Como bien sabido es, y todo historiador sobre Alhama ha reiterado en más de una ocasión, la ciudad-fortaleza musulmana que era en las últimas décadas del siglo XV-concretamente se acaban de cumplir 540 del histórico hecho- fue tomada por sorpresa por los castellanos –andaluces, iniciándose así la guerra de Granada.
Somos descendientes de los que ganaron aquella guerra. Hemos permanecido en este lugar y narrado su historia desde crónicas cristinas durante siglos y seguimos haciéndolo con cierta asiduidad. Pocas han sido las excepciones a esta realidad, entre éstas está la crónica que nos ofreció, finalizando el siglo XIX, un gran orientalista, catedrático de la Universidad de Granada, que lo hizo desde crónicas árabes, Leopoldo de Eguílaz Yánguas.
Hace unas semanas hemos conmemorado el hecho de la lucha por Alhama de las dos culturas que mayor relación e influencia han tenido sobre la misma a lo largo de toda la Historia. La musulmana, representada por el Reino de Granada de los Nazarí, y la cristina, por el Reino de Castilla, con lo que, aquel 28 de febrero de 1482, se inicio la conocida y legendaria Guerra de Granada.
Por la circunstancia propia de ser nosotros descendientes de los que vencieron en aquella guerra que duró diez años –igual que la de Troya- y, por lo tanto, los que hemos permanecido aquí, las crónicas que a lo largo de los siglos hemos venido dando y repitiendo sobre aquellos hechos y, más exactamente en lo que a nuestro caso se refiere, sobre las contiendas por Alhama, son las de los cronistas castellano-andaluces, salvo contada excepción.
En esta ocasión, continuando con el deseo de siempre de que nuestros lectores tengan toda la información en relación a cualquier hecho histórico relacionado con nuestro pueblo y comarca, y siendo este el más importante de todos históricamente hablando -de ahí el que le prestemos una especial dedicación durante estos meses de febrero, marzo y abril-, ofrecemos, siempre como gesto de concordia entre culturas y pueblos, la narración que, sobre la conquista para unos y pérdida para otros, recogió el insigne Leopoldo Eguílaz Yánguas, partiendo éste desde las crónicas árabes.
Por la circunstancia propia de ser nosotros descendientes de los que vencieron en aquella guerra que duró diez años –igual que la de Troya- y, por lo tanto, los que hemos permanecido aquí, las crónicas que a lo largo de los siglos hemos venido dando y repitiendo sobre aquellos hechos y, más exactamente en lo que a nuestro caso se refiere, sobre las contiendas por Alhama, son las de los cronistas castellano-andaluces, salvo contada excepción.
En esta ocasión, continuando con el deseo de siempre de que nuestros lectores tengan toda la información en relación a cualquier hecho histórico relacionado con nuestro pueblo y comarca, y siendo este el más importante de todos históricamente hablando -de ahí el que le prestemos una especial dedicación durante estos meses de febrero, marzo y abril-, ofrecemos, siempre como gesto de concordia entre culturas y pueblos, la narración que, sobre la conquista para unos y pérdida para otros, recogió el insigne Leopoldo Eguílaz Yánguas, partiendo éste desde las crónicas árabes.
Leopoldo de Eguílaz, reconocido literato y orientalista, catedrático de la Universidad de Granada, nacido en la murciana población de Mazarrón en 1829, publicó en 1894 la segunda edición de su “Reseña Histórica de la conquista del reino de Granada por los Reyes Católicos según las crónicas árabes”, la que vio la luz en la misma Granada, en la imprenta del Hospital de Santa Ana.
Como el mismo nos indica, los cronistas árabes de que se sirvió para la redacción de su “Reseña”, fueron el autor anónimo del libro intitulado “Narraciones de la época sobre la extinción de la dinastía nazarita” y las de “Ahmed ben Mohammed Almaccarí.” La obra del primero fue dada a la estampa, como nos indica el mismo Eguílaz Yánguas, en Munich en 1863 por Marcos José Müller, y el texto árabe del segundo se publicó en Leiden allá por los años de 1858 y 59 por los orientalistas Khrel, Wright, Dozy y Dugart, con el título “Analectes sur l’ histoire et la literature des Arabes d’ Espagne”.
