Muchas de las cosas bonitas que nos pasan empiezan un fin de semana.
La Eurocopa empezó un viernes y el sábado antes de que se hiciera de noche España ya era candidata a ganar un torneo donde llegamos pidiendo disculpas. O yo qué sé. “Qué calor tiene que hacer en Alemania a estas horas”, decía un amigo, como si eso fuera un problema para que Morata en un mano a mano contra el portero quisiera tirarla fuera a propósito. Pero no, Morata frustró los deseos hasta de los paisanos más críticos y la metió en la portería solo por rencor.
Todo está en el orden preciso para que España gane la Eurocopa. El escenario es el mismo que en 2008, salvo que Aragonés ahora ha perdido todo su pelo y hace calistenia, y en lugar de dejar fuera a Raúl ha hecho que un malagueño acabe jugando con Marruecos para siempre. Fernando Torres ahora se llama Morata y Casillas por fin es vasco. Luego está Fabián que es un tipo que juega en Francia y desde ayer es nuestro mejor centro del campo de la historia. Así es como en España empezamos a perder todos los torneos internacionales, comparando viejas alegrías aun sabiendo que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver, cantaba el Sabina.
Sí, a todos los fines de semana se acude con la esperanza de poder encontrar algo nuevo que estimule nuestras vidas. Con los Mundiales y con las Eurocopas pasa igual, salvo por el ligero detalle que hay que buscarlas cada cuatro años. Ésta, la Selección de Luis de la Fuente ya ha hecho algo importante, ilusionar, lo que ocurra después solo será una consecuencia de haber intentado ser felices agarrándose a una pelota y a un puñado de hombres vestidos de rojo. El riesgo de que todo acabe mal, como casi siempre, también es la esperanza de que todo salga bien como casi nunca, pero mientras ganamos o perdemos seremos un poco menos tristes o un poco más felices.
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