La imagen alhameña de la Virgen del Carmen (I)


Alhama, la inmensa mayoría de los alhameños, a lo largo de los siglos, junto con su primera gran devoción a su Patrona, la Virgen de las Angustias, le ha tenido también especial devoción a la del Carmen, así como a la del Rosario. La mayoría no sabe la historia de la actual imagen del Carmen, así como del Crucifijo que preside el templo del Carmen, lo que en estas fechas de conmemoraciones religiosas y populares en honor de esta Virgen es oportuno narrar lo que sabemos al respecto.

 Ha sido en multitud de ocasiones, he repetido e insistido que la Historia es algo de todos, ya que, en definitiva, todos venimos de ella y todos, lo queramos o no, seguimos haciéndola. Y en el caso de nuestra Alhama esto se acentúa aún más, sólo con profundizar un poco en el pasado de nuestro pueblo, nos encontramos con nuestros abuelos y bisabuelos y los padres de éstos, y ello, hace, como en este caso, que también, en más de una ocasión, aportemos a la recopilación de nuestro pasado común lo que sabemos así como lo que vamos recogiendo de una u otra forma, comenzando por nuestro propio alrededor, por nuestra misma familia.

 Así este “Volver al ayer” de esta semana del Carmen -el próximo sábado es la Festividad de Nuestra Señora del Carmen creo que la más extendida por toda España y Andalucía- teniendo mucho de familiar y hasta de personal si se quiere, no es otra cosa que una parte más de nuestra historia alhameña que, en lo fundamental, ha de extenderse y divulgarse cada vez que se considere apropiado, ya que este medio de comunicación que es “Alhama Comunicación” es un excelente modo de mantener para siempre y para todo el que lo desee cuanto tenga que ver con Alhama y, más aún, lo que vamos recopilando del pasado. Así hoy, partiendo de algún modo de un hecho familiar en este caso y con toda satisfacción para quien esto escribe, volvemos a la historia de lo que para muchos, por devoción, admiración o contemplación, es desde hace bastantes años Nuestra Señora del Carmen de Alhama, ocupando el camarín que le corresponde presidiendo el altar mayor de nuestra Iglesia del Carmen.

 Desde mi niñez me contaron, comenzando por mi inolvidable abuela Inocencia, Inocencia Velasco Prados, que Francisca Prados Calero, su muy querida madre y, por lo tanto, bisabuela mía materna, la que vino al mundo allá por los últimos años de la década de los cincuenta del siglo XIX, exactamente en 1858, era tan guapa como devota, y todo ello sólo comparable a su calidad de persona llena de ternura y bondad.

Altar mayor de la Iglesia del Carmen, con la Virgen del Carmen y Cristo Crucificado que constituyeron el oratorio de Francisca Prados

 Mi tío Paco Maldonado Velasco, y mi también tío Manolo Castillo Velasco, éste tratado más como primo y amigo por su edad y característica afabilidad con todos y, más aún, con nosotros, cuando hablaban de su abuela se les desbordaba el cariño que siempre le tuvieron y que, más de medio siglo después, ya a mediados de la década de los noventa del siglo pasado, medio siglo después de fallecida la querida bisabuela, seguían ambos expresando: “Era cariñosísima con toda la gente, muy buena persona y siempre atenta a hacer dichosos no sólo a cuantos le rodeábamos, sino a todo el que podía. Jamás nos permitió que le llamásemos abuela o abuelita, sólo quería y permitía que la llamásemos “Mamaíta” y así lo hacíamos todos sus nietos y uno que otro bisnieto que llegó a conocerla, como tu hermano Felipe, que llegó a tenerla durante siete años, o tu primo Juan Luis Martel, con unos tres y tu hermano Juan Manuel y el primo Paco Rodríguez con dos ambos”.

 Recuerdo que cuando pregunté a los dos, a mi tío Paco y a Manolo, por su religiosidad, prácticamente al unísono recordaron que era tal que, desde siempre, en su casa de la calle Enciso, la del número 7, que de su época solo conserva la puerta principal de piedra con su bello y singular marco de piedra, sobre cuyo dintel figura el año 1763, tenía un oratorio propio en el que, además de un hermoso Cristo Crucificado, se encontraba una bella imagen de Nuestra Señora del Carmen, “de la que tu bisabuela –me expresaron ambos- era devotísima hasta el punto de que cuando llegó la hora de su muerte pidió que, como es tradicional en cuantos son devotos de la Virgen del Carmen, le pusiesen los pies en el suelo, falleciendo después dulcemente”.

 Ambos, Paco Maldonado y Manolo Castillo, fallecido el primero el 17 de junio de 2002 y, el segundo, el 11 de octubre de 2012, recordaban aquella escena como si nuevamente se estuviese repitiendo, como sucede con esas vivencias de niñez y juventud que se nos quedan grabadas de tal forma que, cuando lo deseamos, vuelven a revivirse en lo mejor de nuestra emocionada memoria.