Como el mismo nos indica, los cronistas árabes de que se sirvió para la redacción de su “Reseña”, fueron el autor anónimo del libro intitulado “Narraciones de la época sobre la extinción de la dinastía nazarita” y las de “Ahmed ben Mohammed Almaccarí.” La obra del primero fue dada a la estampa, como nos indica el mismo Eguílaz Yánguas, en Munich en 1863 por Marcos José Müller, y el texto árabe del segundo se publicó en Leiden allá por los años de 1858 y 59 por los orientalistas Khrel, Wright, Dozy y Dugart, con el título “Analectes sur l’ histoire et la literature des Arabes d’ Espagne”.
Nos dice Eguílaz que no faltan de ordinario a la verdad ambos cronistas musulmanes, como observaremos, aventajando a los nuestros, a los cristianos, “en la ordenada y metódica exposición de los hechos y brindándonos con datos precisos para corregir sus yerros y suplir sus deficiencias”. Concretamente, la síntesis que efectúa sobre la toma de Alhama en 1482 narrada desde crónicas árabes, es textualmente la siguiente:
“Engolfado Abulhásan cada vez más en los placeres, seguía su alguacil en el desgobierno del reino, decretando nuevos pechos y haciendo objeto de su rapacidad los bienes del pueblo. Llegó a tener tan en menos á los hombres más esforzados y valerosos del ejército, que concluyó por suprimirles los sueldos, con lo que exhaustos de todo recurso, se vieron en el duro trance de apelar para comer á la venta de sus armas y caballos. Y como este proceder desatentado y loco había de dar por fuerza margen á murmuraciones y censuras, cortándolas de raíz, mandó matar el Emir á muchos varones de dirección y consejo y á los arráeces y caballeros más ilustres del reino. Forjabanse el Emir Abulhásan y su alguacil la ilusión de que, en guerra á la sazón los cristianos los unos con los otros, no había de llegar el día en que hubiesen menester del arrimo y ayuda de aquellos nobles cuanto infortunados caballeros, sacrificados en hora menguada á su recelo y temor. No hay que decir con esto la deplorable situación en que se encontraba el ejército y la penosísima del pueblo, esquilmado por las gabelas y tributos destinados á fomentar la crónica liviandad del sultán.
Durante estos sucesos, terminadas las alteraciones del reino, ocupó tranquilamente su trono el monarca de Castilla, y reconocida su autoridad por los nobles, que le habían hecho la guerra, se halló en estado de volver las armas contra los musulmanes. Al tanto de los acontecimientos de la corte granadina, esperaban los cristianos la terminación de la tregua para romper las hostilidades. Ganoso de conjurar esta tormenta y considerando que gran parte de la culpa de lo que pasaba, correspondía al mal gobierno del alguacil, privado del soberano granadino, acudió el pueblo al Emir Abulhásan en queja de su arbitrariedad y tiranía, y como el mal aconsejado príncipe se desentendiese de ella, llegó tan á su colmo el descontento de sus súbditos, que pidieron la destitución del alguacil y la de sus adherentes, principales dignatarios del reino. Tenaz y terco en sus resoluciones, esta nueva petición corrió la suerte de la primera.
Llegó en esto la terminación de la tregua y con ella la noticia de que los cristianos, capitaneados por el Señor de Cádiz, D. Rodrigo Ponce de León, Marqués de Cádiz, se habían apoderado de Alhama. Ocurrió este suceso en la noche del 9 de Moharram, año de 887, (28 de Febrero de 1482), hora en que los habitantes se hallaban entregados al sueño y estaba desamparada la alcazaba, en la cual solo se encontraba á la sazón la familia del alcaide. Apoderados los cristianos de la fortaleza, descendieron por calles y plazas, llevaron á todas partes el cautiverio y la muerte.
