Unas entrañables Bodas de Plata


Cuando muere alguien a quien quieres, esa persona que ha sido una prima-hermana que siempre fue más lo segundo que lo primero, el “volver emocional en toda su dimensión al ayer” se hace al instante, superándose toda clase de tiempo y espacio, silencios y ciertas ridículas prudencias.

 Vivencias y recuerdos, desde la misma infancia y a lo largo de toda la vida, fluyen de una forma sorprendente y, con unos, te consuelas de la partida, y, con otros, te entristeces y te hundes más en el sincero dolor. Y todo ello, aún más, a pesar de que nos creemos más preparándonos a lo que se nos viene encima, a pesar de ocho tremendos días de agonía.

 En mi poemario escrito y publicado para familiares y amigos allá por abril de 1976, titulado “Días de lluvia y muerte (Félix-Luis)”, mostrando mis sentimientos de par en par, escribí: “En ocasiones abrir a todos lo íntimo, lo que guardamos en lo mejor de nuestro corazón, no es más que renovar un viejo e imperecedero inmenso afecto”. 

 Y es lo que voy a hacer ante la partida de mi ya inolvidable Ana Mari, Ana María Martel Maldonado, el pasado lunes día 9, quedando el martes en silencio esta sección de nuestra “Alhama Comunicación”, y que hoy dedico de todo corazón en especial a Antonio Luis, Inocencia y Ana, sus hijos, así como a sus hermanas, Chencha, Charo y Carmen, y a los cientos de personas que tanto quisieron a Ana Mari y a Paco, recordando a los que partieron y a los que están en este mundo, en especial a su hermano y mi compadre Juan Luis y a mi hermano y compadre por partida doble León Felipe, además de a cuantos se mencionan en el texto de 1997.

 De no haber fallecido el 11 febrero de 2020 Paco, Paco Franco Morales, su marido, en este enero hubieran celebrado sus Bodas de Oro, ya que se casaron en enero de 1972, y el día 5 de abril de 1997 celebraron “Las de Plata”, en las que con la generosidad que a ambos distinguía fueron n cientos los familiares y amigos que invitaron, muchos de los que allí estuvimos jamás hemos olvidado aquel día por ser uno de esos que quedan en el recuerdo y en el corazón para toda la vida. Y les gustó las palabras que les dediqué como también los poemas que le escribió y recitó su entrañable amiga de toda la vida y magnifica persona Chencha Serrano del Pino, siempre con su cariño y mejor voluntad.


A Ana Mari y Paco
Un inolvidable día de 1997

I

 Si el paso del tiempo es un consumir de nuestras vidas o, muy al contrario, un ir haciéndolas cada vez más extensas, en definitiva, no lo sabemos. Experimentamos en nuestra propia existencia, según el ánimo con el que nos encontremos, ambas cosas. Pero hay algo realmente inconfundible, como es el florecer y el fructificar de los mejores sentimientos, el cariñó, el afecto, el amor, lo que va creciendo, sin límites, convirtiéndose en el robusto roble de la conmoción que campea en la ancha y hermosa pradera de nuestro corazón.

 Sólo el transcurrir de los años, con sus avatares, con sus alegrías y sus penas, nos confirma definitivamente, si ese inigualable árbol emocional ha venido dando y nos da los dichosos y bellos frutos de elevadas ternuras y afectos singulares.


II

 Siempre ha estado, más aún que en mi memoria, en lo mejor de mi alma, en medio de la esplendorosa luz alhameña de una tarde de mi niñez, aquella niña de atractivos azules ojos, de rubia y llamativa trenza, que se interpuso ante el zagalón y yo, expresando con coraje que era mi prima, salvándome del sopapo que se me venía encima.

 No sé si al dichoso grandullón, perfecto y ejemplar desconocedor de lo que significan las palabras dialogo y concordia, le retuvo, en su decidida y manifiesta agresión hacia mí, la valentía de la chiquilla o, quizás, poseyendo una pizca de sensibilidad por las cosas bonitas, la belleza de la muchachita, ó, probablemente, ambas cosas. Lo cierto es que no recibí el guantazo que creía ya inevitable, y sobre todo, que a mis ocho o nueve años, cuando más, no solo sentí, también viví el valor del mejor cariño entre familiares que, más que primos, han sido, son y serán como hermanos.

 Así, como aquel día de mi infancia, junto a la puerta de la “casa de la Parra”, en nuestra calle de Enciso, he sentido en todo momento el orgullo y la satisfacción de saber que aquél gesto de cariño hacia mí no fue ni improvisado ni pasajero, sino que, además, de ser permanente hacia todos los suyos, se ha extendido y multiplicado a lo largo de los años, beneficiando a cuantos ha sido posible, siempre con limpia bondad y ancha generosidad.