Imagen del Carmen de lo que fue oratorio de Francisca Prados desde el siglo XIX, donada por Manuel Castillo Velasco a la Iglesia del Carmen

 Recordaba mi tío Paco igualmente el oratorio, el que ocupaba la primera habitación que había al alcanzar el primer piso de la amplísima casa -une la calle Enciso con el Callejón de la Parra-, bellamente decorada sus paredes con telas y con suntuosas cortinas, y con dos hornacinas artísticamente recubiertas de nobles maderas que se miraban entre sí, una con el Cristo Crucificado y, la otra, con la imagen de la Nuestra Señora del Carmen.

 Bella imagen que ahora, por loable decisión de quien, como justa herencia, era su propietario, Manuel Castillo Velasco, al que no opusieron pega alguna sus hermanos, podemos admirar desde hace ya tantos años y, quienes así religiosamente lo sientan, adorar, en nuestra hermosísima Iglesia del Carmen, en el mismo camarín singular del altar mayor, el que, durante siglos, estuvo dedicado a esta advocación mariana, todo ello tras la adecuada restauración que meritoriamente se llevó a cabo.

 En todo esto, como en tantas otras cosas y logros transcendentales que se consiguieron para Alhama en los órdenes artístico, histórico y cultural en general durante los años que ejerció su ministerio aquí, hay que recordar la entrega, constancia y eficacia de quien fue párroco de Alhama Antonio Muñoz Osorio quien, quizás como una última misión más en su calidad de curra párroco de Alhama , desplegó en su último mes una sorprendente tarea para recibir la imagen, llevar a efecto su excelente restauración y situarla, con la mayor de las alegrías y de las emociones espirituales, en el histórico camarín de la Virgen del Carmen de la Iglesia del Carmen.

Cristo Crucificado del oratorio de Francisca Prados, que antes de salir para el Convento de San Diego, presidió la misa de campaña de la Cruzada de la Bondad

 Mis tíos no sabían desde cuando esta imagen, convertida felizmente en Nuestra Señora del Carmen de toda Alhama, se encontraba en la casa de su abuela. Ellos recuerdan que ya sus madres, hijas de la devota Francisca Prados, manifestaron en distintas ocasiones que oratorio e imágenes las vieron allí desde siempre y que, por lo tanto, es muy posible que, a su vez, estas estuviesen en la familia desde generaciones anteriores, aunque quizá no en esa misma casa, ya que ésta fue adquirida por un emprendedor hermano de su abuela, Diego Prados Calero, quien hizo fortuna en Málaga como comerciante y empresario, siendo propietario a principios del pasado siglo de la mejor tienda de muebles que existía en Málaga, ubicada en la flamante calle Larios, y quien regaló a su hermana Francisca la referida casa, en la que ésta vivió con su esposo, Juan Bautista Velasco Cabello, y con sus seis hijos, Cristóbal, Inocencia, Carmen, Socorro, Ana y Manuel.

 Con motivo de los sucesos que se produjeron al estallar la Guerra civil, Francisca Prados y su familia, muy a pesar de todos y en especial de la primera, decidieron que el oratorio había que desmontarlo y sus imágenes guardarlas en sitio seguro, por lo que se ocultaron en los camaranchones de las cámaras de la casa. Y la habitación que había sido oratorio se convirtió en el dormitorio de mi tío Cristóbal, al que en tantas ocasiones de mi niñez entré para llevarle la prensa, hombre de singular personalidad, preparación y generosidad, el que muchos días, allí mismo, nos hablaba a mi hermano Félix Luís y a mí de que había que ser decididos en la vida, aunque no tanto como él lo había sido en su juventud, nos contaba de que cuando aún no había cumplido los dieciocho años, debiendo permanecer en el dormitorio que tenía en la casa de tío Diego en Málaga, hasta el punto de que lo dejaban encerrado en el mismo, tras tantas noches de “fiestas y flamenco” a pesar de su juventud, comenzó a utilizar el balcón para entrar y salir todas las noches hasta que fue descubierto y se le planteó la disyuntiva de cambiar o de ser “facturado” para América, dos meses después estaba en Argentina. 

La queridísima madre, abuela y bisabuela Francisca Prados, “Mamaíta” para todos (1858-1944)

 Transcurridos diez años, tras irle muy bien allá, regresó con bastante dinero y convertido en una persona formal -aunque se contaba que dejó allí mujer y dos hijas, por no querer venirse la primera a España- y consiguió aquí la dirección general, convirtiéndose en el alma de la misma, de una de las empresas andaluzas más importantes de aquel tiempo, como era “La Veneciana” en cuestión de toda clase y diversidad de cristales, especialmente artísticos para palacios y grandes edificios de muy y variados países europeos, con proyección nacional e internacional, no dejando jamás de venir por Alhama y viviendo aquí sus últimos años, muriendo precisamente, en 1962, en la habitación que había sido la del oratorio de la vivienda.

 Pasaron aquellos años difíciles y tristes para todos de la Guerra civil en Alhama y aunque Francisca Prados acercándose ya a los ochenta años, en más de una ocasión manifestó su deseo de que se volviese a instalar el oratorio, lo cierto es que no se llevó a cabo, aunque, como me contaba Manolo Castillo, en las cámaras si se dejaba ver parte de la imagen de la Virgen, lo que en alguna medida contentaba a mi devota bisabuela, aunque a Manolo, aún muy niño, no le agradaba mucho por la impresión que le causaba ver a la imagen en posición horizontal.