Durante estos sucesos, terminadas las alteraciones del reino, ocupó tranquilamente su trono el monarca de Castilla, y reconocida su autoridad por los nobles, que le habían hecho la guerra, se halló en estado de volver las armas contra los musulmanes. Al tanto de los acontecimientos de la corte granadina, esperaban los cristianos la terminación de la tregua para romper las hostilidades. Ganoso de conjurar esta tormenta y considerando que gran parte de la culpa de lo que pasaba, correspondía al mal gobierno del alguacil, privado del soberano granadino, acudió el pueblo al Emir Abulhásan en queja de su arbitrariedad y tiranía, y como el mal aconsejado príncipe se desentendiese de ella, llegó tan á su colmo el descontento de sus súbditos, que pidieron la destitución del alguacil y la de sus adherentes, principales dignatarios del reino. Tenaz y terco en sus resoluciones, esta nueva petición corrió la suerte de la primera.
Llegó en esto la terminación de la tregua y con ella la noticia de que los cristianos, capitaneados por el Señor de Cádiz, D. Rodrigo Ponce de León, Marqués de Cádiz, se habían apoderado de Alhama. Ocurrió este suceso en la noche del 9 de Moharram, año de 887, (28 de Febrero de 1482), hora en que los habitantes se hallaban entregados al sueño y estaba desamparada la alcazaba, en la cual solo se encontraba á la sazón la familia del alcaide. Apoderados los cristianos de la fortaleza, descendieron por calles y plazas, llevaron á todas partes el cautiverio y la muerte.
Cuando la noticia de este desastre llegó á Granada, alborotase la ciudad y en un pensamiento todos exclamaban: “Después de esta calamidad, no es posible sobrellevar la vida: corramos á libertar á nuestros hermanos ó á morir por ellos”. Dada cuenta al Emir y á su alguacil de esta resolución y considerando la debilidad de sus fuerzas para acometer empresa semejante, idearon trazas para disuadirles de su intento, diciéndoles que ante todo había que hacerse de armamento y allegar cuanto era menester para la guerra. Pero firme el pueblo en su actitud, inclinó al cabo el ánimo de aquellos á emprender la expedición.
Al llegar la vanguardia del ejército cerca de Alhama vieron los musulmanes que los cristianos, cuyo número entre caballeros y peones no bajaba de diez mil, habían salido de la ciudad con los hombres, mujeres y niños que habían cautivado y gran cantidad de acémilas, cargadas de rico botín, con ánimo de regresar a su tierra. Pero cuando divisaron á la caballería musulmana y vieron que se les echaba encima, arrojaron al suelo las cargas y volviéndose apresuradamente á la ciudad, se hicieron fuertes en sus muros. Trabada la acción, embistieron los muslimes con valor y esfuerzo heroico á los sitiados, logrando, tras cuatro sucesivos asaltos, penetrar en la ciudad por una de las puertas, que rompieron y quemaron. Ya habían escalado el muro, cuando recibieron del Emir y su alguacil la orden de retirada. Y como se negasen á obedecer, deciánle aquellos: “La noche se ha entrado sobre nosotros; pero mañana al despuntar el día penetraremos en la ciudad”. Suspendido el asalto, se retiraron los musulmanes á sus tiendas. Mientras tanto los cristianos pasaron la noche adobando sus defensas, asegurando sus posiciones y tapando sus portillos. Cuando amaneció y repararon los sitiadores que la muralla se encontraba en distinto estado de fortaleza de cómo la habían dejado la víspera, comprendieron que el tomarla por salto era empresa temeraria. En su vista adoptaron la resolución de bloquear la ciudad y mantenerla en apretado cerco. Aumentárnosle en tanto las fuerzas sitiadoras con los refuerzos de infantería y caballería, que les vinieron de Granada y de toda Andalucía, en términos de llegarse á reunir un gran ejército. Para su mantenimiento y sostén se abrieron mercados en los cuales se encontraba en abundancia toda suerte de provisiones. Prosiguióse el cerco con gran vigor; cortóse á los situados el agua y la leña, vedándoles la entrada y salida de Alhama. Veíase á los sitiadores llenos de entusiasmo, activos y resueltos, esforzados y valientes, esperando la entrada en la ciudad, que repetidamente les ofrecía el alguacil, diciéndoles: “Muy luego el hambre les hará caer en nuestras manos”. Pero no tardaron estas promesas en descubrir su falacia. Las murmuraciones y sospechas se hicieron generales y no había uno en el campamento que no acusase de traición al Emir y á su ministro. En tan comprometida situación forjaron estos la especie de que habían recibido nuevas de uno de sus parciales, morador en tierra del infiel, en que les participaba que el rey de los cristianos con un grande ejército iba en auxilio de los sitiados y que, debiendo parecer de una hora á otra, no les era dable contrarrestar sus fuerzas. Estas noticias, produjeron el pánico entre los sitiadores, los cuales, obedeciendo la orden del alguacil, levantaron el cerco y tomados de dolor, de desesperación y de tristeza volvieron á sus hogares.
