Vista de Arenas del Rey en la actualidad |
Seco de Lucena entregó 250 pesetas a los novios de Arenas del Rey, Miguel y María, huérfanos tras el terremoto de 1884.
Curioso el ajuar de boda que se les regaló
La noche del 25 de diciembre de 1884 quedará siempre en el recuerdo del bonito pueblo de Arenas del Rey que aún se sigue moviendo. Contaba por entonces con unos 1400 vecinos y el terremoto los dejó a todos prácticamente en la indigencia porque el 90 % de los edificios se vinieron abajo causando 166 muertos y decenas de heridos. Así lo recogía la prensa. Los supervivientes hubieron de refugiarse en chozas y calentarse con hogueras en aquel horrible invierno que llegó a marcar hasta 4 grados bajo cero. Se levantó un barracón que sirviera de hospital de sangre e instalaciones provisionales para el delegado del gobernador Valentín Barrecheguren que tanto apoyo mostró al pueblo, por lo que fue nombrado Hijo Adoptivo de Arenas del Rey. (Ver mi artículo Valentín Barrecheguren, en Granada Hoy, 2020).
Siguieron los temblores en la zona que tan catastróficas huellas dejaron en la comarca de Alhama y alrededores: Jayena, Albuñuelas, Játar, Zafarraya, Arenas del Rey, etc. El día 8 de enero visitó este último pueblo el director del periódico El Defensor de Granada, Luis Seco de Lucena dispuesto a mitigar la desgracia ofreciendo ayuda económica tras una suscripción popular previamente organizada.
Escenas del terremoto de 1884. / J.L.D. |
En medio de tanto desastre hemos extraído el entrañable gesto del que fueron protagonistas la pareja de novios Miguel Martín Navas y María Ramos González de 19 y 18 años respectivamente que ya tenían anunciada su boda. A causa del terremoto lo perdieron absolutamente todo, familia, casa y hasta el ajuar de una boda concertada. Huérfanos, solos y en la miseria era difícil mantener la promesa de matrimonio. Conocida la noticia y después de preguntar a María reservadamente ante el juez municipal y el señor cura si aún quería casarse con Miguel, y a este si mantenía su palabra de boda con María, ante las respuestas afirmativas, Seco de Lucena depositó en el Ayuntamiento 250 pesetas como dote a entregar a María el día de su boda.
Mujeres bordando el ajuar. Siglo XX. / J. L. D. |
Dice la prensa que era la tal María de familia muy querida en el pueblo por su honradez y laboriosidad; mantenía “honradas relaciones” con Miguel desde hacía cuatro años y, aunque habían fijado fecha próxima de boda, esta se podría ver frustrada por el terremoto que destrozó su vivienda, su ajuar y tal vez sus ilusiones. El problema era que no se podían casar a la ligera porque había que cumplir el plazo de las amonestaciones matrimoniales que se exponían en la puerta de la iglesia, según ordenaba el Concilio de Trento. Hubo que pedir permiso al arzobispo de Granada para que se solventara aquel trámite. Pero era indispensable que la boda tendría que ser por la Iglesia.
Luis Seco de Lucena y Valentín Barrecheguren. / J.L.D. |
A la ayuda económica donada se unió el ajuar que le fueron regalando para que pudieran organizar su nueva vida matrimonial. La noticia nos sirve hoy de curioso estudio antropológico: un colchón, cuatro sábanas de calicote (de Calicut, percal), dos almohadas, un pañolón de lana y otro de seda, cuatro camisas de mujer, un refajo de bayeta, unas botas de mujer, un capote de monte, una olla, una sartén y una cafetera; un farol, cuatro tazas y dos vasos de cristal, seis platos, dos cucharas de peltre, dos tenedores, dos cuchillos, un peine y cinco agujas de hacer calceta; un paquetillo de agujas de coser, un ovillo para hilvanar, carretes de hilo blanco y negro y un delantal; un corte de pantalón, un sombrero, un chaleco; una arroba de arroz, una de bacalao, media de café, cuatro libras de azúcar y 50 pesetas para comprar un cerdo. No les vino mal.
Bonito gesto del periodista Seco de Lucena. Y bonita la solidaridad de los vecinos. Nada sabemos de Miguel y María en su nueva vida; pero con la matanza del cerdo, comieron fijo todo el año. Y si comieron bien, seguro que por ahí les quedan nietos y hasta biznietos también.
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