 Murió mi bisabuela Francisca Prados en 1944 y, con el transcurrir del tiempo, pasó la imagen de la Virgen a la madre de Manolo, mi tía abuela Ana Velasco Prados, la que nació en los días víspera de la festividad del Carmen, en julio de 1898, la que contrajo matrimonio con Marino Castillo Serrano, en el mismo oratorio de su casa ante las referida imagen y la que siempre tuvo una gran devoción a Nuestra Señora del Carmen y, por ello, lógicamente, deseó tenerla siempre con ella, exponiendo esta última razón cuando en alguna ocasión le fue solicitada la imagen, indicando que cuando ella muriese “su hijo Manolo decidiría al respecto”.

 Fallecida mi tía abuela Ana en marzo de 1990, la imagen fue conservada por su hijo Manolo y esposa de éste, Beatriz Hinojosa, quienes seguían la devoción mariana del Carmen, compartiéndola con el Sagrado Corazón de Jesús “que le había vuelto a dar nueva vida a él”, como manifestaba, con un propósito que le volvía a distinguir, como su misma y noble forma de ser, Manolo decidió tras consultar a sus hermanos, aunque no tenía que hacerlo, y todos ellos se pronunciaron a favor de la decisión, ofrecer la imagen a la Iglesia del Carmen, lo que los alhameños le reconocimos y deberemos reconocerle siempre, generación tras generación, con un sentido recuerdo de gratitud tanto a él, a sus hermanos y, ¿cómo no?, a su noble y querida esposa Beatriz.

Manolo Castillo Velasco y Beatriz Hinojosa, conservadores y donantes de la imagen a la Iglesia del Carmen

 Mi bisabuela no vio reconstruido su oratorio, su Virgen del Carmen permaneció guardada durante décadas y décadas, y su Cristo Crucificado pasó a presidir uno de los dormitorios de la casa, hasta que falleció el bueno de mi tío Manuel Velasco Prados, el 8 de marzo de 1968, decidiéndose que el hermoso Cristo pasase, en depósito, al Convento de San Diego, donde permaneció hasta su traslado también a la Iglesia del Carmen, quedando situado presidiendo el altar mayor y con ello todo el templo, y donde, hermosas coincidencias de la vida y de los sentimientos espirituales, hicieron que volviesen a estar juntos la imagen de la Virgen y la del Cristo, como lo estuvieron durante tantas décadas en el oratorio de Francisca Prados, “Mamaíta” inolvidable y siempre querida.

 El Cristo, como también puede observarse, es una sencilla pero buena talla. Personalmente, en el orden afectivo le tengo una gran estima, ya que presidía el dormitorio en el que, en nuestra niñez y juventud solíamos dormir mi hermano Félix Luis y yo cuando nos íbamos a la casa de nuestro tío Manolo a hablar de literatura y hasta a escuchar “Radio Pirenaica" ya más mozuelos, todos con casi las cabezas metidas en la alacena donde se colocaba la radio.

La imagen de la Virgen del Carmen de Alhama, ahora en su camarín, la que tantas decenas de años estuvo en el oratorio y casa de calle Enciso, 7

 La imagen del Cristo nos intimidaba un poco cuando éramos niños por su tamaño y realismo pero que después nos familiarizamos con ella plenamente. Llegué a ello de tal forma que hasta un día, sin permiso de nadie, contando yo 16 años, ya que en aquellos días de la Semana Santa de 1964 se encontraba mi tío Manuel pasándolos en mi casa de Granada, lo descolgué de donde se encontraba con la ayuda de varios amigos y nos lo llevamos para que presidiera la misa de campaña que se celebró en la hoy Plaza de la Constitución con ocasión de la clausura de la Cruzada de la Bondad que, para niños y jóvenes, se había desarrollado en Alhama y de la que yo era secretario al serlo del Movimiento FAC, así como de todas aquellas actividades que organizó el dinámico cura-coadjutor Paco Valverde Domínguez, de grato recuerdo, que nos hicimos grandes amigos hasta que ya tardábamos en volver a vernos dado que lo hicieron cura párroco en el entonces municipio alpujarreño de Mecina Fondales -en 1975, éste junto con Pitres y Ferreirola, constituyeron fusionándose el municipio de La Taha-, quien años después dejó el sacerdocio para convertirse en un excelente médico, fallecido con sesenta años hace un tiempo.

Mi tío Paco Maldonado Velasco

 No dudo que mi bisabuela me hubiese perdonado este atrevimiento, en primer lugar por su bondad y tolerancia e igualmente porque el fin era bueno y retorno a su lugar sin problema alguno, eso sí, sin que se enterase nadie de la familia o, al menos, así lo he creído siempre, pues la asistencia de personas a aquella misa el Domingo de Resurrección de 1964 superó las mil personas.

La Iglesia del Carmen vista desde el camarín de la Virgen del Carmen




últimos comentarios

Gracias por dejar tu comentario y fomentar la participación. Se publican en breve.

Artículo Anterior Artículo Siguiente