaleza. Al reparar de pronto en tanta ausencia, se me alteró definitivamente la vigilia del sueño y desvelado ya, fue el insomnio el rey absoluto por toda la noche. Y durante horas, medité, indagué en mis recuerdos, valoré, comparé y extraje mis propias conclusiones: ¿qué había pasado en El Llano?, ¿qué había provocado aquel paulatino, inexorable, total y drástico cambio ecológico en la flora y fauna del Llano? Y rememoré vivencias y recuerdos, porque no eran sólo las ranas, exterminadas porque contaminamos sus charcas, ni los grillos porque los arrasamos con cebos envenenados en los barbechos, los que se habían perdido por extinción programada, en los sonidos de la noche.

 Eran también los sonidos de cencerras de las ovejas que pastaban las rastrojeras del verano, por las noches. Ahora pastaban de día y en el verde de la huerta. También a veces el estentóreo, breve y repentino grito de una solitaria lechuza o de un buho, el vuelo y graznido del tardío y vespertino chotacabras, que buscaba escarabajos en las heces de las cabalgaduras de la trillan en las eras, o el lejano y muy amortiguado maullido de un mochuelo de la sierra o de los majanos de las cercanas pedrizas del pueblo, que llamaba a silencio, acto seguido, con reiterados y estridentes siseos…

...y por los cobardes que nunca denunciamos aquel salvaje atentado

 Y ¿dónde estaban los miles de minúsculas antorchas de la noche, nuestros infantiles “candilitos" de todas las vallas, tapias y paredes del campo, que primero nos cambiaron por el nombre de luciérnagas, para luego arrasarlas, con la extinción más absoluta? ¿Motivo…? Quizás la noche transformada, por la proliferación de farolas en las tapias de las salidas del pueblo, su lugar de crianza. Después, fuimos viendo cómo disminuían los gorriones y los jilgueros, asediados por los predadores de "dos patas" que les arrojaban trigo envenenado, para su exterminio, porque decían que, "les picoteaban los tomates y lechugas", y por los cobardes que nunca denunciamos aquel salvaje atentado. De las agachadizas, cogujadas, trigueros y bivistas, que perdían sus nidos y su prole, por la presión de los tractores que levantaban una y otra vez los barbechos en una misma campaña. Los alcaudones reales que, desde las choperas, entonaban los más variados trinos y que por imitar, imitaban hasta el "tatatá" de los motores. ¿Dónde estaban las chicharras, cuyo monótono, permanente y cansino rasgueo, invitaba a la modorra del sueño a la hora de la siesta, en los días centrales del estío?

 Cómo se complementaban y compartían los recursos del cielo, los vencejos negros, los comunes y las golondrinas que, tan sabiamente sabían repartírselos: los primeros, los aviones, volando siempre muy alto, arriba del todo. Planeando sin descanso y sin mover las alas, aprovechando la resistencia en las corrientes ascendentes del aire y sin necesidad de parar nunca en el suelo. En medio, los vencejos comunes, especie de golondrinas con el cuello blanco, que cazaban de continuo insectos, revoloteando a media altura y abajo las golondrinas, de vuelo vertiginoso y ágil.

 Los aviones, que se arremolinaban en los eternos atardeceres del verano, en torno a la Iglesia Vieja y que infectaban todo el aire con sus peculiares gritos agudos y silbantes y sus raudos y majestuosos vuelos señoriales, planeando. Poco a poco fueron siendo reemplazados por los estorninos, que competían con ellos en el sitio de nidada, en los muros de las ruinas de la iglesia, que eran también negros tizones de la tarde, pero de vuelos menos majestuosos, de costumbres distintas y predadores de la huerta y de la fruta y no de las plagas que nos amenazan. Así los aviones, símbolo de los atardeceres del verano, han desaparecido casi por completo, del paisaje rural y del urbano de nuestro Llano y nuestros pueblos.