III

 A él sólo lo conocía de vista. Los años de diferencia que ahora nos llevamos, entonces, cuando rondaba yo los veinte, eran suficientes para que nuestras vidas no coincidiesen fácilmente.

 Aquella primera noche que nos encontramos en el bar de “Raya”, el que compartía su esquina entre la calle Arquillos y la plaza de la Constitución, cuando ya empezaba él a pasearse con ella, o, al menos, a intentarlo, como correspondía al uso, poniendo mucho ímpetu y no poco aguante, mientras ellas tenían que manifestar, muy a su pesar, cierto desinterés y hasta fingido “desdén” juvenil, fue para mí toda una revelación.

 Todo comenzó hacia las once de la noche, con un “llena a…”, no recuerdo, si fue él invitándome a mí o yo a él, quien primero se adelantó, lo cierto es que, teniendo que retornar a Málaga en las últimas horas de la madrugada, sólo me quedo tiempo para recoger mi equipaje semanal y salir corriendo para no perder uno de los camiones con los que efectuaba, gracias a mis tantos y buenos amigos camioneros de Alhama de aquel tiempo, mis viajes, mis viajes de fin de semana.

 Fueron varias horas de charla que, siendo en torno a ella, me descubrieron a una persona que, pareciéndome hasta aquel momento algo reservada, silenciosa e introvertida, si se quiere, poseía unos conmovedores sentimientos, además de observándosele el embelesado amor que sentía por ella. Amor elevado que no ha de poner de manifiesto en el transcurrir del tiempo.

 Desde aquella noche fuimos muy buenos amigos. Después, con el paso de pocos años, queridos y entrañados familiares unidos por algo muy superior a la misma sangre, el afecto que nace, crece y vive en lo mejor de nuestro ser, sin condicionantes de tipo alguno y, menos aún, del egoísta interés.


IV

 Y, como era inevitable, afortunadamente, porque contra el verdadero amor no hay obstáculo que se resista, un día de hace veinticinco años, se casaron Paco y Ana Mari, Ana Mari y Paco.

V

 Comenzó entonces a dar sus espléndidos frutos el robusto árbol del mejor de los afectos y las ternuras. Del mejor amor, en una palabra. Y en el constante crecer de este recio árbol de hoy, en sus dos ramas esenciales del mismo Antonio Luis e Inocencia, en el andar de todo un cuarto de siglo, como tiene que ser para que las raíces afiancen definitivamente el gigantesco arbusto, ha habido alegrías y penas, satisfacciones compartidas dichosamente y dificultades afrontadas y superadas en común, dándose momentos de profundo dolor y hasta desgarradora tristeza, no tan sólo con la perdida de seres queridos por ambos, también sintiéndose en algún momento que quizás estuviese al acecho lo único que ya les puede separar y que, en modo alguno, depende de ellos ni de ninguno de nosotros.

 Vencieron, con el mágico y más eficaz medido que para todo esto existe, como es el amor, cuantas dificultades les surgieron y de ellos dependía su operación, y las otras, las inescrutables y, en tantas ocasiones, caprichosas, al menos a nuestro ver, de la Providencia, Dios puso su mano, aunque, quizás por aquello de que en ocasiones aprieta pero no ahoga, dejando un breve, aunque duro, intervalo para que, aún más, nos diésemos cuenta y, así, expresásemos, siempre en lo posible y cada uno a nuestra manera, como les queremos.

 Así ahora, con la emoción suprema que supera el paso de los años y vence las limitaciones del espacio, de todos los espacios, los del Universo y los de la Eternidad, despreciando la ridícula y absurda vergüenza de algunas personas a la hora de decir clara y públicamente que se quiere a alguien, hemos vuelto a reunirnos todos en torno de Paco y Ana Mari, a Ana Mari y Paco, veinticinco años después, para felicitarles y, compartiendo su dicha, decirles que les queremos a ellos y a sus hijos, en este caso, porque es parte de esta entrañable familia, con nuestro no menos querido Chacho Paco.

