Aprender a olvidar (I) “Mientras no olvidemos lo que fuimos, no seremos lo que deseamos”


La vida es evolución y cambio, pero no puede evolucionar el que se aferra como a un viejo dogma a sus antiguos principios.

 Decía Gloria Steinem, la famosa escritora norteamericana, luchadora por los derechos civiles y destacada feminista y defensora de los derechos de la mujer, desde los años sesenta - setenta del pasado siglo que, para avanzar, “es más importante desaprender que aprender”, o expresado de otra forma: para aprender nuevos valores, hay que olvidar antes los viejos y caducos valores aprendidos.

 La vida es evolución y cambio, pero no puede evolucionar el que se aferra como a un viejo dogma a sus antiguos principios, que ausentes de cualquier revisión o autocrítica, se mantienen sin atisbo ni posibilidad de cambio, durante una vida entera. Y esto es aplicable en la práctica individual privada y personal, o en los comportamientos de colectivos y sociedades enteras.

 Y por supuesto, que, con las mismas premisas, se da o se puede dar, la capacidad de adaptación a la realidad concreta, de un pueblo, un país y yo diría incluso, hasta a nivel supranacional o planetario que, abarcando a toda la humanidad, nos plantea el reto mismo de la supervivencia. Y si me lo permitís, yo diría que incluso más determinante, evidente y decisivo que en los anteriores ámbitos, pues si la humanidad no “desaprende” con urgencia, todos los vicios, errores, perversiones y desvíos, que se han venido enquistado en su cuerpo social a lo largo de su historia, corre el peligro de su desaparición como especie; eso si antes, no se lleva por delante toda la vida del planeta en un holocausto ecológico mundial. 

 Inicio esta reflexión, desde lo más privado y personal, desde mi propio proceso de desaprendizaje en los sucesivos escalones de desarrollo e integración y en mis sucesivas etapas de formación y desinformación para seguir avanzando. 

...mi hermano mayor, Emiliano, radicalmente de izquierdas, nos legara su visión izquierdista y laica de la vida.

 Nacido en una familia de clase media del pueblo, conservadora, tradicionalista y no digo de Las JONS (del régimen), porque mi padre era más bien del palo corto de izquierdas, aunque murió muy joven, y no pudo ser el que marcara influencia determinante en la familia. Aunque sí quizás, a través de mi hermano mayor, Emiliano, radicalmente de izquierdas, nos legara su visión izquierdista y laica de la vida. Y aquí se inicia mi primera etapa de desaprendizaje de urgencia que llega hasta los 18 años, aproximadamente. Porque hasta esa edad, fui católico apostólico y dogmático, como corresponde a un miembro de familia conservadora cristiana, muy influida por la cercanía de curas de alto copete, incluidos en la familia cercana por parte materna; uno de ellos como obispo auxiliar de Málaga. Aunque mi madre no destacaba especialmente por sus prácticas piadosas y de cumplimiento religioso, por su situación económico - familiar de viuda con ocho hijos, en los durísimos tiempos de posguerra, pero siempre había tías, abuelos y familia que se ocupaban de tu ortodoxa educación cristiana, asistiendo a todas las sesiones de catecismo, misas, confesiones, Vía Crucis y conocimiento de La Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) como un dogma cerrado e indiscutible. Y en la escuela, me tocó vivir los “gloriosos tiempos” del primer franquismo, ya consolidado y pleno de consignas nacional católicas y fascistoides, con proclamas y himnos de elevado fervor patriótico. No quedando himno, desde Cara al Sol a Montañas Nevadas ni pasaje evangélico o relato bíblico, desde la “Transfiguración en el Monte Tabor” al Sacrificio de Isaac, o Los hijos de Jacob, que no me supiera de carretilla. Mientras tanto, iba navegando en mi cada día más crítica militancia cristiana, presionado entre dos graves contradicciones: la de mi admiración hacia mi hermano Emiliano, modelo en todo, de vida para mí, junto al casi rechazo que me provocaba su irredenta militancia antirreligiosa y su actitud contra los valores patrióticos que nos inculcaban en la escuela o la agónica contradicción que me provocaba el cura de turno, tildando como endemoniados o hijos del pecado a los que no eran más que sufridos epilépticos, como mi hermano Pepe, el más cariñoso y humano de los mortales, o disminuidos físicos, hijos la mayoría de las veces, de las condiciones de miseria e injusticia padecidas por una gran parte de la población. Esto, unido a la permanente frustración y sentimiento de culpabilidad con los mandatos del quinto mandamientos, obsesionados, ellos sí, los curas, por una actitud morbosa e insana, cuando no de impulsos pederastas, que nos llevaba a ver la sexualidad como algo sucio e insano. 

 Desde los 17 años, comencé mi personal y particular deconstrucción de convicciones, creencias, valores y actitudes para resituarme en un mundo de sólidos cimientos que se me venía abajo, sin tener ni mucho menos asegurado, un recambio solvente de principios y valores. Pero di el paso, con el agravante de que un año antes, por determinación económica, me había visto obligado a dejar los estudios, con lo que se abría además en mi futuro, un horizonte de inseguridad laboral y profesional. 