Apenas veo las abubillas, que por decenas te encontrabas cuando atravesabas el arroyo de La Madre

 Y las estilizadas, elegantes y gráciles golondrinas, cisne contra ganso, en el símil con los vencejos, con sus rojos madroños en la parte inferior del cuello, como los jilgueros y su fina y rameada cola en forma de uve estilizada y larga, tan característica, que trazaban en vuelo rasante, larguísimos tirabuzones por las calles del pueblo a la hora de la siesta, cazando insectos con incesantes y rapidísimos vuelos, lanzando breves y agudos saludos, cuando pasaban por tu lado.

 Apenas veo las abubillas, que por decenas te encontrabas cuando atravesabas el arroyo de La Madre, aunque ahora, sorprendentemente, te encuentres variedades como patos diversos, garzas y grullas, más propias de terruños de humedales.

 Hace muchos años, exterminamos los lobos y los linces y diezmamos las zorras, las garduñas, las ginetas… Y hoy nos invaden los jabalíes, prolíficos, hegemónicos y pronto, un peligro para el medio, sin depredadores que los controlen ¿Hemos obligado a que aviones, vencejos y golondrinas nos abandonen porque intuyen que envenenamos sus dietas con potingues y venenos y por eso los sustituyen los estorninos, dañinos para el medio y muy prolíficos? pero… ¿y los tejones, ardillas, comadrejas, lagartos, liebres o conejos, que te acompañaban en el camino o te daban pequeños sobresaltos?

 Pero es que ha pasado con la flora, tres cuartos de lo mismo: ¿dónde están hoy las clavellinas, aquellos finos gladiolos silvestres, las carronchas y las amiergas, que se criaban en las tierras más fuertes del Llano? O las centellas, las magarzas, los tradicionales repelentes de mosquitos, como el poleo y las abundantes junqueras, de las zonas más húmedas del Llano. O en plena sierra, las aulagas, los siempre enjutos, las boliznas, las alhucemas, los torvizcos, las retamas y tantos otros arbustos y matas arrasadas por los tractores, en el Llano o por la acción química de los herbicidas en la sierra y por la sobreexplotación de los acuíferos.

¿también nos los habremos cargado con los líquidos, con los trigos envenenados, con los precios o con erráticas diatribas de racismo y xenofobia?

 Abrumado, me levanto e intentando alejar pensamientos negativos, me doy un chapuzón en la alberca y despacio después, me vuelvo al pueblo dando dando un paseo por el camino nuevo. Saludo a los vecinos de huerta, pero observo que no son los de siempre, que su piel es más oscura y su pelo, más endrino y encrespado. Me cruzo con varios de un nutrido grupo y los saludo: "Salam malikum" me responden. "Malikum salam", le contestan desde otro grupo que viene tras de mí y que se dirige como yo, también en dirección al pueblo. Y así también con los siguientes y los de después de los siguientes. Y ya en la misma carretera y a la entrada del pueblo, y en la plaza y en El Pilar y en el médico, en la escuela, en la tienda y en los bares…Curiosamente, ninguno en la iglesia.

 ¡Dios mío! ¿y los nativos y los autóctonos?, ¿también nos los habremos cargado con los líquidos, con los trigos envenenados, con los precios o con erráticas diatribas de racismo y xenofobia? ¿O es que, como los estorninos, han buscado la comida en otra parte? Pudiera ser también que Darwin llevara la razón y que sólo sobrevivan los más aptos y si es así, parece desde luego que sólo sobrevivirán estos: los inmigrantes, los extraños, "los moros" y los que sepamos adaptarnos a la nueva realidad que se impone en nuestro Llano, en nuestros pueblos…

 ¿Por qué no hacemos como los aviones, las golondrinas y los vencejos, que se dividían el cielo y aprovechaban todos los recursos de caza, cada uno en su parcela? Si de hecho, es lo que hacemos ya: ellos hacen producir la tierra y nosotros, nuestros hijos y nuestras hijas, trabajamos en las factorías de la manipulación y venta de los productos que ellos suministran. Sólo nos resta, dejar de ser "ellos y nosotros" y compartir como hermanos todo lo que nos ha sido dado para todos: el trabajo, la vivienda, la escuela, la sanidad, la cobertura social, la comida, las fiestas, las alegrías… ¡y las penas!

Juanmiguel, Zafarraya.

 

 

 

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