VI

 Al decir de todos, todos, bien me habéis entendido. ¡Eso es! De una u otra forma, estamos todos, absolutamente todos. Ellos y sus hijos, por supuesto, de lo contrarios creo que la cosa hubiese estado un poco sosa, y los padres de Paco, nuestros queridos Antonio y Magdalena presentes con nuestro cariño, y los hermanos de ambos que los son de los dos, y todos los familiares, y vosotros y nosotros con todos los de cada uno…

 Y también todos y cada uno de ellos que, aunque creemos que están a una distancia infinita en lugares infranqueables para los humanos, no han necesitado ni siquiera coger medio alguno de transporte para llegar hasta aquí, ya que jamás nos abandonaron permaneciendo en lo mejor de nuestros recuerdos, en lo más hondo de nuestros corazones, como ha sucedió y sucede con mis entrañables tíos Santiago e Inocencia, con mi abuela Inocencia, siempre querida e inolvidable; con mi madre, a la que se parece ella en eso de la bondad y en el buen uso de los fogones, especialmente a la hora de endulzarnos el paladar y, con ello, la vida misma; con mi hermano Félix Luis, que agradece el cariño que le dieron y que siguen demostrándole hasta en el cuidado de su última morada terrena; con mi padre, el primero en partir de cuantos de una u otra forma “estamos” hoy aquí, que cuando ella era una niña le entregaba por Navidad uno de los bellos alfileres de la exquisita bicha de mazapán toledano; con mi tío Bautista, tan cercana su marcha y tan presente en nuestro sentir que casi se me escapa preguntar por él cuando en estos últimos meses he vuelto por Alhama, y cuantas personas, familiares o no, quisieron, quieren y querrán a Paco y Ana Mari, Ana Mari y Paco, hasta la Eternidad.

 Todos en fin y sin pena, porque la alegría está, precisamente, en que nada puede, ni podrá, contra el cariñó que nos une y nos seguirá uniendo imperecederamente aquí y también después de que nos llegue la hora de tomar el Camino que lleva a la Otra Orilla.


VII

 De este gozoso modo, este día, un cuarto de siglo después, al igual que cada uno a su manera lo ha hecho cuando lo ha considerado oportuno o le ha apetecido, les decimos a Paco y Ana Mari, a Ana Mari y Paco, que les queremos por como siempre han sido, por como son y por como seguirán siendo, ya que los árboles de buenas semillas, bien plantados y cuidados, jamás se tuercen, y también porque ellos, en esta ocasión, compartiendo su dicha con todos nosotros, con la excusa esa de “Bodas de Plata”, han hecho posible, una vez más, que volvamos a reunirnos todos, absolutamente todos, sin la menor excepción.

 ¡Puede asegurarlo!, veinticinco años después, como aquel mediodía del segundo domingo de enero de 1972, como si el tiempo sólo hubiese transcurrido para las dichas y los gratos momentos que, desde entonces, hemos vivido cada uno de nosotros y, en estos momentos, estamos viviendo dichosa y felizmente TODOS, ABSOLUTAMENTE TODOS.

En “La fuente del águila”
Domingo, 5 de abril de 1997.
Andrés.

 

POEMAS DE CHENCHA SERRANO DEL PINO 

A Ana Mari yo la quiero
desde que era una niña,
y siempre la conocí
con la misma sonrisa.

Su casa siempre está abierta
para al que quiera llegar,
pero tenlo por seguro
que el Señor te premiará.

No te pelees con nadie,
ten siempre buen corazón,
y algún día, cuando seas viejas,
ya me darás la razón.

Eso lo aprendí de niña
de todos sus antepasados,
yo los quiero como míos
por lo bien que nos llevamos.

Por eso todas las cosas
que ahora voy a deciros,
me salen del corazón
para eso tengo motivos.

BODAS DE PLATA

Ana Mari Martel Maldonado
y  Francisco Franco Morales

En estas Boda de Plata
que Paco y Ana celebran,
el Señor los acompañe
hasta llegar a la meta.

Que viváis siempre juntos,
que vuestra casa haya paz,
que cuando encontréis un bache
os sepáis levantar.

Que siempre estéis preparados 
para lo que pueda venir,
que por mucho que os venga
más se puede resistir.

Los dos hijos que tenéis
son futo de vuestro amor,
que vayan por buen camino
pedidle siempre al Señor.

Vosotros seguís luchando
para la Tercera Edad,
y pensando en las de Oro
 si la podréis celebrar.

Tampoco os preocupéis,
que el cariño no envejece,
que cada año que pasa
con más ilusión florece.

Que lleguéis a las de Oro
yo os deseo,
que aunque seamos viejos
podamos vernos.

los tuyos no están presentes
y los estáis recordando, 
seguro que desde el Cielo
por vosotros están rogando.

Cuando vayáis a acostaros
a la Virgen rezadle,
que os mantengáis juntos
hasta que la muerte os separe.
        
Chencha Serrano del Pino


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