Ella


Ella, como un suspiro delicado / que dormita invisible en el silencio, / atrapaba su mirada furtiva y luminosa, / en la templada brisa de un atardecer amable…

Ella

¡Temblaba el amor entre sus dedos!
¡como sus dedos lo abrigaban.!
Como cristal de viento acudió a su pupila,
una ilusión herida de alegría,
¡como temblaba el amor entre sus dedos!
y como sus dedos lo acunaban al calor limpio de su vientre.

Ella, como un suspiro delicado
que dormita invisible en el silencio,
atrapaba su mirada furtiva y luminosa,
en la templada brisa de un atardecer amable,
soñado murmullo insonoro del ocaso,
tiritando entre sus dedos,
y entre sus dedos, al instante eternizado.

En un latido dormido sin presencia,
la tarde despertó ausente y distraída,
infinita de hambre de palabras contenidas,
en sonoros silencios de recato.

Agitase el amor en su mirada,
como agua de lluvia derramada,
y sintió que el amor se le escapaba,
y sintió que la vida se extinguía,
y se alejó con el amor temblando entre sus dedos,
en el azul infinito de sus enamorados ojos, cautiva,
sobre el dulce silencio de su edad temprana.

Secreta la esperanza renaciera en aquel grito callado y dolorido,
sereno grito de ternura dibujado en amorosas voces pronunciadas,
que escaparan al silencio y al olvido,
como escapa el agua entre los dedos,
así, callada, silenciosa, escurridiza
tranquila, soñadora, libre de ataduras.

¡Temblaba el amor entre sus dedos!
Y entonces, su mirada despierta,
anegada de paz, inundada de calma,
de mar, de viento, de agua, de mujer,
a la luz desnuda de su alma,
arrancó alegría, soñó esperanza,
con la única ilusión de no perder.

Jesús Pérez Peregrina.

 

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