 Cambié los dogmas religiosos, por la afición y reflexión científica, y las prácticas y creencias religiosas, por el análisis, la praxis y la militancia marxista. Tomé compañera y trabajo tras la última deconstrucción profesional: el campo. Ella, desde operaria de empresa urbana en Málaga y yo, cambiando decidida y definitivamente mis expectativas migrantes a Cataluña, por la aventura de transformar la actividad agrícola del Llano, del cereal al regadío. Aquí, buscando la supervivencia, el Llano entero se recicló, pariendo en pocos años una auténtica revolución profesional, técnica, organizativa y y comercial que desmontó toda una actividad productiva, por otra de muy diferentes recursos, objetivos y cualificaciones. Y El Llano en su conjunto, supo hacerlo.

 Y así nos incorporamos a la vida social, laboral, cultural y política, desde una obligada primera línea, que eran momentos muy exigentes de cambio histórico y de la deconstrucción de los contravalores de la dictadura y la reivindicación de libertades y democracia. Y entre todos lo conseguimos.

...comportamientos misóginos, homófobos y machistas, que hasta ese momento nunca habían entrado en contradicción con la militancia de izquierdas

 Pero no sería el último reciclaje personal a experimentar, porque en el “catecismo marxista”, nunca se había puesto en cuestión, como ajeno a la ideología, todo un mundo de valores machistas retrógrados y decimonónicos, que desde la izquierda ni nos habíamos cuestionado siquiera y que seguíamos transmitiendo como un cliché fijo a las nuevas generaciones: los niños no lloran; los hombres se visten por los pies; es un calzonazos, dominado por su mujer; las niñas no juegan a eso; la mujer sólo opina de su casa y de sus cosas; aunque ciertamente ya habíamos superado algunas, como: “la maté porque era mía” o “la mujer en la cocina y con la pata quebrá” y toda una serie de actitudes y comportamientos misóginos, homófobos y machistas, que hasta ese momento nunca habían entrado en contradicción con la militancia de izquierdas. 

 Pero aún tendríamos que “desaprender” de urgencia y a marchas forzadas “para no morir en el intento” o no quedar de por vida como un idiota dogmático y sectario: habían llegado los finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando a muchos, “se nos cayeron encima los palos del sombrao”, pues con la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la URRSS, se nos acababa de venir abajo la esperanza y la convicción de que, pese a toda la desinformación y manipulación capitalista, un mundo más justo y equilibrado socialmente, era posible tras el muro y el “telón de acero”, aunque ciertamente, “tampoco fuera un paraíso en la tierra”. La constatación de esta irrealidad inamovible, creó una descomunal crisis en la izquierda, de la que desde entonces no se ha repuesto. Y es urgente y necesario, como decía Gloria Steinem, “que desaprendamos” rápidamente los vicios sectarios y dogmáticos que nos llevaron a considerar como aceptablemente válido, todo lo que significó el estalinismo y el complicado y complejo proceso de la Unión Soviética y su zona de influencia y el período de la Guerra Fría, para poder ofrecernos a nosotros mismos y desde la izquierda, una alternativa válida y real, a la que poder vincular una militancia y actividad sociopolítica, que no castre nuestros sentimientos pero que no ciegue nuestra objetividad. Añadir que personalmente, conforme se nos hundían los mitos individuales o colectivos del socialismo real, llámense Lenin, Trotsky , Mao, Ché, Castro o Chaves, China, Cuba, Rusia o Nicaragua, y aun reconociendo también las enormes aportaciones a la lucha de emancipación que supusieron esas revoluciones en su momento, para no olvidar tampoco que los marxistas (que sí, me sigo considerando), no tenemos “santoral” reconocido, digo como dicen que dijo, san Francisco de Borja, duque de Gandía, al contemplar los restos mortales de su amor platónico, Isabel de Portugal, mujer de Carlos I, muerta de parto, al abrir su ataúd, tras su traslado a Granada y observarlo en descomposición y comido por los gusanos:

“no más cobijar el alma, 
en sol que apagarse puede,
ni más servir a señores, 
qué en gusanos se convierten”.
 
 Sin que esto signifique que renuncie a mis principios progresistas, solidarios y de izquierdas, pero que, a futuro, deberé cuidar mejor “en qué altar depósito mis ofrendas”. 
 



 Pronto cumpliré ochenta años y no sé si en el breve espacio que aún me ofrezca mi horizonte, tendré que llevar a cabo más procesos de “desaprendizaje”, pero que os digo como el poeta: “me pillará ligero de equipaje” y dispuesto a hacer lo que sea necesario.

 En otra reflexión futura, intentaré hacerlo sobre la necesidad a veces de los mismos procesos de “desaprendizaje” en nuestros pueblos, los países y la misma humanidad en su conjunto

Juanmiguel. Zafarraya.

 

 

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