Existen dichos o chascarrillos de tradición oral cuyo origen no se puede rastrar.
Uno de ellos es el de la Señorita de Pínzola, que, tras buscarlo en la red, no aparece por ninguna página, ni con ese nombre ni con otro parecido. Creo, por tanto, que es bueno recuperar esas anécdotas de rancia tradición para que no se pierdan.
Al titular oficial de esta sección y al que escribe la mirada de hoy, cada día más metiche, el chascarrillo de la referida señorita nos llegó a través de nuestro padre. Ignoramos si se lo escuchó a alguien, quizá lo más probable, o fue fruto de su imaginación.
El caso es que para referirse a alguien que se daba mucho bombo, mucho puntico como decimos en Granada o presumía demasiado decía: “Ese (o esa) se cree que es la Señorita de Pínzola; que por arte, belleza y don de palabra ganó tres mil rales en Chicago.” Pronúnciese rales y no reales. Como se ve está referida a una época bastante pretérita.
Persona sencilla como era, mi padre nunca presumía de nada y le irritaba la gente que lo hacía en exceso
Tal vez pudiera referirse a alguna mujer que existiera realmente que participó en algún concurso o certamen que tuvo lugar en la ciudad estadounidense y si no es el caso es un dicho lo suficientemente simpático y elegante en su prosa y su prosodia como para que merezca ser conocido y recordado.
Persona sencilla como era, mi padre nunca presumía de nada y le irritaba la gente que lo hacía en exceso.
Pero no están solo los que presumen ya de por sí, que modernamente con las redes sociales tienen terreno donde explayarse, sino que también están las “estrellas” que acaban por creérselo más de la cuenta, no de motu propio, sino por la legión de seguidores o fans que los endiosan y elevan a la categoría de acontecimiento mundial cualquier nimiedad que hagan o les suceda.
También hay, por supuesto, personajes de renombre que siguen manteniendo la sencillez y forma de ser de siempre y continúan relacionándose con sus amigos y conocidos de toda la vida como siempre lo han hecho.
Me resultan incomprensibles subastas de objetos íntimos de famosos, pero si las hacen es obviamente porque se llegan a pagar cantidades indecentes por ellos
Hay que valorar a la gente por su comportamiento y su forma de relacionarse con los demás y a los que son prestigiosos, por su talento, sus libros, sus películas o su música, pero sin dejar de tener en cuenta que son personas como los demás. Recuerda, César, que eres mortal.
Fruto de las enseñanzas recibidas de mi padre, ni me doy puntico, ni se lo doy a los demás, alabo por supuesto lo que está bien, pero sin demasiadas fanfarrias. De igual modo, si alguien me dora la píldora, desconfío. Me resultan incomprensibles subastas de objetos íntimos de famosos, pero si las hacen es obviamente porque se llegan a pagar cantidades indecentes por ellos. Como dijo Rafael el Guerra: “hay gente pa tó”.
Estando en el instituto nos llevaron un día a la Huerta de San Vicente. En una de las habitaciones había un piano y una de las profesoras comento: “Emociona pensar que este piano era el que tocaba Lorca”. Confieso que no fui capaz de experimentar ninguna emoción y lo vi como un piano como cualquier otro. Tampoco ni mi hermano ni yo sentimos nada especial al visitar el aula de Antonio Machado en Baeza. Por supuesto que ambos son de los poetas españoles más conocidos, pero, ¿significa eso que su piano o su mesa de profesor sean más importante que otros? ¿O justifica que haya gente que viva exclusivamente de escribir y conferenciar sobre el granadino? Eso sí, reconozco que no dejan de tener su mérito.
Firma invitada: Prudencio Gordo Villarraso
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