Al llegar la vanguardia del ejército cerca de Alhama vieron los musulmanes que los cristianos, cuyo número entre caballeros y peones no bajaba de diez mil, habían salido de la ciudad con los hombres, mujeres y niños que habían cautivado y gran cantidad de acémilas, cargadas de rico botín, con ánimo de regresar a su tierra. Pero cuando divisaron á la caballería musulmana y vieron que se les echaba encima, arrojaron al suelo las cargas y volviéndose apresuradamente á la ciudad, se hicieron fuertes en sus muros. Trabada la acción, embistieron los muslimes con valor y esfuerzo heroico á los sitiados, logrando, tras cuatro sucesivos asaltos, penetrar en la ciudad por una de las puertas, que rompieron y quemaron. Ya habían escalado el muro, cuando recibieron del Emir y su alguacil la orden de retirada. Y como se negasen á obedecer, deciánle aquellos: “La noche se ha entrado sobre nosotros; pero mañana al despuntar el día penetraremos en la ciudad”. Suspendido el asalto, se retiraron los musulmanes á sus tiendas. Mientras tanto los cristianos pasaron la noche adobando sus defensas, asegurando sus posiciones y tapando sus portillos. Cuando amaneció y repararon los sitiadores que la muralla se encontraba en distinto estado de fortaleza de cómo la habían dejado la víspera, comprendieron que el tomarla por salto era empresa temeraria. En su vista adoptaron la resolución de bloquear la ciudad y mantenerla en apretado cerco. Aumentárnosle en tanto las fuerzas sitiadoras con los refuerzos de infantería y caballería, que les vinieron de Granada y de toda Andalucía, en términos de llegarse á reunir un gran ejército. Para su mantenimiento y sostén se abrieron mercados en los cuales se encontraba en abundancia toda suerte de provisiones. Prosiguióse el cerco con gran vigor; cortóse á los situados el agua y la leña, vedándoles la entrada y salida de Alhama. Veíase á los sitiadores llenos de entusiasmo, activos y resueltos, esforzados y valientes, esperando la entrada en la ciudad, que repetidamente les ofrecía el alguacil, diciéndoles: “Muy luego el hambre les hará caer en nuestras manos”. Pero no tardaron estas promesas en descubrir su falacia. Las murmuraciones y sospechas se hicieron generales y no había uno en el campamento que no acusase de traición al Emir y á su ministro. En tan comprometida situación forjaron estos la especie de que habían recibido nuevas de uno de sus parciales, morador en tierra del infiel, en que les participaba que el rey de los cristianos con un grande ejército iba en auxilio de los sitiados y que, debiendo parecer de una hora á otra, no les era dable contrarrestar sus fuerzas. Estas noticias, produjeron el pánico entre los sitiadores, los cuales, obedeciendo la orden del alguacil, levantaron el cerco y tomados de dolor, de desesperación y de tristeza volvieron á sus hogares.
Reforzada la guarnición de Alhama por el ejército cristiano, mandado por el Señor de Sevilla, D. Enrique de Guzmán, Duque de Medina-Sidonia, celebraron consejo sus capitanes sobre el partido que les convenía tomar, si el de abandonarla o mantenerse en ella. Decididos por lo último, repararon sus fortificaciones y la abastecieron de cuanto necesitaba. Después de distribuir el botín, regresó á sus estados el Señor de Sevilla.
Pasado algún tiempo tornaron los musulmanes á poner apretado cerco á Alhama y deseando ardientemente apoderarse de ella, escalaron un sitio del muro desguarnecido por los cristianos. Pero se frustró su ventura; porque, apercibidos estos, acudieron en gran número contra los asaltantes, á los cuales pasaron á cuchillo, precipitando á muchos desde lo más alto de la montaña en que está situada la ciudad. La mayor parte de las víctimas eran de Baza y de Guadix.
En el mes de Chumada Iª del mismo año se supo que el rey de Castilla había entrado en territorio musulmán á la cabeza de una numerosa hueste, sin detenerse ni poner cerco á ninguna plaza. Reuniéronse los habitantes de Granada, preguntándose los unos á los otros cuál sería la intención del enemigo; pero muy en breve llegaron nuevas de que el rey de Castilla había parecido delante de Loja y asentado ante sus muros su campamento con el propósito de apoderarse de ella. En vista de esto salió de Granada hacia aquella parte el ejército musulmán con abundantes bastimentos, y acometiendo á los cristianos, los derrotaron, apoderándose de sus grandes piezas de artillería. Nuevas fuerzas musulmanas, mandadas aquella noche por el Emir Abulhásan, vinieron á reforzar á los defensores de Loja y, habiendo retado á los cristianos á nueva batalla, los volvieron á derrotar con gran matanza, dejando en manos de los granadinos sus tiendas de campaña, copiosos víveres, su artillería y una gran cantidad de pólvora. Tuvo lugar esta victoria el 27 de Chumada Iª del año 887 (15 de Julio de 1482).
Pasado algún tiempo tornaron los musulmanes á poner apretado cerco á Alhama y deseando ardientemente apoderarse de ella, escalaron un sitio del muro desguarnecido por los cristianos. Pero se frustró su ventura; porque, apercibidos estos, acudieron en gran número contra los asaltantes, á los cuales pasaron á cuchillo, precipitando á muchos desde lo más alto de la montaña en que está situada la ciudad. La mayor parte de las víctimas eran de Baza y de Guadix.
En el mes de Chumada Iª del mismo año se supo que el rey de Castilla había entrado en territorio musulmán á la cabeza de una numerosa hueste, sin detenerse ni poner cerco á ninguna plaza. Reuniéronse los habitantes de Granada, preguntándose los unos á los otros cuál sería la intención del enemigo; pero muy en breve llegaron nuevas de que el rey de Castilla había parecido delante de Loja y asentado ante sus muros su campamento con el propósito de apoderarse de ella. En vista de esto salió de Granada hacia aquella parte el ejército musulmán con abundantes bastimentos, y acometiendo á los cristianos, los derrotaron, apoderándose de sus grandes piezas de artillería. Nuevas fuerzas musulmanas, mandadas aquella noche por el Emir Abulhásan, vinieron á reforzar á los defensores de Loja y, habiendo retado á los cristianos á nueva batalla, los volvieron á derrotar con gran matanza, dejando en manos de los granadinos sus tiendas de campaña, copiosos víveres, su artillería y una gran cantidad de pólvora. Tuvo lugar esta victoria el 27 de Chumada Iª del año 887 (15 de Julio de 1482).
En este día llegaron nuevas á Loja de que Abu Abdallah Mohammed y Abulhachách Yúsuf, temerosos de que el sultán Abulhásan, su padre, de condición arrebatada é irascible, les quitase la vida por sugestión de su concubina, la cristiana Zoraya, se habían escapado de la Alcazaba durante la noche, de acuerdo con su madre y ayudados de sus parciales, y refugiándose en Guadix, donde habían sido proclamados, ejemplo que siguieron Almería, Baza y Granada.
Influyó grandemente este suceso para hacer más cruda la guerra civil, pues el odio y encono entre ambos bandos llegaron hasta el punto de matar Abulhásan á su propio hijo Yúsuf.
Alzada Granada por el Emir Abu Abdallah, huyó su padre el Emir Abulhásan á Málaga”.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
- “Reseña Histórica de la conquista del reino de Granada por los Reyes Católicos según las crónicas árabes”, Leopoldo de Eguílaz Yánguas, Imprenta del Hospital de Santa Ana, Granada, 1894.
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